En un
momento como ese, ardiente de odio el aire, Rockefeller quería
conquistar a su manera de pensar a todos los huelguistas. Y lo
consiguió. ¿Cómo? Veamos cómo. Después de varias semanas dedicadas a
conquistar amigos entre ellos, Rockefeller dirigió la palabra a los
representantes de los huelguistas. Ese discurso, completo, es una
obra maestra. Produjo resultados asombrosos. Calmó las tempestuosas
olas de odio que amenazaban envolverlo. Le valió una hueste de
admiradores. Presentó los hechos en forma tan amistosa, que los
huelguistas volvieron a trabajar sin decir una sola palabra más
acerca de los aumentos de salarios por los cuales habían luchado
tan violentamente.
Estudiemos la iniciación de ese notable discurso. Veamos que
resplandece, literalmente, de amistad. Recordemos que Rockefeller
hablaba a unos hombres que pocos días antes querían colgarlo de la
rama más alta de un árbol; pero su discurso no pudo ser más gentil,
más amistoso, si lo hubiera dirigido a un grupo de misioneros. Lleno
está el discurso de frases como "estoy orgulloso de encontrarme
aquí", "después de visitaros en vuestros hogares", "no nos
encontramos aquí como extraños, sino como amigos", "espíritu de
mutua amistad", "nuestros intereses comunes", "sólo por vuestra
cortesía me encuentro aquí".
"Este
es un día de fiesta en mi vida -comenzó Rockefeller-. Es la primera
vez que tengo la fortuna de encontrarme con los representantes de
los empleados de esta gran compañía, sus funcionarios y
superintendentes, todos juntos, y puedo aseguraros que estoy
orgulloso de encontrarme aquí, y que mientras viva recordaré
esta
reunión. Si este mitin se hubiese efectuado hace dos semanas,
hubiera estado yo aquí como un extraño para casi todos vosotros,
pues sólo habría podido reconocer unas pocas caras. Pero he tenido
la oportunidad de visitar durante la última semana todos los
campamentos en las minas del sur y de hablar individualmente con
casi todos los representantes, salvo los que se habían marchado;
después de visitaros en vuestros hogares, y de conocer a muchas de
vuestras esposas e hijos, no nos reunimos aquí como extraños, sino
como amigos, y en ese espíritu de mutua amistad me complace tener
esta oportunidad de discutir con vosotros acerca de nuestros
intereses comunes.
"Como
se trata de una reunión de funcionarios de la compañía y
representantes de los empleados, sólo por vuestra cortesía me
encuentro aquí, porque no tengo la fortuna de ser un funcionario ni
un empleado; y sin embargo entiendo estar íntimamente asociado con
vosotros porque, en cierto sentido, yo represento a la vez a los
accionistas y a los directores."
¿No
es éste un ejemplo espléndido del arte de convertir a los enemigos
en amigos?
Imaginemos que Rockefeller hubiese tomado otro camino. Imaginemos
que hubiese discutido con los mineros, y les hubiese dicho cosas
desagradables. Imaginemos que, por sus tonos e insinuaciones, les
hubiese imputado que se equivocaban. Imaginemos que, con todas las
reglas de la lógica, les hubiese demostrado cada uno de sus errores.
¿Qué habría ocurrido? Habría despertado más ira, más odio, más
rebelión.
Si el
corazón de un hombre está lleno de discordia y malos sentimientos
contra usted, no puede usted atraerlo a su manera de pensar ni con
toda la lógica de la Creación. Los padres regañones, los patrones
mandones y los maridos o esposas rezongones deben comprender que
a nadie le gusta cambiar de idea. A nadie es posible obligar por la
fuerza a que convenga con usted o conmigo. Pero es posible conducir
a la otra persona a ello, si somos suaves y amables.
Ya lo
dijo Lincoln hace cerca de cien años. Estas son sus palabras:
Una
vieja y exacta máxima dice que "una gota de miel caza más moscas que
un galón de hiel" También ocurre con los hombres que si usted quiere
ganar a alguien a su causa, debe convencerlo primero de que es usted
un amigo sincero. Ahí está la gota de miel que caza su corazón; el
cual, dígase lo que se quiera, es el camino real hacia su razón.
Las
personas de negocios van aprendiendo que rinde beneficios el ser
amables con los huelguistas. Por ejemplo, cuando dos mil quinientos
empleados de la fábrica de la White Motor Company se declararon en
huelga, pidiendo aumento de salarios y reconocimiento del
sindicato, Robert F. Black, presidente de la empresa, no formuló
acres censuras, ni amenazas, ni habló de tiranía y de comunismo.
Elogió a los huelguistas. Publicó en los diarios de Cleveland un
anuncio en que los felicitaba por la "forma pacífica en que han
abandonado sus herramientas". Al ver que los huelguistas que
cuidaban que no trabajaran los rompehuelgas estaban ociosos, les
compró un par de docenas de palos de béisbol, y los guantes
correspondientes, y los invitó a jugar en terrenos baldíos. Para
quienes preferían jugar a los bolos, alquiló un local adecuado.
Esta
muestra de amistad por parte del Sr. Black logró lo que siempre
logra la amistad: engendró más amistad. Entonces los huelguistas
consiguieron escobas, palas y
carros, y comenzaron a
recoger los fósforos, papeles y colillas de cigarros en torno a la
fábrica. Imaginemos eso. Imaginemos a unos huelguistas dedicados a
limpiar el terreno de la fábrica mientras batallaban por salarios
más elevados y por el reconocimiento del sindicato. Jamás se había
producido un acontecimiento así en la larga y tempestuosa historia
de los conflictos obreros en los Estados Unidos. Esta huelga terminó
en menos de una semana con una transacción, y terminó sin rencores
ni malos sentimientos.
Daniel Webster, que parecía un dios y hablaba como Jehová, fue uno
de los abogados de mayor éxito; pero solía emitir sus argumentos más
poderosos con expresiones tan amables como éstas: "Al jurado
corresponde considerar", "Quizá valga la pena pensar en esto,
caballeros", "Aquí hay algunos hechos que espero no serán perdidos
de vista, caballeros", o "Ustedes, señores, con su conocimiento del
carácter humano, verán fácilmente el significado de estos hechos".
Nada de presión. Ni un intento de forzar las opiniones sobre los
demás. Webster utilizaba el método tranquilo, calmo, amistoso, y
esto contribuyó a hacerlo famoso.
Tal
vez no tenga usted que resolver una huelga o que dirigirse a un
jurado jamás, pero acaso quiera obtener una rebaja en el alquiler.
¿Le servirá entonces este método? Veamos.
O. L.
Straub, ingeniero, quería que le rebajaran el alquiler. Y sabía que
el dueño de casa era un hombre muy enérgico. En una conversación
ante nuestra clase relató:
"Escribí al dueño de casa notificándole que iba a dejar el
departamento tan pronto como expirara el contrato. La verdad es que
no quería mudarme de casa. Quería permanecer en ella, siempre que me
redujeran el alquiler. Pero la situación no ofrecía esperanzas.
Otros inquilinos lo habían intentado infructuosamente. Pero yo me
dije: `Estoy estudiando la manera de tratar con la gente, de modo
que puedo probarlo con él, para ver qué resulta'.
"El
dueño de casa y su secretario vinieron a verme tan pronto como
recibieron la carta.
"Los
recibí en la puerta con amistosa deferencia. Irradiaba buena
voluntad y entusiasmo. No empecé a hablar de lo elevado que era el
alquiler. Empecé hablando de lo mucho que me gustaba el
departamento. Fui caluroso en mi aprobación y generoso en mis
elogios'. Lo felicité por la forma en que se atendía a los
inquilinos y funcionaba la casa de departamentos, y agregué que me
encantaría poder seguir otro año allí, pero no me alcanzaba el
presupuesto.
"Es
evidente que jamás había tenido aquel hombre una recepción así de un
inquilino. No sabía qué pasaba. "Entonces empezó a narrarme sus
dificultades. Inquilinos quejosos. Uno había escrito catorce
cartas, varias de ellas insultantes. Otro amenazaba desconocer el
contrato a menos que el propietario prohibiera roncar al hombre que
vivía en el piso superior.
"-Qué
consuelo -dijo- es tener un inquilino como usted.
"Y
luego, sin que se lo pidiera yo, ofreció reducirme algo el alquiler.
Yo quería una rebaja mayor, de modo que indiqué la cifra que podía
pagar sin desequilibrar el presupuesto, y el dueño aceptó sin una
protesta.
"Cuando se marchaba, se volvió hacia mí y preguntó: "-¿Cómo quiere
que le decoremos el departamento? "Si yo hubiese tratado de obtener
una rebaja de alquiler por el método de los otros inquilinos, estoy
seguro de que habría tropezado con el mismo fracaso que ellos. El
triunfo se debió al método amistoso, de simpatía, de apreciación."
Dean
Woodcock, de Pittsburgh, Pennsylvania, es superintendente de un
departamento de la compañía eléctrica local. Se llamaba personal a
su cargo para reparar unos equipos en lo alto de un poste. Antes
este tipo de trabajo lo había realizado otro departamento, y hacía
poco que la responsabilidad había sido transferida a la sección de
Woodcock. Aunque sus hombres estaban preparados para hacerlo, era la
primera vez que los llamaban para hacer este tipo de reparaciones.
Todo el mundo en la compañía estaba interesado en ver cómo se las
arreglarían. El señor Woodcock, varios de sus funcionarios
subordinados y gente de otros departamentos fueron a ver la
operación. Se reunieron muchos autos y camiones, y una cantidad de
gente observaba a los dos hombres que habían subido al poste.
Woodcock vio que un hombre en la calle había salido de su auto con
una cámara y estaba tomando fotografías de la escena. El personal
de la compañía de electricidad es extremadamente sensible a las
relaciones públicas, y de pronto Woodcock comprendió cómo debía de
estar viendo el espectáculo el hombre de la cámara: exceso de
personal ocioso, docenas de personas sin hacer nada, mirando a dos
hombres que hacían su trabajo. Cruzó la calle y fue hacia el
fotógrafo.
-Veo
que está interesado en nuestra operación.
-Sí,
pero mi madre estará más interesada. Ella tiene acciones en la
compañía. Esto le abrirá los ojos. Incluso puede decidir que su
inversión fue imprudente. Desde hace años vengo diciéndole que en
compañías como la suya hay mucha gente ociosa. Esto lo prueba. Y es
posible que a los diarios también les interesen las fotos.
-Da
esa impresión, ¿no es cierto? Yo pensaría lo mismo en su caso. Pero
sucede que es una situación muy especial... -Y explicó de qué se
trataba: que era la primera salida de este tipo para su
departamento, y todos estaban interesados en ver los resultados, de
los ejecutivos para abajo. Le aseguró que bajo condiciones normales,
los dos hombres vendrían a trabajar solos. El fotógrafo bajó la
cámara, le dio la mano a Woodcock y le agradeció que se hubiera
tomado la molestia de explicarle la situación.
La
actitud amistosa de Dean Woodcock le ahorró a su compañía una mala
publicidad.
Otro
miembro de una de nuestras clases, Gerald H. Winn, de Littleron, New
Hampshire, nos contó cómo, mediante una actitud amistosa, obtuvo un
arreglo muy ventajoso en un caso de reclamo por daños.
-A
comienzos de la primavera -contó-, antes de que comenzara el
deshielo, hubo una tormenta especialmente fuerte, y el agua, que
normalmente se habría escurrido por los desagües, tomó otra
dirección al encontrar helados a éstos, y se introdujo en un lote
donde yo acababa de construir una casa.
"Al
no poder salir, el agua hizo presión contra los cimientos de la
casa. Se filtró bajo el piso de concreto del sótano, lo rajó, y el
sótano terminó inundado-. Esto arruinó la caldera y los
calentadores de agua. El costo de las reparaciones superaba los dos
mil dólares. Y yo no tenía seguro que cubriera este tipo de daños.
"No
obstante, descubrí que el dueño del lote había olvidado hacer un
drenaje cerca de la casa, que habría impedido que se produjera el
daño. Hice una cita para verlo. Durante el viaje de cuarenta
kilómetros hasta su oficina, pensé cuidadosamente en todos los
detalles de la situación, y recordé los principios que había
aprendido en este curso: decidí entonces que mostrar mi ira no
serviría de nada, como no fuera hacerme más difíciles las cosas.
Cuando llegué, me mantuve muy tranquilo, y comencé hablando de sus
recientes vacaciones al Caribe; después, cuando sentí que había
llegado el momento, le mencioné el `pequeño' problema de los daños
que había causado el agua. Accedió inmediatamente a pagar su parte
en los arreglos.
"Pocos días después me llamó para decirme que no sólo pagaría todo
el arreglo, sino que mandaría hacer un drenaje para impedir que
volviera a suceder algo parecido en el futuro.
"Aún
cuando la culpa era de él, si yo no hubiera empezado de un modo
amistoso, habría tenido muchas dificultades para lograr que pagara
una parte de los arreglos."
Hace
años, cuando yo era un niño que caminaba descalzo por los bosques
hasta una escuela campestre en el noroeste de Missouri, leí una
fábula acerca del sol y el viento. Discutieron ambos acerca de cuál
era más fuerte, y el viento dijo:
-Te
demostraré que soy el más fuerte. ¿Ves aquel anciano envuelto en una
capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú.
Se
ocultó el sol tras una nube y comenzó a soplar el viento, cada vez
con más fuerza, hasta ser casi un ciclón, pero cuanto más soplaba
tanto más se envolvía el hombre en la capa. Por fin el viento se
calmó y se declaró vencido. Y entonces salió el sol y sonrió
benignamente sobre el anciano. No pasó mucho tiempo hasta que el
anciano, acalorado por la tibieza del sol, se quitó la capa. El sol
demostró entonces al viento que la suavidad y la amistad son más
poderosas que la furia y la fuerza.
Los
beneficios de la suavidad y la amistad los demuestra cotidianamente
la gente que ha aprendido que una gota de miel captura más moscas
que un litro de hiel. F. Gale Connor, de Lutherville, Maryland, lo
comprobó cuando tuvo que llevar por tercera vez al taller del
concesionario a su auto de sólo cuatro meses de vida. Le contó a
nuestra clase:
-Ya
era evidente que hablar, razonar o gritarle a la gente de la
concesionaria no me daría una solución satisfactoria al problema.
"Entré al salón de exposición y pedí ver al dueño de la agencia, el
señor White. Tras una corta espera, me hicieron pasar a su oficina.
Me presenté, y le dije que había comprado mi auto en su agencia en
razón de las recomendaciones de amigos que habían hecho tratos con
él. Me habían dicho que los precios eran competitivos, y el servicio
excelente. Sonrió con satisfacción al escucharme. Después le
expliqué el problema que tenía con el departamento de servicio.
`Pensé que le interesaría enterarse de una situación que podría
empañar su buena reputación', le dije. Me agradeció que se lo
hubiera hecho notar, y me aseguró que no tendría más problemas. No
sólo se ocupó personalmente de mi caso, sino que además me prestó
un auto suyo para que usara mientras reparaban el mío."
Esopo
era un esclavo griego que vivió en la corte de Creso y que ideó
fábulas inmortales seiscientos años antes de Jesucristo. Pero las
verdades que enseñó acerca de la naturaleza humana son tan exactas
en Boston o en Birmingham ahora como lo fueron veinticinco-
siglos atrás en Atenas.