El
orador hábil obtiene "desde el principio una serie de Síes", como
respuesta. Con ello ha puesto en movimiento en la dirección
afirmativa, los procesos psicológicos de quienes lo escuchan. Es
como el movimiento de una bola de billar. Impúlsesela en una
dirección, y se necesita cierta fuerza para desviarla; mucha más
para enviarla de vuelta en la dirección opuesta.
"Son
muy claros aquí los patrones psicológicos. Cuando una persona dice
“No” y en realidad quiere decir “sí”,
ha hecho mucho más
que pronunciar una palabra de -dos letras. Todo su organismo
-glandular, nervioso, muscular- se aúna en un estado de rechazo.
Suele haber, en un grado diminuto pero a veces perceptible, una
especie de retirada física, o de prontitud para la retirada. Todo
el
sistema
neuromuscular, en suma, se pone en guardia contra la aceptación. Por
lo contrario, cuando una persona dice “Sí”, no se registra ninguna
de estas actividades de retirada. El organismo está en una actitud
de movimiento positivo, aceptable, abierta. Por ende, cuantos
más “Sí” podamos
incluir desde un comienzo, tanto más probable es que logremos captar
la atención del interlocutor para nuestra proposición final.
"Es
una técnica muy sencilla esta respuesta afirmativa.
¡Y cuán descuidada!
A menudo parece que la gente lograra un sentimiento de importancia
mediante el antagonismo inicial en una conversación.
"Si
hacemos que un estudiante, o un cliente, o un hijo, o un esposo, o
una esposa, diga “No” en un comienzo, necesitaremos la
sabiduría y la paciencia de los ángeles para transformar esa erizada
negativa en una afirmativa."
El
empleo de esta técnica del "sí, sí" permitió a James Eberson,
cajero del Greenwich Savings Bank, de Nueva York, obtener un nuevo
cliente que, en el caso contrario, se habría perdido.
"Este
hombre -relató Eberson- entró a abrir una cuenta, y yo le di la
solicitud acostumbrada para que la llenara. Respondió de buen grado
a algunas de las preguntas, pero se opuso rotundamente a responder a
otras.
"Antes de empezar mi estudio de las relaciones humanas, yo habría
dicho a este futuro cliente que si se
negaba a dar la información al
banco tendríamos que negarnos a aceptar su cuenta. Me avergüenza
confesar que en el pasado hice muchas veces tal cosa. Naturalmente,
un ultimátum como ese me daba la impresión de mi importancia.
Demostraba que yo era el que mandaba y que no se podían desobedecer
las reglas del banco. Pero esa actitud no causaba por cierto una
sensación de bienvenida y de importancia al hombre que entraba a
confiarnos sus depósitos.
"Esa
mañana resolví emplear el sentido común. Decidí no hablar de lo que
quería el banco sino de lo que quería el cliente. Y, sobre todo,
resolví lograr que me dijera `sí, sí' desde un principio. Convine
con él, pues. Le dije que la información que se negaba a dar no era
absolutamente necesaria.
"-Pero -agregué- supóngase que al morir tiene usted dinero en este
banco. ¿No le gustaría que lo transfiriéramos a su pariente más
cercano, que tiene derecho a ese dinero según la ley?
"-Sí,
es claro.
"-¿No
le parece, pues, que sería una buena idea darnos el nombre de su
pariente más cercano para que, en el caso de morir usted, podamos
cumplir sus deseos sin errores ni retrasos?
"-Sí
-dijo otra vez el hombre.
"Se
suavizó y cambió la actitud del cliente cuando comprendió que no
pedíamos la información para beneficio del banco sino para el suyo.
Antes de retirarse, este joven no solamente me dio una información
completa sino que, por indicación mía, abrió una cuenta auxiliar por
la cual designaba a su madre como beneficiaria de sus depósitos en
caso de muerte, y respondió con presteza a todas las preguntas
relativas a su madre.
"Comprobé que al hacerle decir `sí, sí' desde un comienzo, le había
hecho olvidar la cuestión principal y responder complacido todas las
cosas que yo quería."
"Había en mi territorio un hombre a quien nuestra compañía deseaba
vender motores -nos contaba otra vez el señor Joseph Allison,
vendedor de la Westinghouse. Mi predecesor lo había visitado
durante diez años sin conseguir nada. Cuando yo me hice cargo del
territorio seguí insistiendo durante tres años sin lograr nada. Por
fin, al cabo de trece años de visitas y esfuerzos, conseguimos
venderle unos pocos motores. Yo tenía la seguridad de que si esos
motores daban buen resultado nos compraría varios centenares. Estas
eran mis esperanzas.
"Yo
sabía que los motores darían resultado, de modo que cuando lo
visité, tres semanas más tarde, iba encantado de la vida.
"Pero
no me duró mucho el entusiasmo, porque el jefe de mecánicos de la
fábrica me recibió con este sorprendente anuncio:
"-Allison, no puedo comprarle más motores. "-¿Por qué? -inquirí
atónito.
"-Porque esos motores recalientan mucho. No se los puede ni tocar.
"Yo
sabía que de nada serviría discutir. Muchas veces lo había intentado
infructuosamente. Pensé, pues, en obtener por respuesta `sí, sí'.
"-Bien -dije-. Escuche, Sr. Smith: estoy en un todo de acuerdo con
usted. Si esos motores recalientan demasiado, no debe comprarnos
más. Debe tener motores que no se recalientan más de lo establecido
por los reglamentos de la Asociación Nacional de Fabricantes
Eléctricos. ¿No es así?
"Advirtió que era así. Ya había obtenido mi primer `sí'.
"-La
Asociación de Fabricantes Eléctricos dice en sus estipulaciones que
un motor debidamente construido puede tener una temperatura de 72
grados Fahrenheit sobre la temperatura ambiente. ¿Es así?
"-Sí
-convino-. Es así. Pero sus motores recalientan mucho más.
"No
discutí con él. Sólo le pregunté:
-¿Qué
temperatura hay en la sala de los motores? "-Ah -dijo-, unos 75
grados Fahrenheit.
-Bien. Si la sala está a 75 grados, y usted le agrega 72,
se
llega
a un total de 147 grados Fahrenheit. ¿No se quemaría la mano si la
pusiera usted bajo un chorro de agua caliente, a una temperatura de
147 grados Falurgnheit?
"Otra
vez se vio obligado a responder afirmativamente.
-¿No
sería una buena idea, pues, no poner la mano en esos motores?
-Sí
-me respondió-. Creo que usted tiene razón. "Continuamos un rato la
conversación, y por fin mi interlocutor llamó a su secretario y
concluyó conmigo un nuevo negocio para el mes siguiente.
"Necesité años de tiempo y mucho dinero en negocios perdidos antes
de aprender que discutir no da beneficios, que es mucho más
provechoso e interesante mirar las cosas desde el punto de vista del
interlocutor, y hacerle decir `sí, sí' desde un principio."
Eddie
Snow, patrocinador de nuestros cursos en Oakland, California,
cuenta cómo se volvió buen cliente de un negocio sólo porque el
propietario logró hacerle decir "sí, sí". Eddie se había interesado
en la caza con arco y flecha, y había gastado bastante dinero en la
compra de equipo en un negocio de artículos deportivos. En una
ocasión en que su hermano fue a visitarlo, quiso llevarlo de caza
con él, trató de alquilar un arco en este mismo negocio. El empleado
que atendió a su llamado telefónico
le
respondió, sin más, que no alquilaban arcos. De modo que Eddie llamó
a otro negocio. He aquí su relato de lo que pasó:
-Me
respondió un caballero muy agradable. Su respuesta a mi pedido de
alquiler fue totalmente diferente a la que había recibido en el otro
negocio. Me dijo que lamentablemente ya no alquilaban más arcos,
porque no les resultaba rentable. Después me preguntó si yo había
alquilado alguna vez un arco., Le dije que sí, que lo había hecho
años atrás. Me recordó que probablemente yo habría pagado entre 25 y
30 dólares por el alquiler. Volví a decir que sí. Entonces me
preguntó si yo era de
la
clase
de personas a las que les agrada ahorrar dinero. Naturalmente,
respondí que sí. Me explicó que tenían equipos de arcos con todos
los extras, en venta por 34,95 dólares. Yo podía comprarme un equipo
por sólo 4,95 más que lo que me costaría alquilarlo. Me explicó que
ése era el motivo por el que habían dejado de alquilar. ¿No me
parecía razonable? Mi respuesta, que volvió a ser afirmativa, llevó
a mi adquisición de un equipo, y cuando fui al local a retirarlo le
compré varios elementos más, y desde entonces he seguido siendo
cliente suyo.
Sócrates, "el tábano de Atenas", fue uno de los más grandes
filósofos que haya habido. Hizo algo que sólo un puñado de hombres
han podido lograr en toda la historia: cambió radicalmente todo el
curso del pensamiento humano, y ahora, veinticuatro siglos después
de su muerte, se lo honra como a uno de los hombres más hábiles para
persuadir a los demás.
¿Sus
métodos? ¿Decía a los demás que se equivocaban? Oh, no. Era
demasiado sagaz para eso. Toda su técnica, llamada ahora "método
socrático", se basaba en obtener una respuesta de "sí, sí". Hacía
preguntas con las cuales tenía que convenir su interlocutor. Seguía
ganando una afirmación tras otra, hasta que tenía una cantidad
de "síes" a su favor. Seguía preguntando, hasta que por fin, casi
sin darse cuenta, su adversario se veía llegando a una conclusión
que pocos minutos antes habría rechazado enérgicamente.
La
próxima vez que deseamos decir a alguien que se equivoca, recordemos
al viejo Sócrates y hagamos una pregunta amable, una pregunta que
produzca la respuesta: "Sí, sí".
Los
chinos tienen un proverbio lleno de la vieja sabiduría oriental: