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¡Bien lo sabía él! El narrador estaba sentado a mi derecha; y el Sr.
Frank
Gammond, viejo amigo mío, a mi izquierda. Gammond había dedicado
muchos años al estudio de Shakespeare. El narrador y yo convinimos
en someter la cuestión al señor Gammond. Este escuchó, me dio un
puntapié por debajo de la mesa, y dijo:
-Dale, este señor tiene razón. La cita es de la Biblia. En camino a
casa aquella noche dije al Sr. Gammond: -Frank, bien sabes que esa
cita era de Shakespeare. -Sí, es claro. Hamlet, acto V, escena 2.
Pero estábamos allí como invitados a una fiesta, querido Dale. ¿Por
qué demostrar a un hombre que se equivoca? ¿Has de agradarle con
eso? ¿Por qué no dejarle que salve su dignidad? No te pidió una
opinión. No le hacía falta. ¿Por qué discutir con él? Hay que evitar
siempre el ángulo agudo.
"Hay
que evitar siempre el ángulo agudo."
Ha muerto ya el hombre que dijo esto, pero la lección que me dio
sigue su curso.
Era
una lección muy necesaria para mí, un discutidor inveterado. En mi
juventud había discutido de todo con mi hermano. En el colegio
estudié lógica y argumentación, y participé en torneos de debate.
Posteriormente, en Nueva York, dicté cursos sobre debate y
argumentación; y una vez, me avergüenza confesarlo, pensé escribir
un libro sobre el tema. Desde entonces he escuchado, criticado,
participado y estudiado los efectos de miles de discusiones. Como
resultado de todo ello he llegado a la conclusión de que sólo hay un
modo de sacar la mejor parte de una discusión: evitarla. Evitarla
como se evitaría una víbora de cascabel o un terremoto.
Nueve
veces de cada diez, cuando termina la discusión cada uno de los
contendores está más convencido que nunca de que la razón está de su
parte.
No se
puede ganar una discusión. Es imposible porque, si se pierde, ya
está perdida; y si se gana, se pierde. ¿Por qué? Pues, suponga
usted que triunfa sobre el rival, que destruye sus argumentos y
demuestra que es non compos mentis. ¿Y qué? Se sentirá usted
satisfecho. Pero, ¿y él? Le ha hecho sentirse inferior. Ha
lastimado su orgullo. Ha hecho que se duela de ver que usted
triunfa. Y "un hombre convencido contra su voluntad sigue siendo de
la misma opinión".
Hace
años, un belicoso irlandés llamado Patrick J. O'Haire ingresó en una
de mis clases. Tenía poca instrucción pero ¡cómo le gustaba
discutir! Había sido chofer y se inscribió en mis cursos porque
trataba por entonces, sin mucho resultado, de vender camiones. Unas
pocas preguntas permitieron destacar el hecho de que no hacía más
que discutir y pelear con las personas a quienes quería vender sus
camiones. Si un presunto comprador decía algo en contra de los
camiones que vendía, Pat se enceguecía y se lanzaba al ataque. Él
mismo nos lo contaba:
-A
menudo he salido de la oficina de un futuro cliente diciéndome: Se
las he cantado claras a ese pajarraco. -Sí, es cierto que se las
había cantado claras, pero no le había vendido nada.
Mi
primer problema no fue el de enseñar a Patrick J. O'Haire a hablar.
Mi misión inmediata era enseñarle a abstenerse de hablar y evitar
las luchas verbales.
El
Sr. O'Haire es ahora uno de los mejores vendedores que tiene en
Nueva York la White Motor Company. ¿Cómo lo ha conseguido?
Escuchemos su relato:
"Si
entro ahora en la oficina de un presunto comprador y me dice:
"-¿Qué? ¿Un camión White? ¡No sirven para nada! Yo no usaría uno
aunque me lo regalaran. Voy a comprar un camión Tal.
"Yo
le respondo:
"-Amigo mío, escúcheme. El camión Tal es muy
bueno. Si lo compra no se
arrepentirá. Los camiones Tales son fabricados por una buena
compañía.
"El
presunto comprador queda sin habla entonces. Ya no hay terreno para
discutir. Si me dice que el Tal es el mejor camión, y yo asiento,
tiene que callarse. No se puede pasar el día diciendo: `Es el
mejor', cuando yo estoy de acuerdo. Abandonamos entonces el tema del
camión Tal y yo empiezo a hablar de las condiciones del camión
White.
"Hubo
una época en que si una persona me hubiera hablado así yo habría
perdido el tino. Habría empezado a discutir contra el Tal; y cuanto
más hablara tanto mas discutiría el comprador, en favor del rival; y
cuanto más discutiera el comprador, tanto más fácil sería a los
rivales vender su camión.
"Al
recordar ahora aquellas cosas, me pregunto cómo pude vender jamás un
camión. Perdí muchos años de vida por discutir y pelear. Ahora
cierro la boca. Da mejor resultado."
Ya lo
dijo Benjamín Franklin:
"Si discute usted, y pelea y contradice, puede lograr a veces un
triunfo; pero será un triunfo vacío, porque jamás obtendrá la buena
voluntad del contrincante."
Piense, pues, en esto. ¿Qué prefiere tener: una victoria académica,
teatral, o la buena voluntad de un hombre? Muy pocas veces obtendrá
las dos cosas.
El
diario
The
Boston Transcript
publicó una vez este
significativo epitafio en solfa:
Yacen
aquí los despojos de un pobre viajero. Murió defendiendo su derecho
de paso: Razón le sobraba, estaba en lo justo, lo cierto. Mas tan
muerto está como si hubiera errado.
Puede
tener usted razón, puede estar en lo cierto cuando discute; pero en
cuanto a modificar el criterio del contendor lo mismo sería que se
equivocara usted en los argumentos.
Frederick J. Parsons, consultor especializado en impuesto a la
renta, relataba que durante una hora estuvo discutiendo con un
inspector del gobierno sobre cuestión de impuestos: una partida de
nueve mil dólares. El Sr. Parsons sostenía que esos nueve mil
dólares eran en realidad una deuda incobrable, que jamás serían
percibidos y que no debían ser afectados por el impuesto.
-
¡Nada de deudas incobrables! -respondió el inspector-. Hay que
pagar el impuesto.
"Este
inspector -narraba el Sr. Parsons ante nuestra clase- era arrogante
y empecinado. Razonar con él estaba de más; señalar los hechos
también... Cuanto más discutíamos, tanto más empecinado se ponía.
Decidí entonces evitar la discusión, cambiar de tema, y hacerle ver
mi apreciación por su importancia.
"-Supongo -le dije- que este asunto es pequeño en comparación con
las decisiones realmente importantes y difíciles que tendrá que
adoptar usted tantas veces. -Yo he estudiado la cuestión impositiva,
pero sólo en los libros. Usted obtiene su conocimiento gracias a la
experiencia. A veces desearía tener un empleo como el suyo. Así
podría aprender muchas cosas.
"Dije
francamente lo que sentía al respecto. Pues bien: el inspector se
irguió en su silla, se echó hacia atrás y conversó largamente acerca
de su trabajo, de los hábiles fraudes que había descubierto. Su
tono se hizo gradualmente más amistoso; y por fin empezó a hablarme
de sus hijos. Al despedirse, me prometió espontáneamente que
estudiaría mejor mi problema y en pocos días me haría conocer su
decisión.
"Tres
días más tarde llamó a mi oficina y me informó que había decidido
dejar la declaración de impuestos tal como había sido formulada por
mí."
Este
inspector demostraba una de las debilidades humanas más comunes.
Quería sentirse importante; y mientras el Sr. Parsons argumentaba
con él, satisfacía ese deseo afirmando bruscamente su autoridad.
Pero tan pronto como se admitió su importancia y se detuvo la
discusión, cuando pudo revelar ampliamente su yo, se convirtió en un
ser humano lleno de simpatía y bondad.
Buda
dijo: "El odio nunca es vencido por el odio sino por el amor", y
un malentendido no termina nunca gracias una discusión sino gracias
al
tacto, la diplomacia, la
conciliación, y un sincero deseo de apreciar el punto de
vista
de los demás.
Lincoln reprendió cierta vez a un joven oficial del ejército porque
se había dejado llevar a una violenta controversia con un compañero.
Y Lincoln dijo así: "No debe perder tiempo en discusiones personales
la persona que está resuelta a ser lo más que pueda, y menos
todavía debe exponerse a las consecuencias, incluso la ruina de su
carácter y la pérdida de su serenidad. Ceded en las cosas grandes
sobre las cuales no podéis exhibir más que derechos iguales; y ceded
en las más pequeñas aunque os sean claramente propias. Mejor es dar
paso a un perro, que ser mordido por él al disputarle ese derecho.
Ni aun matando al perro se curaría de la mordedura".
En un artículo aparecido en "Bits and Pieces",
se publicaron algunas sugerencias para impedir que un desacuerdo
se transforme en una discusión:
Acepte el desacuerdo.
Recuerde el slogan: "Cuando dos socios siempre están de acuerdo, uno
de ellos no es necesario". Si hay algo que se le ha pasado por alto,
agradezca a quien se lo recuerde. Quizá este desacuerdo es su
oportunidad de corregirse antes de cometer un grave error.
Desconfíe de su primera impresión instintiva.
Nuestra primera reacción natural en una situación desagradable es
ponernos a la defensiva. Puede ser para peor, no para mejor.
Controle su carácter.
Recuerde que se puede medir la dimensión de una persona por lo que
la irrita.
Primero, escuche.
Dele
a su oponente la oportunidad de hablar. Déjelo terminar. No se
resista, defienda ni discuta. Eso sólo levanta barreras. Trate de
construir puentes de comprensión. No construya altos muros de
incomprensión.
Busque las áreas de acuerdo.
Una
vez que haya oído hasta el fin a su oponente, exponga antes que nada
los puntos y áreas en que están de acuerdo.
Sea
honesto.
Busque los puntos donde puede admitir
su
error, y hágalo. Discúlpese por
sus errores. Eso desarmará a sus oponentes y reducirá la actitud
defensiva.
Prometa
pensar y analizar con cuidado las ideas de sus oponentes.
Y
hágalo en serio. Sus oponentes pueden tener razón. Es mucho más
fácil, en este estadio, acceder a pensar en sus posiciones, antes
que avanzar a ciegas y verse después en una posición en que sus
oponentes puedan decir: "Quisimos decírselo, pero usted no escuchó".
Agradezca sinceramente a sus oponentes por su interés.
Cualquiera que se tome el trabajo de presentar y sostener objeciones
está interesado en lo mismo que usted. Piénselos como gente que
realmente quiere ayudarlo, y haga amigos de sus oponentes.
Posponga la acción de modo que ambos bandos tengan tiempo de
repensar el problema.
Sugiera realizar otra reunión más tarde ese mismo día, o al día
siguiente, para presentar nuevos datos. Al prepararse para esta
reunión, hágase algunas preguntas difíciles: ¿Tendrán razón mis
oponentes? ¿Tendrán parcialmente razón? ¿Su posición tiene bases o
méritos ciertos? ¿Mi reacción solucionará el problema, o sólo
impedirá mi frustración? ¿Mi reacción acercará o alejará de mí a
mis oponentes? ¿Mi reacción elevará la estima que me tiene la mejor
gente? ¿Ganaré o perderé? ¿Qué precio tendré que pagar por ganar?
¿Si no digo nada el desacuerdo se desvanecerá? ¿Esta ocasión tan
difícil es una oportunidad para mí?