Este
es el tiempo de la dramatización. No basta con decir una verdad. Hay
que hacerla vívida, interesante, dramática. El cine lo hace; la
televisión lo hace. Y usted
también tendrá que hacerlo si quiere llamar la atención. Los peritos
en arreglo de vidrieras conocen el gran poder de la dramatización.
Por ejemplo, los fabricantes de un nuevo veneno para ratas dieron a
los comerciantes una vidriera que contenía dos ratas vivas. La
semana en que se mostraron esas ratas, las ventas subieron cinco
veces por encima de lo normal.
Los
comerciales de televisión muestran abundancia de ejemplos del uso de
las técnicas dramáticas para vender productos. Siéntese una noche
delante de su televisor y analice lo que hacen los publicitarios en
cada una de sus presentaciones. Notará cómo un medicamento antiácido
cambia el color de un ácido en un tubo de ensayo, mientras el
producto de la competencia no lo hace, cómo una marca de jabón o
detergente limpia una camisa engrasada mientras otra marca la deja
grisácea. Verá un auto maniobrando a través de una serie de curvas y
obstáculos... lo cual es mucho mejor que simplemente oír cómo lo
dicen. Verá caras felices mostrando la satisfacción que dan una
cantidad de productos. Todo lo cual dramatiza, para los
espectadores, las ventajas de cualquier cosa que se venda... y logra
que la gente la compre.
Pueden dramatizarse las ideas en los negocios o en cualquier otra
área de la vida. Es fácil. Jim Yeamans, vendedor de la "NCR", una
fábrica de cajas registradoras de Richmond, Virginia, nos contó
cómo hizo una venta gracias a una demostración dramatizada.
-La
semana pasada visité a un almacenero del vecindario, y vi que la
caja registradora que usaba en su mostrador era muy anticuada. Me
acerqué entonces al dueño y le dije:
"-Usted está literalmente tirando centavos a la calle cada vez que
un cliente se pone en fila. -Y al decirlo arrojé hacia la puerta un
puñado de monedas. Capté su atención de inmediato. Las meras
palabras no le habrían resultado demasiado interesantes, pero el
sonido de las monedas en el piso despertó de veras su interés. Y
logré un pedido para reemplazar su vieja máquina."
También funciona en la vida doméstica. Cuando el novio clásico le
proponía matrimonio a su chica, ¿lo hacía con meras palabras?
¡Claro que no! Se ponía de rodillas. Eso significaba que hablaba en
serio. Ya no nos ponemos más de rodillas, pero muchos novios siguen
prefiriendo una atmósfera romántica antes de lanzar su gran
pregunta.
Dramatizar lo que queremos también da resultado con los niños. Joe
B. Fant, Jr., de Birmingham, Alabama, tenía dificultades para lograr
que su hijo de cinco años y su hija de tres recogieran los juguetes,
por lo que inventó un "tren". Joey era el maquinista (Capitán Casey
Jones) montado en su triciclo. Al triciclo se enganchaba el carrito
de Janet, y en poco rato ella cargaba todo el "carbón" sobre el
vagón, y después subía ella misma y su hermano la llevaba de paseo
por toda la casa. De este modo se juntaban todos los juguetes: sin
retos, amenazas ni discusiones.
Mary
Catherine Wolf, de Mishawaka, Indiana, tenía problemas en el
trabajo, y decidió hacerle una exposición de ellos a su patrón. El
lunes a la mañana pidió una entrevista, pero él le hizo decir que
estaba muy ocupado y que debería hacer una cita con la secretaria
para algún otro día de la semana. La secretaria le indicó que la
agenda del jefe estaba muy cargada, pero tratarían de hacerle un
lugarcito.
La
señorita Wolf describió lo que sucedió:
-No
recibí respuesta alguna de la secretaria durante toda la semana.
Cada vez que la interrogaba, me daba un motivo distinto por el que
mi jefe no podía atenderme. El viernes a la mañana fui otra vez, y
tampoco hubo nada definido. Yo realmente quería verlo y hablarle de
mis
problemas antes del fin de semana, así que me pregunté cómo podía
lograr enfrentarlo.
"Lo
que hice al fin fue esto. Le escribí una carta formal. En ella le
decía que entendía perfectamente lo ocupado que estaba durante la
semana. pero era importante que yo le hablara. Incluía un formulario
hecho por mí, y un sobre con mi nombre, y le pedía que por favor lo
llenara, o le pidiera a su secretaria que lo hiciera, y me lo
enviara. El formulario decía esto:
`Señorita Wolf: Podré verla el día ............... a la hora
.............. . Le concederé ............ minutos de mi tiempo.
"Puse
esta carta en su canasta de correspondencia a las 11 de la mañana. A
las 2 de la tarde miré mi correspondencia. Allí estaba mi sobre.
Había respondido diciendo que podría verme esa tarde, y me
concedería 10 minutos de su tiempo. Fui a verlo, hablamos durante
más de una hora, y mis problemas quedaron resueltos.
"Si
yo no hubiera dramatizado el hecho de que realmente quería verlo,
probablemente seguiría esperando que me diera una cita."
James
B. Boynton tuvo que presentar una vez un extenso informe sobre el
mercado. Su firma acababa de terminar un detallado estudio sobre una
conocida marca de crema facial. Se necesitaban sin tardanza datos
sobre la amenaza de una venta por debajo del costo; el cliente en
perspectiva era uno de los más grandes -y más formidables-
publicistas.
"La
primera vez que fui a verlo -admitió el Sr. Boynton- me encontré
desviado hacia una inútil discusión de los métodos empleados en la
investigación. Discutimos. El hombre me dijo que me equivocaba, y yo
traté de demostrar que no.
"Gané
finalmente la discusión, y quedé satisfecho en cuanto a eso, pero
terminó la entrevista y yo no había conseguido resultado alguno.
"La
segunda vez no me preocupé por tablas de cifras y datos. Dramaticé
los hechos.
"Al
entrar en el despacho de este hombre lo vi hablando por teléfono.
Mientras él seguía la conversación abrí una valija y puse treinta y
dos frascos de crema facial sobre su escritorio. Eran productos
conocidos por él, competidores del suyo.
"En
cada frasco había puesto una etiqueta que exponía brevemente los
resultados de la investigación comercial. Y cada una daba con
brevedad, dramáticamente, una historia del caso.
"Ya
no hubo discusiones. Yo presentaba algo nuevo, diferente. El cliente
tomó uno y después otro de los frascos y leyó las informaciones de
las etiquetas. Se produjo una amistosa conversación. Me hizo muchas
preguntas, intensamente interesado. Me había concedido sólo diez
minutos para exponer mis hechos, pero pasaron los diez, y veinte, y
cuarenta, y al cabo de una hora seguíamos hablando.