"Cuando tenía ocho anos y me encontraba un fin de semana de visita
en casa de mi tía Libby Linsley, en Stratford, sobre el Housatonic
-escribe Phelps en su ensayo sobre `Human Nature'-, llegó una noche
un hombre maduro, y después de una cortés escaramuza verbal con mi
tía volcó su atención en mí. Por aquel entonces me entusiasmaban los
botes y los barcos, y el visitante trató este tema de una manera que
me pareció sumamente interesante. Cuando se retiró, hablé de él con
entusiasmo. ¡Qué hombre! ¡Y cómo se interesaba por la navegación! Mi
tía me informó que era un abogado de Nueva York; que no tenía
interés alguno en botes ni en barcos. Pero, ¿por qué no hizo más que
hablar de botes?
"-Porque es un caballero
-respondió mi tía-.
Advirtió que te interesaban los botes, y habló de las cosas que
sabía te interesarían y agradarían. Quiso hacerse agradable.
"Nunca olvidé las palabras de mi tía."
Al
escribir este capítulo tengo a la vista una carta de Edward L.
Chalif, quien se dedicó activamente a la obra de los boy-scouts.
"Un
día -escribía el Sr. Chalif- comprobé que necesitaba un favor. Se
estaba por realizar una gran convención de boy-scouts en Europa, y
quería que el presidente de una de las más grandes empresas del
país pagara los gastos de viaje de uno de nuestros niños.
"Afortunadamente, poco antes de ir a ver a este hombre, supe que
había extendido un cheque por un millón de dólares y que, después de
pagado, y cancelado, le había sido devuelto para que lo pusiera en
un marco.
"Lo
primero que hice cuando entré a su despacho fue pedirle que me
mostrara ese cheque. ¡Un cheque por un millón de dólares! Le dije
que no sabía de otra persona que hubiera extendido un cheque por
esa suma, y que quería contar a mis niños que había visto un cheque
por un millón. Me lo mostró de buena gana; yo lo admiré y le pedí
que me dijera cómo había llegado a extenderlo."
Ya
habrá notado usted, ¿verdad?, que el Sr. Chalif no empezó a hablar
de los boy-scouts ni de la convención en Europa, ni de lo que él
quería. Habló sobre lo que interesaba al interlocutor. Veamos el
resultado:
"Por
fin, el hombre a quien entrevistaba me dijo: "-Ah, ahora que
recuerdo. ¿Para qué vino a verme?
"Se
lo dije. Y con gran sorpresa mía, no solamente accedió
inmediatamente a lo que le solicitaba, sino que concedió mucho más.
Yo le pedía que enviara un solo niño a Europa, y en cambio él
decidió enviar a cinco niños, y a mí mismo; me entregó una carta de
crédito por mil dólares y me pidió que nos quedáramos siete semanas
en Europa. Además, me dio cartas de presentación para los jefes de
sus sucursales, a fin de que se pusieran a nuestro servicio; y él
mismo nos recibió en París y nos mostró la ciudad. Desde entonces ha
dado empleo a algunos de nuestros niños cuyos padres estaban
necesitados; y no ha dejado de favorecer jamás a nuestro grupo.
"Pero
bien sé que si yo no hubiese descubierto primero el interés
principal de este hombre, y no le hubiera hablado de ello, no lo
habría encontrado tan fácil de convencer."
¿Es
valiosa esa técnica para emplearla en los negocios? Veamos. Tomemos
el ejemplo de Henry G. Duvernoy, de la empresa Duvernoy & Sons, una
de las mejores panaderías de Nueva York.
El
Sr. Duvernoy quería vender pan a cierto hotel de la ciudad. Durante
cuatro años había visitado al cliente todas las semanas. Asistía a
las mismas fiestas que. el gerente. Le hablaba en todas
partes. Hasta tomó habitaciones en el hotel y vivió allí para
tratar de hacer el negocio. Pero todo sin resultado.
"Entonces -nos dijo el Sr. Duvemoy- estudié relaciones humanas y
resolví cambiar de táctica. Decidí investigar qué interesaba a este
hombre, qué despertaba su entusiasmo.
"Descubrí que pertenecía a una sociedad de hoteleros llamada Hotel
Greeters. No solamente pertenecía a ella sino que, merced a su gran
entusiasmo, se le había llevado a la presidencia de la
organización, y también a la de la entidad internacional. En
cualquier parte donde se efectuaran las convenciones, este hombre
asistía siempre, aunque tuviese que volar sobre montañas o cruzar
desiertos y mares.
"Así
pues, apenas lo vi, al día siguiente, empecé a hablarle de la
entidad. ¡Qué respuesta obtuve! Me habló durante media hora acerca
de aquel tema, vibrante de entusiasmo. Advertí fácilmente que esta
sociedad era su pasatiempo, la pasión de su vida. Antes de salir de
su oficina ya me había "convencido" de que fuera socio de su
organización.
"Pero
yo no había hablado una palabra del pan. Y unos días más tarde un
empleado del hotel me habló por teléfono para que enviara muestras y
precios de nuestro producto.
"-No
sé -me dijo el empleado- qué ha hecho con el gerente. Pero lo cierto
es que está encantado con usted. " ¡Imagínense! Durante cuatro años
había perseguido a aquel gerente procurando que me comprara nuestros
productos, y todavía lo seguiría buscando si por fin no me hubiese
tomado el leve trabajo de saber qué le interesaba y de qué le
gustaba hablar."
Edward E. Harriman, de llagerstown, Maryland, decidió vivir en el
hermoso Valle Cumberland de Maryland después de completar su
servicio militar. Lamentablemente, en aquel momento había pocos
empleos disponibles en la zona. Una pequeña investigación sacó a
luz el hecho de que muchas empresas de la región eran propiedad de
un hombre que había triunfado espectacularmente en el mundo de los
negocios, R. J. Funkhouser, cuyo ascenso de la pobreza a la
opulencia intrigó al señor Harriman. No obstante, este empresario
tenía fama de inaccesible para la gente que buscaba empleo. El
señor Harriman nos escribió:
"Entrevisté a bastante gente, y descubrí que todos los intereses de
Funkhouser estaban concentrados en su
actividad tras el poder y
el dinero. Como se protegía de la gente como yo por medio de una
secretaria leal y severa, estudié los intereses y objetivos de
ella, y recién entonces hice una visita sin anuncio previo a su
oficina. Desde hacía unos quince años esta mujer había sido el
satélite que giraba en la órbita del señor Funkhouser. Cuando le
dije que tenía una proposición para él que podía resultar en un
crédito financiero y político, se interesó. También conversé con
ella sobre su participación constructiva en el éxito de su patrón.
Después de esta conversación, me concedió una cita con Funkhouser.
"Entré en su enorme e impresionante oficina decidido a no pedir
directamente un empleo. El hombre estaba sentado detrás de un
gigantesco escritorio, y no bien me vio, tronó:
"-¿Qué pasa con usted, jovencito?
"-Señor Funkhouser -le dije-, creo que puedo hacerle ganar dinero.
"Inmediatamente se levantó y me invitó a sentarme en uno de los
sillones. Le hice una lista de mis ideas y también de los
antecedentes personales que me ponían en condiciones de hacer
realidad esas ideas, subrayando los aspectos en que podrían
contribuir a su éxito personal y al de sus empresas.
`R.
J.', como llegué a conocerlo después, me contrató al instante, y
durante veinte años he trabajado para él, y he prosperado junto. con
sus empresas."