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Capitulo III

Neale Donald Walsch

 

Bueno. Tengo un centenar de preguntas. Un millar. Un millón. Y el problema es que no sé por donde empezar.

 Simplemente haz una lista con las preguntas, y empieza por cualquiera de ellas. Hazlo ahora mismo. Haz una lista con las preguntas que se te ocurran.

 De acuerdo. Algunas de ellas van a parecer bastante simples, bastante plebeyas.

 Deja de formular juicios contra ti mismo. Simplemente haz la lista.

 Conforme. Bueno, aquí están las que se me ocurren en este momento.

1.       ¿Cuándo “despegará” finalmente mi vida? ¿Qué necesita para “entrar en razón” y alcanzar un mínimo de éxito? ¿Terminará alguna vez esta lucha?

2.       ¿Cuándo aprenderé lo bastante sobre las relaciones para que las mías vayan como la seda? ¿Hay alguna manera de ser feliz en las relaciones? ¿Tienen que suponer siempre un reto constante?

3.       ¿Por qué parece que nunca en mi vida puedo conseguir dinero suficiente? ¿Estoy destinado a apretarme el cinturón y pasar apuros económicos durante el resto de mi vida? ¿Qué es lo que me impide realizar mi pleno potencial en este aspecto?

4.       ¿Por qué no puedo hacer lo que realmente quiero hacer con mi vida y a pesar de ello ganar lo suficiente para vivir?

5.       ¿Cómo puedo resolver algunos de los problemas de salud que padezco? He sido víctima de bastantes problemas crónicos durante toda mi vida. ¿Por qué los sigo teniendo?

6.       ¿Cuál es la lección kármica que se supone que debo asimilar aquí? ¿Qué intento aprender?

7.       ¿Hay algo parecido a la reencarnación? ¿Cuántas vidas anteriores he tenido? ¿Qué fui en ellas? ¿Es real la “deuda kármica”?

8.       A veces tengo la sensación de ser un médium. ¿Existe algo parecido a “ser un médium”? ¿Lo soy yo? La gente que afirma que lo es ¿”pacta con el diablo”?

9.       ¿Es correcto ganar dinero haciendo el bien? Si yo decido realizar una obra de reconciliación en el mundo - la obra de Dios -, ¿puedo hacerlo y, a la vez, disfrutar de abundancia económica? ¿O bien ambas cosas son mutuamente excluyentes?

10.   ¿Es bueno el sexo? ¡Vamos que cual es el meollo de esta experiencia humana! ¿El objetivo del sexo es puramente la procreación, como afirman algunas religiones?  ¿Es cierto que la santidad y la iluminación se obtienen mediante la negación - o transmutación - de la energía sexual? ¿Es correcto practicar el sexo sin amor? La sensación física ¿es suficiente razón para justificarlo?

11.   ¿Por qué hiciste del sexo una experiencia humana tan buena, tan impresionante y tan poderosa, si todo lo que debemos hacer es apartarnos de él todo lo posible? ¿Qué pasa? En este sentido, ¿por qué todas las cosas divertidas “o engordan o son pecado”?

12.   ¿Hay seres vivos en otros planetas? ¿Nos han visitado? ¿Nos están observando? ¿Veremos alguna evidencia - irrefutable e indiscutible - de vida extraterrestre durante nuestra vida? ¿Cada forma de vida tiene su propio Dios? ¿Y tú eres el Dios de todas ellas?

13.   ¿Se realizará alguna vez la utopía en el planeta tierra? ¿Se mostrará  alguna vez Dios a las gente de la Tierra, como prometió? ¿Habrá algo parecido a la Segunda Venida? ¿Habrá alguna vez un Fin del Mundo, o un apocalipsis, tal como lo profetiza la Biblia? ¿Hay una religión que sea la verdadera? Y si es así, ¿cuál de ellas?

14.   Estas son algunas de mis preguntas. Como he dicho, tengo centenares más. Algunas de ellas me resultan embarazosas: me parecen propias de alguien inmaduro. Pero, por favor, contéstamelas una por una, y “hablemos” de ellas.

Bueno. Ahora empezamos. No te disculpes por estas preguntas. Son preguntas que hombres y mujeres se han estado formulando durante cientos de años. Si las preguntas fueran tan tontas, no serían formuladas por una generación tras otra. Así que vayamos a la primera de ellas.

He establecido Leyes en el universo que te permiten tener - crear - exactamente lo que quieras. Dichas Leyes no pueden ser violadas, ni pueden ser ignoradas. Estás obedeciendo esas Leyes ahora mismo, incluso mientras escribes esto. No puedes dejar de cumplirlas, pues es así como funcionan las cosas. No puedes apartarte de ellas; no puedes actuar al margen de ellas.

 

Cada minuto de tu vida has estado actuando dentro de ellas; y, así, todo lo que has experimentado lo has creado tú.

Formas sociedad con Dios. Compartimos un convenio eterno. Mi compromiso para contigo consiste en darte siempre lo que me pidas. Tú compromiso consiste en pedírmelo; en entender el proceso de la petición y la concesión. Ya te he explicado antes este proceso. Lo haré de nuevo, para que lo entiendas de una manera clara.

Eres un ser triple.  Te compones de cuerpo, mente y espíritu.  También puedes denominarlo lo físico, lo no-físico y lo meta-físico. Esta es la Santa Trinidad, y se la ha llamado de muchas maneras.

Lo mismo que tú eres, también Yo lo soy. Me manifiesto como Tres-En-Uno. Algunos de vuestros teólogos lo han llamado Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Vuestros psiquiatras han reconocido también este triunvirato, y lo han llamado “consciente”, “subconsciente” y “superconsciente”.

Vuestros filósofos lo han llamado el “ello”, el “yo” y el “super-yo”.

La ciencia lo llama “energía”, “materia” y “antimateria”.

Los poetas hablan de “mente”, “corazón” y “alma”.. Los pensadores de la Nueva Era aluden a “cuerpo”, “mente” y “espíritu”.

Vuestro tiempo se divide en “pasado”, “presente” y “futuro”. ¿No podría ser lo mismo que “subconsciente”, “consciente” y “superconsciente”?

El espacio se divide igualmente en tres categorías: “aquí”, “allí” y “el espacio intermedio”.

Definir y describir este “espacio intermedio” resulta difícil, escurridizo. En el momento en que empiezas a definirlo o describirlo, el espacio que describes se convierte en “aquí” o “allí”. Sin embargo, sabemos que este “espacio intermedio” existe. Es lo que mantiene al “aquí” y al “allí” en su sitio; del mismo modo que el eterno ahora mantiene al “antes” y al “después” en su sitio.

Estos tres aspectos de tu ser son, en realidad, tres energías. Podrías llamarlas pensamiento, palabra y acción. Las tres juntas producen un resultado; lo que, en vuestro lenguaje y según vuestros conocimientos, se denomina un “sentimiento”, o “experiencia”.

Tu alma (subconsciente, ello, espíritu, pasado, etc.) es la suma total de todos los sentimientos que has tenido (creado). Tu consciencia de algunos de ellos se denomina “recuerdo”. Cuando tienes un recuerdo, se habla de re-membrar. Es decir, juntar de nuevo. Reunir de nuevo las partes.

Cuando reúnas de nuevo todas tus partes, habrás re-membrado Quien Realmente Eres.

El proceso de creación se inicia con el pensamiento; una idea, concepto o imagen mental. Todo lo que ves fue una vez idea de alguien. Nada existe en vuestro mundo que no haya existido antes como pensamiento puro.

Eso es cierto también respecto al universo.

El pensamiento es el primer nivel de la creación.

A continuación viene la palabra. Todo lo que se dice es pensamiento expresado. Es creador, y emite energía creadora al universo. Las palabras son más dinámicas (por lo tanto, algunas pueden ser más creadoras) que el pensamiento, puesto que las palabras constituyen un nivel de vibración distinto de el del pensamiento. Trastornan (cambian, alteran, afectan) al universo, causando un gran impacto.

Las palabras constituyen el segundo nivel de la creación.

A continuación viene la acción.

Las acciones son palabras en movimiento. Las palabras son pensamientos expresados. Los pensamientos son ideas formadas. Las ideas son energías reunidas. Las energías son fuerzas liberadas. Las fuerzas son elementos existentes. Los elementos son partículas de Dios, porciones del Todo, la sustancia de todo.

El principio es Dios. El final es la acción. La acción es Dios creando, o Dios experimentando.

Tu pensamiento acerca de ti mismo es que no eres lo bastante bueno, lo bastante maravilloso, lo bastante puro, para ser una parte de Dios, para formar sociedad con Dios. Has negado durante tanto tiempo Quien Eres, que lo has  olvidado.

Esto no ha ocurrido por azar; no es por casualidad. Forma parte de un plan divino, puesto que no podrías afirmar, crear ni experimentar Quien Eres, si ya lo fueras. Primero era necesario que rompieras (negaras, olvidaras) tu vínculo conmigo, con el fin de experimentarlo plenamente mediante su creación plena, mediante su surgimiento, ya que tu más grandioso deseo - y Mí más grandioso deseo - era que te experimentaras a ti mismo como la parte de Mí que eres. Así pues, estás en proceso de experimentarte  a ti mismo  creándote a ti mismo de nuevo en cada momento. Al igual que Yo lo estoy; a través tuyo.

¿Ves la sociedad? ¿Comprendes sus implicaciones? Se trata de una sagrada colaboración; realmente, de una sagrada comunión.

Así, tu vida “despegará” cuando decidas que lo haga. Hasta ahora no lo has decidido. Te has entretenido, lo has aplazado, has protestado. Ahora es el momento de que produzcas lo prometido. Para hacerlo, debes creer la promesa, y vivirla. Debes vivir la promesa de Dios.

La promesa de Dios es que tú eres Su hijo. Su descendencia. Su semejante. Su igual.

¡Ah!... aquí es donde el asunto se complica. Puedes aceptar lo de “Su hijo”, “descendencia” y “semejante”, pero rechazas ser llamado “Su igual”. Aceptar eso es demasiado. Demasiada grandeza, demasiado asombroso; demasiada responsabilidad, puesto que, si eres igual a Dios, eso significa que nada se te da a ti, sino que todo es creado por ti. Ya no puede haber víctimas ni malvados; sólo resultados de tu pensamiento respecto a algo.

Te lo aseguro: todo lo que ves en tu mundo es el resultado de tu idea sobre ello.

¿Quieres que tu vida “despegue” realmente? Entonces, cambia tu idea sobre ella. Sobre ti. Piensa, actúa y habla como el Dios que Eres.

Por supuesto, eso te alejará de muchos - de la mayoría - de tus semejantes. Te llamarán loco. Te acusarán de blasfemo. Finalmente se hartarán de ti, y tratarán de crucificarte.

Actuarán así, no porque piensen que tu vives en un mundo producto de tus propias ilusiones (la mayoría de los hombres son lo bastante amables como para permitirte tus diversiones privadas), sino porque, antes o después, otros se sentirán atraídos por tu verdad, por las promesas que ésta encierra para ellos.

Y es en este momento cuando intervendrán tus semejantes, porque será en este momento cuando empezarás a representar una amenaza para ellos, ya que  tu sencilla verdad, sencillamente vivida, ofrecerá más belleza, más bienestar, más paz, más alegría y más amor hacia uno mismo y hacia los demás que todo lo que tus colegas terrenales puedan idear.

Y adoptar esa verdad significaría el fin de sus costumbres. Significaría el fin del odio y el temor, de la guerra y la intolerancia. El fin de todas las condenas y asesinatos que se han cometido en Mi nombre. El fin de “la ley del más fuerte”. El fin de la lealtad y el homenaje por el temor. El fin del mundo tal como lo conocéis; y como vosotros lo habéis creado hasta ahora.

De modo que estáte preparada, alma buena; puesto que serás vilipendiada y despreciada, insultada y abandonada, y finalmente te acusarán te juzgarán y te condenarán - todo ello a su manera - desde el momento en que aceptes y adoptes tu sagrada causa: la realización del Yo.

Entonces, ¿por qué hacerlo?

Porque ha dejado de preocuparte la aceptación o aprobación del mundo. Ha dejado de satisfacerte lo que ésta te ha aportado Ha dejado de complacerte lo que les ha dado a otros. Quieres que cese el dolor, que cese el sufrimiento; que termine la ilusión. Estás harto de este mundo tal como es actualmente. Aspiras a un mundo nuevo.

Deja de aspirar a él. Ahora, haz que surja.

     

¿Puedes ayudarme  a entender mejor cómo hacerlo?

 

Sí. Fíjate primero en tu Más Alto Pensamiento sobre ti mismo. Imagina cómo serías si vivieras ese pensamiento cada día. Imagina lo que pensarías, harías y dirías, y como responderías a lo que los demás hicieran o dijeran.

¿Ves alguna diferencia entre esta proyección y lo que piensas, haces y dices ahora?

 Sí. Veo una gran diferencia.

 Bueno. Debes verla, puesto que sabemos que en este momento no estás viviendo tu más alta visión de ti mismo. Ahora bien, una vez vistas las diferencias entre donde estás y dónde quieres estar, empieza a cambiar - cambiar conscientemente - tus pensamientos, palabras y acciones, igualándolos con tu magnífica visión.

Esto requerirá un esfuerzo físico y mental tremendo. Supondrá un control constante, momento a momento, de cada pensamiento, palabra y acto. Implicará una continua - y consciente - toma de decisiones. Todo el proceso constituye un enorme desplazamiento hacia la consciencia. Lo que descubrirás si afrontas este reto es que has pasado la mitad de tu vida inconsciente. Es decir, ignorante a nivel consciente de lo que has decidido en cuanto a pensamientos, palabras y actos hasta que has experimentado sus consecuencias; y entonces, cuando has experimentado dichos resultados, has negado que tus pensamientos, palabras y actos tuvieran algo que ver con ellos.

Se trata de una invitación a abandonar esta vida inconsciente. De un reto al que tu alma ha aspirado desde el principio de los tiempos.

 Ese continuo control mental parece que haya de ser terriblemente agotador.

 Puede serlo, hasta que se convierta en una segunda naturaleza. En realidad, es tu segunda naturaleza. Tu primera naturaleza consiste en amar incondicionalmente. Tu segunda naturaleza consiste en decidir expresar tu primera naturaleza, tu verdadera naturaleza, conscientemente.

 Perdona, pero esa especie de control constante sobre lo que pienso, digo y hago, ¿no me convertirá en una persona “sosa”? 

En absoluto. Distinta sí; “sosa” no. ¿Era “soso” Jesús? No creo que lo fuera. ¿Resultaba aburrido estar junto a Buda? La gente se congregaba a su alrededor, suplicaba poder hallarse en su presencia. Nadie que haya llegado a ser un Maestro es aburrido. Quizás sea poco corriente; quizás sea extraordinario; pero nunca “soso”.

Así pues: ¿quieres que tu vida “despegue”? Empieza a imaginártela del modo como quieras que sea, y trata de alcanzarlo. Examina cada pensamiento, palabra y obra que no se muestren en armonía con esa idea, y aléjalos de ti.

Cuando tengas un pensamiento que no cuadre con tu más alta visión, cámbialo por otro nuevo, inmediatamente. Cuando digas algo que no se ajuste a tu más grandiosa idea, toma nota de no volver a decir de nuevo nada semejante. Cuando hagas algo que no cuadre con tu mejor intención, decide que esa sea la última ves que lo haces. Y siempre que puedas, haz el bien sin mirar a quién.

 Ya he oído eso antes, y siempre he estado en contra, pues me parece poco honesto. Quiero decir que, si estás enfermo, no puedes admitirlo. Si estás sin blanca, no puedes decirlo. Si estás enfadado, no puedes demostrarlo. Eso me recuerda el chiste de las tres personas que van al infierno: un católico, un judío y un filósofo de la Nueva Era. El diablo le dice al católico, burlonamente: “¿Qué? ¿Cómo va el calor?”. Y el católico le responde compungido: “Me lo tomo como un sacrificio”. A continuación, le pregunta al judío: “¿Y qué otra cosa podía esperar, sino otro infierno?”. Finalmente, el diablo se dirige al filósofo de la Nueva Era: “¿Qué tal el calor?”; a lo que éste responde, sudando: “¿Calor? ¿Qué calor?”.

 Es un buen chiste. Pero Yo no estoy hablando de ignorar el problema, o de pretender que no existe. Estoy hablando de observar la circunstancia, y luego formular tu más alta verdad respecto a ella.

Y si estas sin blanca, pues estás sin blanca. Es absurdo mentir acerca de eso, y tratar de inventarse un cuento para no admitirlo. Pero es tu pensamiento acerca de ello - “estar sin blanca es malo”, “estar sin blanca es horrible”, “soy una mala persona, puesto que la buena gente que trabaja duro y realmente se esfuerza nunca está sin blanca”, etc. - el que determina cómo experimentas la “situación-de-estar-sin-blanca”. Son tus palabras acerca de ello - “estoy sin blanca”, “no tengo ni un duro”, “no tengo dinero” - las que dictaminan cuánto tiempo seguirás estando sin blanca. Son tus actos en relación a esta situación - compadeciéndote a ti mismo, dejándote abatir, no tratando de buscar una salida; porque, de todos modos, ¿para qué? - los que, a la larga,  crean tu realidad.

Lo primero que has de entender respecto al universo es que ninguna circunstancia es “buena” o “mala”. Simplemente es. De modo que deja de hacer juicios de valor.

Lo segundo que has de saber es que todas las circunstancias son transitorias. Nada se mantiene igual, nada permanece estático. De que manera cambie, es algo que depende de ti.

Perdona, pero voy a interrumpirte de nuevo. ¿Y la persona que cae enferma, pero cuya fe mueve montañas, y - por lo tanto - piensa, dice y cree que va a ponerse mejor... pero se muere seis meses después? ¿Cómo encaja eso con todo este pensamiento positivo y acción afirmativa?

 

Eso está bien. Me planteas preguntas difíciles. No tomas mis palabras a la ligera. Más adelante habrás de tomar mis palabras a la ligera, debido a que al final verás que podemos estar discutiendo interminablemente, tu y Yo, hasta que no quede otra cosa que hacer sino “intentarlo o rechazarlo”. Pero este momento aún no ha llegado. Así pues, sigamos con el diálogo; sigamos hablando.

Una persona que tiene una “fe que mueve montañas” y muere seis meses después, ha movido montañas durante seis meses. Puede que eso haya sido suficiente para ella. Puede que haya decidido, en la última hora del último día: “Bueno. Ya tengo suficiente. Estoy dispuesto a pasar a otra aventura”. Tú no puedes conocer su decisión, puesto que es posible que no te lo haya dicho. Lo cierto es que puede haber tomado esta decisión bastante antes - días o semanas antes - y no haberte dicho nada.

Habéis creado una sociedad en la que no se está de acuerdo con que uno quiera morir; en la que no se está de acuerdo con que uno esté de acuerdo con la muerte. Puesto que tú no quieres morir, no puedes imaginar que nadie quiera morir, independientemente de su situación o sus circunstancias.

Sin embargo, hay muchas situaciones en las que la muerte resulta preferible ala vida, y que sé que puedes imaginar si piensas en ello sólo un momento. Sin embargo, esas verdades no se te ocurren - no resultan patentes - cuando te hayas ante alguien que decide morir. Y la persona agonizante lo sabe. Puede percibir el nivel de aceptación que hay entre los que  le rodean respecto a su decisión.

¿Te has fijado alguna vez en cuánta gente espera a que la habitación en la que se encuentra se halle vacía para morirse? Algunos incluso les han dicho a sus seres queridos: “Vete tranquilo. Ve a comer algo”, o bien: “Ve a dormir. Estoy bien. Nos veremos mañana”. Y luego, cuando sus fieles custodios los han abandonado, lo mismo hace el alma con el cuerpo del custodiado.

Si les dijeran a sus amigos y parientes allí reunidos: “Simplemente quiero morir”, ellos les responderían: “¡Oh!, ¡No digas eso!”, o bien: “¡No hables de ese modo!”, o bien: “¡Resiste!”, o bien: “¡Por favor, no me dejes!”.

Todo el estamento médico en su conjunto ha sido formado para mantener a la gente con vida, pero no para proporcionarle los medios para que pueda morir con dignidad.

Fíjate en que para un médico o una enfermera la muerte es un fracaso. Para un amigo o un pariente, es un desastre. Sólo para el alma la muerte es un alivio, una liberación.

El mayor regalo que se puede hacer a los moribundos es dejarles morir en paz; no pensar que deben “resistir”, o seguir sufriendo, o preocuparse por uno en ese paso crucial en sus vidas.

Muy a menudo, eso es lo que ha ocurrido en el caso del hombre que dice que va a vivir, cree que va a vivir, e incluso reza para vivir: que, al nivel del alma, ha “cambiado su mentalidad”. Ha llegado el momento de dejar que el cuerpo deje libre el alma para otras ocupaciones. Cuando el alma toma esta decisión, nada puede hacer el cuerpo para cambiarla. Nada que la mente piense puede alterarla. Es en el momento de la muerte cuando aprendemos quién lleva la voz cantante en el triunvirato cuerpo-alma-mente.

Durante toda tu vida crees que tú eres tu cuerpo. Alguna vez piensas que eres tu mente. Pero es en el momento de tu muerte cuando descubres Quien Eres Realmente.

Ahora bien, también ocurre a veces que el cuerpo y la mente no escuchan al alma. Eso crea también la situación que tú describes. Lo que más difícil le resulta hacer a la gente es escuchar a su alma (fíjate que pocos lo hacen).

Sucede, pues, que el alma decide que es el momento de abandonar el cuerpo. El cuerpo y la mente - siempre criados del alma - lo saben, y se inicia el proceso de liberación. Pero la mente (el yo) no quiere aceptarlo. Después de todo, supone el fin de su existencia. Entonces, ordena al cuerpo que resista frente a la muerte, lo que éste hace con mucho gusto, pues tampoco quiere morir. El cuerpo y la mente (el yo) reciben un gran estímulo y grandes elogios por ello del mundo exterior, el mundo de su creación. Así, la estrategia se confirma.

Ahora bien, en este momento todo depende de hasta qué punto el alma quiere salir. Si no tiene una gran urgencia, puede decir: “Está bien, tú ganas. Me quedaré un poco más contigo”. Pero si el alma tiene muy claro que permanecer junto al cuerpo no sirve a sus más altos propósitos - que no hay ninguna manera de que pueda seguir evolucionando a través de su cuerpo -, entonces lo abandonará, y nada podrá detenerla, ni nada debe intentarlo.

El alma tiene muy claro que su objetivo es evolucionar. Ese es su único y propio objetivo. No le preocupan los éxitos del cuerpo o el desarrollo de la mente. No tienen sentido para el alma.

El alma tiene claro también que abandonar el cuerpo no supone ninguna tragedia. En muchos casos, la tragedia está en permanecer en el cuerpo. Así pues, has de entender que el alma ve la cuestión de su muerte como algo diferente. Por supuesto, también ve la “cuestión de la vida” de modo distinto; y ese es el origen de gran parte de la frustración y ansiedad que uno siente durante su vida. La frustración y la ansiedad provienen de no escuchar a la propia alma.

 

¿Cómo puedo escuchar a mi alma? Si, a la hora de la verdad, el alma es el jefe, ¿cómo puedo estar seguro de que recibo las órdenes de la oficina central?

 

Lo primero que puedes hacer es tener claro qué es el alma, y dejar de formular juicios sobre ella.

 

¿Formulo juicios sobre mi alma?

 

Constantemente. Ya te he mostrado cómo te juzgas a ti mismo si quieres morir. También te juzgas a ti mismo si quieres vivir; si quieres vivir realmente. Te juzgas a ti mismo si quieres reír, si quieres llorar, si quieres ganar, si quieres perder, si quieres experimentar la alegría y el amor... especialmente por esto último.

 

¿Eso hago?

 

De algún sitio has sacado la idea de que negarte la alegría es un acto piadoso, de que no divertirte en la vida es un acto divino. La negación - te has dicho a ti mismo - es buena.

 

¿Me estás diciendo que es mala?

 

No es ni buena ni mala; es simplemente negación. Si tu te sientes bien después de negarte a ti mismo, entonces en tu mundo es buena. Si te sientes mal, entonces es mala. La mayor parte de las veces, no lo decides tú. Te niegas a ti mismo esto o aquello por que te dices a ti mismo que debes hacerlo. Luego dices que era bueno hacerlo, pero te extrañas por que no te sientes bien.

Así, lo primero que has de hacer es dejar de formular estos juicios contra ti mismo. Aprende cuál es el deseo del alma, y síguelo. Sigue al alma.

En definitiva, el alma no es sino él más alto sentimiento de amor que puedas imaginar. Este es el deseo del alma. Este es su objetivo. El alma es el sentimiento. No el conocimiento, sino el sentimiento. Ya posee el conocimiento, pero éste es conceptual; mientras que el sentimiento es experiencial. El alma quiere sentirse a sí misma, y, por lo tanto, conocerse a sí misma en su propia experiencia.

El sentimiento más alto es la experiencia de la unidad con Todo Lo Que Es. Este es el gran retorno a la Verdad por el que el alma suspira. Este es el sentimiento del amor perfecto.

El amor perfecto consiste en percibir lo perfecto que es el color blanco. Muchos piensan que el blanco es la ausencia de color. No es así. Es la inclusión de todos los colores. El blanco es todos los demás colores que existen, combinados.

Del mismo modo, el amor no es la ausencia de toda emoción (odio, cólera, lujuria, envidia, codicia), sino la suma de todo sentimiento. Es la suma total. El total combinado. El todo.

Así, para que el alma pueda experimentar el amor perfecto, debe experimentar todos los sentimientos humanos.

¿Cómo puedo tener compasión de algo que no entiendo? ¿Cómo puedo perdonar en otro lo que nunca he experimentado en Mí mismo? Con ello puedes ver tanto la simplicidad como la imponente magnitud del viaje del alma. Puedes entender por fin lo que es capaz de hacer:

El propósito del alma humana consiste en experimentar todo eso; de modo que pueda ser todo eso.

¿Cómo puede estar arriba, si nunca ha estado abajo? ¿Cómo puede estar a la izquierda, si nunca ha estado a la derecha? ¿Cómo puede tener calor, si no conoce el frío? ¿Cómo puede conocer el bien, si niega el mal? Obviamente, el alma no puede elegir ser algo si no hay nada entre lo que elegir. Para experimentar su grandeza, el alma debe saber qué es la grandeza. Y no puede hacerlo sino hay nada más que grandeza. Así, el alma se da cuenta de que la grandeza únicamente existe en el espacio de aquello que no es grandioso. En consecuencia, no condena nunca aquello que no es grandioso, sino que lo bendice, viendo en ello una parte de sí misma que debe existir para que la otra parte de sí misma se manifieste.

La tarea del alma, por supuesto, consiste en hacer que escojáis la grandeza - que seleccionéis lo mejor de Quienes Sois -, sin condenar aquello que no seleccionáis.

Se trata de una gran tarea, que requiere de muchas vidas, puesto que estáis habituados a aventurar juicios, a llamar a algo “equivocado” o “malo”, o “insuficiente”, en lugar de bendecir aquello que no elegís.

Hacéis algo peor que condenarlo: en realidad, tratáis de dañar aquello que no elegís; tratáis de destruirlo. Si hay alguna persona, lugar o cosa con los que no estéis de acuerdo, los atacáis. Si hay algún pensamiento que os contradice, lo ridiculizáis. Si hay alguna idea distinta de la vuestra, la rechazáis. En esto os equivocáis, puesto que creáis sólo la mitad del universo. Y no podréis entender nunca vuestra mitad en tanto rechacéis completamente la otra.

 

Todo esto es muy profundo, y te lo agradezco. Nadie me había dicho nunca estas cosas. Al menos, no con tanta sencillez. E intento entenderlas. En realidad, las entiendo. Pero algunas resultan difíciles de afrontar. Por ejemplo, parece que quieras decir que debemos amar lo “equivocado” para que podamos conocer lo “correcto”. ¿Estás diciendo que debemos abrazar al diablo, por decirlo así?

 

¿De que otro modo podríais reconciliaros con él? Por supuesto, no existe un diablo real, pero te estoy respondiendo en el idioma que has elegido.

La reconciliación es el proceso de aceptarlo todo, y luego elegir lo mejor. ¿Lo entiendes? No puedes elegir ser Dios si no hay nada más entre lo que elegir.

 

¡Eh, espera! ¿Has dicho algo de elegir ser Dios?

 

El sentimiento más alto es el amor perfecto. ¿De acuerdo?

 

Sí, debe de serlo.

 

¿Y se te ocurre otra descripción mejor de Dios?

 

No, no lo creo.

 

Bien. Tu alma aspira al más alto sentimiento. Aspira a experimentar, o sea, a ser, el amor perfecto.

Es el amor perfecto; y lo sabe. Pero desea hacer algo más que saberlo. Desea serlo en su experiencia.

¡Evidentemente, aspira a ser Dios! ¿Qué otra cosa ibas a ser?

 

No lo sé. No estoy seguro. Supongo que nunca me lo había planteado. Me parece como si tuviera algo de blasfemo.

 

No resulta nada interesante el hecho de que no te parezca blasfemo aspirar a ser como el demonio, y en cambio te parezca ofensivo aspirar a ser como Dios.

 

¡Eh, espera un momento! ¿Quién aspira a ser como el demonio?

 ¡Tú! ¡Todos vosotros! Incluso habéis creado religiones que afirman que habéis nacido en pecado, que sois pecadores de nacimiento, para convenceros a vosotros mismos de vuestro propio mal. Sin embargo, aunque os dijera que habéis nacido de Dios, que nacéis como puros Dioses y Diosas - puro amor -, me lo negaríais.

Pasáis toda vuestra vida convenciéndoos de que sois malos. Y no sólo de que sois malos, sino de que aquello que deseáis es malo. El sexo es malo, el dinero es malo, la alegría es mala, el poder es malo, tener mucho es malo - mucho de lo que sea -. Algunas de vuestras religiones incluso mantienen la creencia de que bailar es malo, la música es mala, divertirse es malo. Pronto aceptaréis que sonreír es malo, que reír es malo, que amar es malo.

No, no, amigo mío; puede que haya muchas cosas que no tienes claras, pero hay una que sí la tienes. Tú eres malo, y la mayor parte de lo que deseas es malo. Una vez formulado este juicio sobre ti mismo, has decidido que tu tarea consiste en ser mejor.

Te advierto que eso está bien. En cualquier caso, el objetivo es el mismo; pero hay un camino más corto, un atajo, una vía más rápida.

 ¿Cuál?

 La aceptación inmediata de Quien y Qué Eres, y la manifestación de ello.

Eso es lo que hizo Jesús. Es el camino de Buda, de Krishna, el camino de todos los Maestros que han habitado este planeta.

Y de igual modo, todos los Maestros han dejado el mismo mensaje: lo que yo soy, tú lo eres; lo que yo puedo hacer, tú lo puedes hacer; todo esto, y más, también lo harás tú.

Pero no les habéis escuchado. En cambio, habéis elegido el camino, mucho más difícil, de creer que uno es el demonio, de imaginar que uno es el mal.

Decís que es difícil seguir el camino de Cristo, practicar las enseñanzas de Buda, poseer la luz de Krishna, ser un Maestro. Pero Yo te aseguro que es mucho más difícil negar Quien Eres que aceptarlo.

Eres bondad, misericordia, compasión y conocimiento. Eres paz, luz y alegría. Eres perdón y paciencia, fuerza y valor, ayuda cuando hay necesidad, consuelo cuando hay dolor, curación cuando hay herida, enseñanza cuando hay ignorancia. Eres la sabiduría más profunda y la más alta verdad; la paz más magnífica y el más grandioso amor. Eres todo esto. Y en determinados momentos de tu vida tú te has reconocido a ti mismo como siendo todo esto.

Decide, pues, reconocerte a ti mismo siempre como siendo todo esto.

 

 
 

 
 

 
         
         
       
       
       
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