Si
existe un camino hacia la dicha y la felicidad, sin duda
es un camino con música.
La música y el baile acompañan a todos los hombres de
todas las razas, de todas las religiones, de todas las
épocas, en todos y cada uno de sus momentos más
importantes, de sus rituales, de sus celebraciones de
júbilo, de sus fiestas, esponsales, declaraciones de
guerra o de triunfo, y en sus funerales.
Desde todas las latitudes nos llegan sonidos y ritmos
que alimentan el alma de cada pueblo. Las danzas
guerrera de las tribus africanas manifiestan su
agresividad y anuncian la victoria sobre el enemigo, los
monjes católicos o los lamas tibetanos canturrean sus
oraciones en sus monasterios como medio de oración, los
derviches bailan sobre sí mismos en una búsqueda de un
punto de quietud permanente, desde los minaretes los
musulmanes son llamados a la oración con una
característica salmodia cantarina.
En las discotecas del mundo occidental confluyen cada
día millones de jóvenes que buscan en la música su punto
de encuentro para la diversión.
En los barrios más pobres y miserables de las grandes
urbes, la gente humilde combate el hambre y la escasez a
través de la música.
Las
personas más adineradas también se reúnen en grandes
palacios de la música, en grandes teatros, para
deleitarse con los sonidos de las mejores orquestas del
mundo y las voces más exquisitas de la ópera.
Cada pueblo, cada nación tiene su himno, su manera de
sentir e interpretar la música.
¿Qué tiene la música para tener tal poder?
Es difícil saberlo. Los ritmos, la manera de
interpretarlos, los instrumentos con que se acompañan
son distintos en cada caso y sin embargo los
sentimientos y las emociones que provocan son similares
en todos los seres humanos.
El poder evocador de la música o de la danza trasciende
de cualquier otro tipo de comunicación. Una danza alegre
trasmite esa alegría a cualquier persona aun cuando ésta
se encuentre muy alejada de ella culturalmente. Lo mismo
sucede con una melodía más intimista o con una triste.
Disfrutar de la música está al alcance de todo el mundo.
No es necesario tener una gran preparación para apreciar
una bonita música que inunda nuestros sentidos y al
mismo tiempo nos relaja, nos comunica, nos evoca y nos
llena de nueva energía.
Es cierto que, como en todo en esta vida, cuanto mayor
conocimiento tengamos sobre ello, más posibilidades de
disfrute tendremos, pero como ya hemos dicho no es
imprescindible de ningún modo ser un erudito en la
materia para gozar de ella.
Lo mismo sucede con el baile, con la danza.
Bailar es un ejercicio catárquico, purificador, que nos
hace sentirnos vivos, plenos.
A través de la danza somos conscientes de nuestro propio
cuerpo, de sus partes, de los movimientos que realizan.
A través de ella somos más concientes de la música, y su
ritmo nos hace sentirnos más integrados en ella.
Mediante la música el ser humano puede sentirse
trascender un poco más y puede llegar a sentirse más
integrado en el ritmo de la vida, de los planetas y del
mismo Universo.
La
música ha sido estudiada desde tiempos antiguos como una
de las más importantes maneras de manifestación y
desarrollo de la inteligencia.
Su relación con otras artes y con otras ciencias han
demostrado la perfecta correspondencia de la música con
las matemáticas, la física, la astronomía y con la
propia medicina.
Don Campbell es uno de los autores que más ha influido
en los últimos tiempos en la consideración de la música
en toda su extensión.
Este músico, pedagogo y profesor es el autor de los
libros “El Efecto Mozart” y “El Efecto Mozart para
Niños”. En ellos Don Campbell utiliza la figura de
Mozart y su genio como modelo de desarrollo de
inteligencia para cualquier persona, pero
fundamentalmente para el desarrollo de la inteligencia
en los niños.
A través de la música se propone no sólo desarrollar la
pura inteligencia del niño sino también crear personas
más estables sentimentalmente, con unas mejores
relaciones interpersonales y más integrados socialmente.
Para ello, es interesante como el autor manifiesta su
preferencia hacia determinadas obras para favorecer toda
esta corriente positiva en el proceso educacional, e
incluso como propone una serie de fragmentos concretos
para cada una de las etapas de maduración del bebe.
Campbell comienza su periplo a partir del mismo momento
de la concepción ya que como aseguran muchos
investigadores “este hecho de que los bebés aún no
nacidos ya escuchan, aprenden y recuerdan la música y
los sonidos, se puede aprovechar para estimular su
desarrollo”.
Para esta etapa el autor recomienda piezas sencillas y
repetitivas como Variaciones sobre la canción “Je vous
diría je maman”, “Andantino para flauta en do mayor
y “Andante dela sinfonía nº 25 en sol menor”.
Para etapas posteriores propone otra serie de obras,
todas ellas clásicas, procurando adaptar su ritmo y
fraseo musical a la evolución psicomotora del niño.
Conforme el niño va creciendo y va desarrollando su
propia autonomía, las músicas propuestas son cada vez
más complejas y se le va descifrando la estructura, el
ritmo y el lenguaje de la obra, a través del movimiento,
de la imitación, de la reproducción de los sonidos,
etc...
El efecto Mozart consigue influir positivamente en las
percepciones y actitudes emocionales del niño, favorece
su desarrollo motriz, mejora su capacidad lingüística,
su expresividad, vocabulario y capacidad de
comunicación, lo introduce en la creatividad y belleza
estética, además de ayudarle a forjar un sólido sentido
de identidad.
Para ello el trabajo debe ser constante y secuenciado,
sin perder nunca de vista el objetivo propuesto.
La utilización de canciones conocidas, de su entorno, de
su folklore, incluso inventadas por la propia madre,
siempre haciendo referencia a las propias experiencias
que el niño va viviendo, irán ayudándole a comprender e
integrarse en el mundo que le rodea.
Con su aportación, Campbell ha introducido una obra de
referencia obligada para todas las personas que se
encuentran implicadas en la educación infantil.