•Ira:
rabia, enojo, resentimiento, furia, exasperación, indignación,
acritud, animosidad, irritabilidad, hostilidad y, en caso extremo,
odio y violencia.
•Tristeza:
aflicción, pena, desconsuelo, pesimismo, melancolía, autocompasión,
soledad, desaliento, desesperación y. en caso patologico, depresión
grave.
•Miedo:
ansiedad, aprensión, temor, preocupación, consternación, inquietud,
desasosiego, incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto, terror y.
en el caso de que sea psicopatológico, fobia y pánico.
•Alegría:
felicidad, gozo, tranquilidad, contento, beatitud, deleite,
diversión, dignidad, placer sensual, estremecimiento, rapto,
gratificación, satisfacción, euforia, capricho, éxtasis y. en caso
extremo, manía.
•Amor:
aceptación, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad, devoción,
adoración, enamoramiento y agape.
•Sorpresa:
sobresalto, asombro, desconcierto, admiración.
•Aversión:
desprecio, desdén, displicencia, asco, antipatía, disgusto y
repugnancia.
•Vergüenza:
culpa, perplejidad, desazón, remordimiento, humillación, pesar y
aflicción.
No
cabe duda de que esta lista no resuelve todos los problemas que
conlleva el intento de categorizar las emociones. ¿Qué ocurre, por
ejemplo, con los celos, una variante de la ira que también combina
tristeza y miedo’? ¿Y qué sucede con las virtudes ,cuando la
esperanza, la fe, el valor, el perdón, la certeza y la ecuanimidad,
o con alguno de los vicios clásicos (sentimientos como la duda, la
autocomplacencia, la pereza, la apatía o el aburrimiento)? La verdad
es que en este terreno no hay respuestas claras y el debate
científico sobre la clasificación de las emociones aún se halla
sobre el tapete.
La
tesis que afirma la existencia de un puñado de emociones centrales
gira, en cierto modo, en torno al descubrimiento realizado por Paul
Ekman (de la Universidad de California en San Francisco) de
cuatro expresiones faciales concretas (el miedo, la
ira, la tristeza y la alegría) que son reconocidas
por personas de culturas diversas procedentes de todo el mundo
(incluyendo a los pueblos preletrados supuestamente no contaminados
por el cine y la televisión), un hecho que parece sugerir su
universalidad.
Ekman
mostró fotografías de rostros que reflejaban expresiones
técnicamente perfectas a personas de culturas tan alejadas como los
fore (una tribu aislada en las remotas regiones montañosas de Nueva
Guinea cuyo grado de desarrollo se corresponde con el de la Edad de
Piedra) y descubrió que todos reconocían las mismas emociones
básicas. El primero, tal vez, en advertir la universalidad de la
expresión facial de las emociones fue Charles Darwin, quien la
consideró como una evidencia troquelada por las fuerzas de la
evolución en nuestro sistema nervioso central.
En la
búsqueda de estos principios básicos, yo opino, como Ekman y tantos
otros, en que conviene pensar en las emociones en términos de
familias o dimensiones, y en considerar a las principales familias
—la ira, la tristeza, el miedo, la alegría, el amor, la vergtienza,
etcétera— como casos especialmente relevantes de los infinitos
matices de nuestra vida emocional. Cada una de estas familias se
agrupa en torno a un núcleo fundamental, a partir del cual dimanan
—a modo de olas— todas las otras emociones derivadas de ella. En la
primera de las olas se encuentran los estados de ámimo que,
técnicamente hablando, son más variables y perduran más tiempo
que las emociones (es muy extraño, por ejemplo, que uno esté
airado durante todo un día, pero no lo es tanto permanecer en un
estado de ánimo malhumorado e irritable desde el que fácilmente se
activen cortos arrebatos de ira).