Me senté
en el borde de la cama, con los ojos cerrados. Me relajé y traté de
visualizar el avión. Lo imaginé flotando delante de mí. Lo revisé
tranquilamente del morro a la cola, buscando algo que pudiera estar
mal. Aparecieron sólo algunos puntos sin importancia: una de las
cubiertas tenía el dibujo gastado, también estaba gastada una grapa
en la puerta de la cámara impelente, la ínfima pérdida hidráulica en
medio del compartimiento de motores, que no habíamos localizado.
Definitivamente, no había avisos telepáticos de que el sistema
eléctrico, de que ningún sistema estuviera por estallar. Sin
embargo, cuando trataba de imaginarme aterrizando esa noche en
Florida, no podía.
Claro. No
iría a Florida. Aterrizaría en otra parte antes del oscurecer.
Aun así.
No me imaginaba bajando del T-33 esa tarde, en ninguna parte.
Debiera ser algo tan sencillo, ver eso en mi mente. Allí estoy, con
el motor apagado; ¿lo ves, Richard? Estás apagando el motor en algún
aeropuerto en donde aterrizaste.
No lo
veía.
¿Y la
aproximación final? ¿Al menos podrás ver el giro, la pista que se
balancea majestuosamente, ascendiendo desde la tierra, el
aterrizador bajo, tres imágenes de rueditas hacia abajo mostrando
que está asegurado?
Nada.
Bueno,
cuernos, pensé. Hoy no falla mi potencia eléctrica, sino mi potencia
psíquica.
Alargué
la mano hacia el teléfono y llamé al observatorio meteorológico.
Buen tiempo en todo el trayecto hasta Nueva México, dijo la
señorita; después encontraría un frente frío y nubes de tormenta con
picos a doce mil metros. Podía pasarlas a doce mil quinientos
metros, si el T lograba ascender tan alto. ¿Por qué no llegaba a
verme aterrizando sano y salvo?
Una
llamada más, al hangar.
—Hola, ¿Ted?
Habla Richard. Estaré allí dentro de una hora, más o menos. ¿Quieres
sacar el T y verificar que tenga los tanques llenos? El oxígeno
está bien, el aceite también. No le vendría mal un cuarto litro de
fluido hidráulico.
Desplegué
mapas sobre la cama, tomé nota de las frecuencias de navegación,
las direcciones, las altitudes que necesitaría durante el vuelo.
Computé los horarios en ruta, el combustible quemado. Ascenderíamos
hasta los doce mil quinientos metros, si hacía falta, pero a duras
penas.
Recogí
mapas y equipaje, cancelé la cuenta del hotel y tomé un taxi para ir
al aeropuerto. Será agradable visitar otra vez a mis damas, en
Florida. Supongo que será agradable.
Ya
cargado el equipaje en el avión, con doble cerradura las puertas
del compartimiento
Interior, trepé por las escalerillas hasta la cabina, saqué mi
casco de su bolsa y lo colgué a mano. Difícil creerlo. En veinte
minutos, este avión y yo estaremos ascendiendo a seis kilómetros de
altura, acercándonos a la frontera de Arizona.
—¡
RICHARD! —chilló Ted, desde la puerta de la oficina—. ¡TELEFONO!
¿QUIERES ATENDER?
— ¡NO!
¡DI QUE ME HE IDO! --Y entonces, sólo por curiosidad:— ¿QUIÉN ES?
Él
preguntó al teléfono y volvió a gritar:
— ¡LESLIE
PARRISH!
—¡QUE
ESPERE UN MINUTO!
Dejé el
casco y la máscara de oxígeno colgados y corrí a atender.
Cuando
ella me recogió en el aeropuerto, estaban poniendo en su lugar los
cierres de seguridad del avión, las cubiertas del tubo de admisión y
el de la tobera de exhaustación estaban en su sitio, cerrada la
cabina transparente, y el gran aparato rodaba hacia el hangar para
pasar allí otra noche.
Por eso
no podía imaginarme aterrizando, pensé. ¡No podía visualizar ese
futuro porque no iba a ocurrir!
Puesto el
equipaje en la maletera, me deslicé en el asiento, junto a ella.
—Hola,
pequeñísima wookie igual que todos los otros wookies sólo que
muchísimo más pequeña —dije—. ¡Me alegro de verte! ¿Qué pasó con tu
agenda, que se despejó de pronto?
Leslie
conducía un coche de lujo de color arena, con tapizado de
terciopelo. Después de ver la película donde aparecía el wookie, lo
habíamos rebautizado Bantha, en recuerdo de una bestia de la
arena, un mamut cubierto de pelusa, que aparecía en el mismo filme.
El coche sé apartó suavemente del bordillo, llevándonos hacia un
río de Banthas abigarrados que migraban a todas partes al mismo
tiempo.
—Ya que
tenemos tan poco tiempo para estar juntos, se me ocurrió que podía
dejar algo para después. Eso sí: tengo que retirar algunas cosas de
la Academia; luego quedo libre. ¿Adónde quieres llevarme a almorzar?
—A
cualquier parte. A Magic Pan, si no está demasiado lleno. ¿Dijiste
que tenía un sector para no fumadores?
—A la
hora del almuerzo habrá que esperar una hora. — ¿De cuánto tiempo
disponemos?
—¿Cuánto
tiempo quieres? —replicó ella—. ¿Para cenar, para ir al cine, para
jugar al ajedrez, para conversar?
—¡Oh, qué
dulce! ¿Cancelaste todos tus compromisos para hoy sólo por mí? No
sabes lo mucho que te lo agradezco.
—No
tienes nada que agradecer. Prefiero estar con un wookie visitante y
no con otra persona. ¡Pero basta de crema de chocolate, basta de
galletitas y basta de cosas malas! Tú
puedes
comer cosas malas, si quieres, pero yo vuelvo a la dieta para purgar
mis pecados.
En el
trayecto le conté mi curiosa experiencia de esa mañana, sobre el
avión extrasensorial y la inspección de vuelo, sobre las extrañas
oportunidades anteriores en que habían sido notables por su
exactitud.
Ella me
escuchaba con cortesía, con atención, como siempre que yo le hablaba
de experimentos con lo paranormal. Sin embargo, percibí detrás de
esa cortesía que escuchaba para buscar explicaciones a hechos e
intereses que hasta entonces no se había atrevido a tener en cuenta.
Escuchaba como si yo fuera algún cordial Leif Ericson, de vuelta
con instantáneas de una tierra que ella conocía de oídas, aunque sin
haberla explorado.
Estacionado el coche cerca de las oficinas de la Academia de Artes
Cinematográficas, me dijo:
—Vuelvo
en menos de un minuto. ¿Quieres esperar o venir conmigo?
—Te
espero. No te des prisa.
La
observé desde lejos, en la multitud de mediodía que caminaba al sol.
Estaba recatadamente vestida, pero ¡caramba, cómo se daban vuelta
las cabezas! En un radio móvil de treinta metros a su alrededor,
todos los machos aminoraban el paso para mirarla. El pelo, miel y
trigo, volaba suelto y brillante, al apresurarse ella para
aprovechar los últimos segundos de la señal de paso. Agradeció con
la mano a un conductor que esperó para dejarla pasar; él le
devolvió el saludo, bien recompensado.
Qué mujer
cautivadora, pensé. Lástima que no seamos más parecidos.
Desapareció en el edificio; yo me tendí en el asiento y bostecé.
Para aprovechar el tiempo, pensé, ¿por qué no concederme un descanso
de toda una noche? Sólo haría falta un descanso auto hipnótico de
cinco minutos.
Cerré los
ojos, aspiré hondo una vez. Mi cuerpo está completamente
relajado: ya. Otra aspiración. Mi mente está completamente relajada:
ya. Otra. Estoy profundamente dormido: ya. Despertaré cuando Leslie
regrese, tan fresco como tras ocho horas de sueño profundo y normal.
La auto
hipnosis para el descanso es especialmente poderosa cuando uno ha
dormido sólo un par de horas la noche anterior. Mi mente se hundió
en la oscuridad; los ruidos de la calle se borraron. Atrapado en
hondo alquitrán negro, el tiempo se detuvo. Y entonces, en medio de
esa oscuridad renegrida.
¡ ¡LUZ!!
Como si
una estrella cayera sobre mí, diez veces diez más brillante que el
sol, y el estallido de su luz me dejara sordo.
Ni sombra
ni color ni calor ni fulgor ni cuerpo ni cielo ni tierra ni espacio
ni tiempo ni cosas ni gente ni palabras sólo
¡LUZ!
Floté en
la gloria, aturdido. No es luz, comprendí, este inmenso incesante
fulgor que estalla a través de lo que antes era yo. No es luz. La
luz sólo representa, sólo simboliza otra cosa, más brillante que la
luz. ¡Representa el Amor!, tan intenso que la idea de intensidad es
una curiosa pluma de pensamiento junto al enorme amor que me tragó.
¡YO SOY!
¡TÚ ERES!
¡Y EL
AMOR: ES LO UNICO: QUE IMPORTA!
El júbilo
estalló a través de mí y me desgarré, átomo a átomo, en el amor que
contenía, un palillo de fósforo caído en el sol. ¡Júbilo demasiado
intenso para soportarlo por un solo instante más! Me ahogaba. ¡No,
por favor!
En el
momento en que lo pedí, el Amor retrocedió, se borró en la noche de
Beverly Hills a mediodía, hemisferio norte tercer planeta estrella
algo pequeña galaxia de menor
importancia universo menor diminuto giro de una concepción del
espacio-tiempo imaginado. Yo era una microscópica forma de vida,
infinitamente grande, que tropezaba entre bastidores en su teatro,
echaba una mirada de un nanosegundo a su propia realidad y llegaba
al borde de vaporizarse del susto.
Desperté
en el Bantha, con el corazón palpitante y la cara bañada en
lágrimas.
— ¡Ay!
—dije, en voz alta—. ¡Ay, ay, ay!
¡Amor!
¡Tan intenso! Si era verde, sería un verde tan trascendentalmente
verde que ni siquiera el Principio del Verde hubiera podido
imaginarlo... como estar de pie en una enorme bola de, como estar de
pie sobre el sol pero sin ser el sol, porque no había finales, no
había horizontes en él, tan refulgente y SIN FULGOR, miré con los
ojos abiertos lo más brillante... y sin embargo no tenía ojos NO
PODIA SOPORTAR EL JUBILO de ese Amor.. .