Aunque
muy raramente, en las conferencias me han propuesto explicaciones
demoníacas a las experiencias cercanas a la muerte, sugiriendo que
eran dirigidas por fuerzas enemigas. Como respuesta a ellas puedo
decir lo siguiente: creo que la mejor forma de distinguir entre
experiencias dirigidas por Dios y las dirigidas por Satán es ver lo
que la persona implicada hace y dice después de la experiencia. Es
de suponer que Dios trataría de que aquellos ante quienes aparece
fueran amorosos y perdonaran. Satán preferiría que sus siervos se
dedicaran al odio y la destrucción. Las personas con las que he
hablado están dispuestas a seguir el primer camino y a desaprobar el
segundo. A la luz de las maquinaciones de un hipotético demonio
tendría que haber hecho para engañar a su desventurada víctima (¿y
con qué propósito?), ha fracasado miserablemente -por lo que yo sé-
en la consecución de emisarios persuasivos de su programa.
Se ha
sugerido que esas experiencias están causadas por las medicinas
administradas al enfermo en su momento de crisis. La plausibilidad
superficial de esta idea deriva de varios hechos. Por ejemplo, la
mayor parte de los médicos y abogados están de acuerdo en que
algunos medicamentos producen experiencias y estados mentales
engañosos y alucinatorios. Además, nos encontramos en una época en
que hay un interés profundo por el problema del abuso de drogas, y
gran parte de la atención pública se ha enfocado en el uso lícito
del LSD, marihuana, etc., que parecen causar episodios
alucinatorios. Nos encontramos, finalmente, con el hecho de que
incluso muchas drogas médicamente aceptadas están asociadas a
diversos efectos en la mente que pueden recordar a los
acontecimientos de la experiencia de morir.
Por
ejemplo, la cetamina (o ciclohexanona) es un anestésico que se
aplica mediante inyección intravenosa con efectos lateralmente
similares en algunos aspectos a las experiencias externas al cuerpo.
Ha sido calificado de anestésico «disociativo» porque, durante la
inducción, el paciente puede quedar sin respuesta no sólo al dolor,
sino también al entorno como totalidad. Se siente «disociado» de su
entorno, incluyendo en él las partes de su propio cuerpo: brazos,
piernas, etc. Después de la recuperación, durante cierto tiempo
puede tener disturbios psicológicos, como alucinaciones y sueños muy
vívidos. (Obsérvese que pocas personas han utilizado esa palabra
-«disociación»- para caracterizar sus sentimientos cuando estaban
fuera del cuerpo.)
También
he recogido algunos relatos de gente que, cuando estaban bajo el
efecto del anestésico, identificaron como visiones alucinatorias de
la muerte. Veamos un ejemplo.
Ocurrió cuando tenía diez años. Había ido al dentista para un
empaste y me dieron óxido nítrico. Me ponía nervioso tomarlo porque
pensaba que no despertaría de nuevo. Cuando la anestesia comenzó a
hacer efecto, me sentí dando vueltas en espiral. No tenía la
impresión de que yo mismo me estuviese moviendo, sino de que el
sillón del dentista daba vueltas y ascendía más y más alto.
Todo
era brillante y blanco cuando llegué al final de la espiral; unos
ángeles bajaron a recibirme y llevarme al cielo. Uso el plural,
«ángeles», porque aunque era algo muy vago estaba seguro de que
había más de uno. No puedo decir cuántos.
En
determinado momento, el dentista y la enfermera hablaban entre sí
sobre otra persona, y los oía, pero cuando habían acabado una frase
ni siquiera podía recordar el principio. Sabía que estaban hablando
y que sus palabras formaban un eco que daba vueltas y vueltas. Era
un eco que parecía alejarse, como el de las montañas. Recuerdo que
me pareció oírlos desde arriba, pues tenía la impresión de estar
subiendo al cielo.
Es
todo lo que recuerdo, aparte de que no tenía miedo ante el
pensamiento de morir. En esa época de mi vida temía ir al infierno,
pero cuando ocurrió aquello sólo pensé que iba al cielo. Más tarde
me sorprendió mucho que la idea de la muerte no me hubiera
atemorizado, pero llegué a la conclusión de que en el estado de
anestesia nada me molestaba. Me sentía feliz porque el gas me había
quitado toda preocupación. Pensé que ése era el motivo. Fue algo muy
vago y no me volví a preocupar de ello.
Obsérvese
que hay algunos puntos de similitud entre esta experiencia y otras
que fueron sentidas como reales por quienes las sufrieron. Se
describe una luz brillante y blanca, el encuentro con otros que lo
llevan al otro lado y no hay preocupación por estar muerto. También
hay dos aspectos que sugieren una experiencia externa al cuerpo: su
impresión de que oía desde arriba las voces del dentista y la
enfermera y la sensación de «flotar».
Por otra
parte, otros detalles de la historia son muy atípicos de las
experiencias que se consideraron que realmente habían sucedido. La
luz brillante no es personificada y no se producen inefables
sentimientos de paz y felicidad. La descripción del otro mundo está
muy literaturizada y, según propia confesión, muy de acuerdo con las
enseñanzas religiosas recibidas.
Los seres
son identificados con «ángeles» y habla de ir al «cielo», que se
encuentra «arriba». No ha visto ni su cuerpo ni cualquier otro
cuerpo, y siente que es el sillón del dentista, y no su propio
movimiento, la fuente de la rotación. Expresa repetidamente la
vaguedad de su experiencia y ésta no tiene efectos sobre su creencia
en un más allá. (De hecho, sigue teniendo dudas sobre la
supervivencia a la muerte corporal.)
Comparando los informes en los que la experiencia es atribuida a la
droga con las experiencias cercanas a la muerte que se consideran
reales, deben mencionarse algunos puntos. En primer lugar, quienes
me han descrito las experiencias con «drogas» no son ni más ni menos
románticos, imaginativos o inteligentes. En segundo lugar, estas
experiencias son extremadamente vagas. En tercer lugar, las
historias varían unas de otras, pero la variación es mucho mayor con
respecto a las visiones «reales» cercanas a la muerte. Además, al
elegir el caso específico de experiencia con «anestésico», he
escogido a propósito el que más claramente se asemeja al grupo de
las experiencias «reales». Sugeriría, por tanto, que, en general,
hay grandes diferencias entre los dos tipos de experiencias.
Hay
factores adicionales que desaprueban la explicación farmacológica de
esos fenómenos. El más significativo es que en muchos casos no se
administró ninguna droga antes de la experiencia, y en algunos ni
siquiera fue administrada con posterioridad. Muchas personas me han
insistido en que la experiencia tuvo lugar antes de que les
suministraran cualquier tipo de medicación, en algunos casos antes
de que obtuvieran cualquier clase de atención médica. Incluso en los
ejemplos en que sí existieron drogas terapéuticas, la variedad de
los medicamentos empleados con los diferentes pacientes es enorme.
Desde
sustancias como la aspirina, pasando por antibióticos y adrenalina
hormonal, a anestésicos locales y gaseosos. La mayor parte de las
drogas no se asocian con efectos sobre el sistema nervioso central o
con efectos físicos. También hay que tener en cuenta que no existen
diferencias entre los grupos que no recibieron medicamentos y los
que sí. Diré, por último, sin añadir comentario alguno, que una
mujer que «murió» dos veces en distintas ocasiones separadas por
varios años, atribuye la falta de experiencia en la primera ocasión
a que estaba anestesiada. La segunda vez, cuando no había tomado
ninguna droga, tuvo una experiencia completa.
Una de
las suposiciones de la moderna farmacología médica es la noción, que
también ha ganado aceptación entre muchos abogados de nuestra
sociedad, de que las drogas psicoactivas producen los episodios
psíquicos con los que está asociado su uso. Estos acontecimientos
psíquicos son considerados, por tanto, como «irreales»,
«alucinatorios», «engañosos» o producidos «sólo en la mente». Debe
recordarse que esta idea no es universalmente aceptada; existe otra
noción de la relación entre las drogas y las experiencias que
suceden con su uso. Me refiero a la utilización iniciática y
exploradora de lo que llamamos drogas «alucinógenas».
En
distintas épocas, el hombre ha utilizado esos compuestos
psicoactivos en su búsqueda de otros estados de conciencia y
realidad. (Para una exposición contemporánea viva y fascinante de
esa utilización de la droga, véase el reciente libro, The Natural
Mind, del doctor Andrew Weil.) De esta manera, el uso de la droga ha
estado asociado históricamente no sólo con la medicina y el
tratamiento de enfermedades, sino también con la religión y el logro
de la iluminación.
Por
ejemplo, en los bien conocidos rituales del culto del peyote entre
los indios americanos del oeste de Estados Unidos, el peyote (que
contiene mescalina) es ingerido para alcanzar visiones religiosas e
iluminación. Hay cultos similares en todo el mundo, y sus miembros
comparten la creencia de que la droga empleada constituye un medio
para pasar a otras dimensiones de la realidad. Suponiendo que esta
idea sea válida, podría pensarse hipotéticamente que el uso de la
droga sería un camino más entre los muchos que llevan al logro de la
iluminación y al descubrimiento de otras esferas de la existencia.
La experiencia de morir podría ser, en ese caso, otro de los
caminos, y así nos sería posible explicarnos el parecido entre las
experiencias inducidas por drogas con las que hemos analizado en
este libro.
La
fisiología es la rama de la biología que trata de las funciones de
las células, órganos y cuerpos completos de los seres vivos y de las
interrelaciones entre esas funciones. Una explicación fisiológica de
los fenómenos cercanos a la muerte que se han propuesto con
frecuencia es que, dado que el abastecimiento de oxígeno al cerebro
se suspende durante la muerte clínica y en otros casos de grave
tensión corporal, el fenómeno percibido debe representar una especie
de último grito compensatorio del cerebro moribundo.
El error
principal de esa hipótesis es el siguiente: como puede verse
fácilmente observando las experiencias relacionadas con la muerte
que antes mencionamos, muchas de ellas se produjeron con
anterioridad a cualquier tensión fisiológica del tipo requerido. En
algunos casos ni siquiera hubo daño corporal durante el encuentro.
Además, todos los elementos que aparecen en los casos de heridas
graves se encuentran también en las historias contadas por quienes
no habían sido heridos.
La
neurología es la especialidad médica que trata de la causa,
diagnosis y tratamiento de las enfermedades del sistema nervioso -es
decir, el cerebro, la médula espinal y los nervios-. En determinadas
condiciones neurológicas también se observan fenómenos similares a
los que fueron informados por personas que estuvieron cerca de la
muerte. En consecuencia, algunos pueden proponer explicaciones
neurológicas de las experiencias cercanas a la muerte en términos de
supuestas malfunciones del sistema nervioso de la persona moribunda.
Consideremos los paralelos neurológicos de dos de los más
sorprendentes episodios de la experiencia de la muerte: la
«revisión» instantánea de los acontecimientos de la vida del
moribundo y el fenómeno de salirse del cuerpo.
Encontré
un paciente en una sala de neurología de un hospital que me
describió una forma peculiar de ataque en la que tenía visiones
retrospectivas de los acontecimientos de su vida.
La
primera vez que me ocurrió estaba mirando a un amigo que se
encontraba en la habitación. El lado derecho de su rostro se
distorsionó y, repentinamente, mi conciencia fue invadida por
escenas que me habían ocurrido en el pasado. Se producían en la
misma forma como habían ocurrido: vívidas, en color y
tridimensionales. Sentí náuseas, y me asusté tanto que traté de
evitan las imágenes. Desde entonces he tenido muchos de esos ataques
y he aprendido lo suficiente para dejar que sigan su curso. El
paralelo más cercano que puedo encontrar son las escenas que ponen
en televisión en la noche de año nuevo. Las imágenes de lo ocurrido
durante el año pasan por la pantalla, pero cuando estás viendo una
ya se ha ido, sin que tengas tiempo ni siquiera de pensar en ella.
Así ocurre con esos ataques. Veo algo y pienso que lo recuerdo.
Trato de mantenerlo en la mente, pero ya ha sido sustituido por otra
imagen.
Siempre son imágenes de algo que ha ocurrido y nada está modificado.
Sin embargo, cuando ha terminado me resulta muy difícil recordar las
imágenes que vi. A veces son las mismas imágenes, otras veces no.
Cuando aparecen, recuerdo: «Son las mismas que vi antes», pero,
cuando han terminado, es casi imposible recordar cuáles eran. No
parecen acontecimientos particularmente significativos de mi vida.
En realidad ninguno de ellos lo es. Son muy triviales. No se
producen en orden, ni siquiera en el orden en que aparecieron en mi
vida. Vienen al azar.
Cuando
llegan las imágenes, puedo ver lo que está ocurriendo a mi
alrededor, pero mi consciencia ha disminuido. Es casi como si la
mitad de mi mente estuviera ocupada en esas imágenes y la otra mitad
prestara atención a lo que estoy haciendo. Quienes me han visto
durante un ataque dicen que dura un minuto, pero a mí me parecen
siglos.
Existen
ciertas similitudes obvias entre estos ataques, ocasionados sin duda
por un foco de irritación en el cerebro, y la memoria panorámica de
que habló alguno de mis entrevistados. Por ejemplo, el ataque de ese
hombre toma la forma de imágenes visuales increíblemente vívidas y
en tres dimensiones. Además, las imágenes parecen venirle,
independientemente de cualquier intención por su parte. También
alega que se producen con gran rapidez y pone de relieve la
distorsión de sus sentidos del tiempo durante la experiencia.
Por otra
parte, también hay notables diferencias. En oposición a la visión
panorámica producida en las experiencias cercanas a la muerte, las
imágenes no le vienen en el orden que tuvieron en la vida y no son
vistas enseguida, en una visión unificadora. No se refieren a
acontecimientos significativos de su vida; por el contrario, ponen
de relieve su trivialidad.
Por
tanto, no parecen tener un motivo de juicio o educacional. Mientras
que muchos de los sujetos que han tenido experiencias de muerte
señalan que tras la «revisión» pueden recordar los acontecimientos
de su vida con mayor claridad y detalle que antes, el paciente de
neurología alega no recordar las imágenes particulares que siguieron
al ataque.
Las
experiencias externas al cuerpo tienen un análogo neurológico en las
llamadas «alucinaciones autoscópicas», materia de un excelente
artículo del doctor N. Lukianowicz en la revista médica Archives of
Neurology and Psychiatry. En esas extrañas visiones, el sujeto ve
una proyección de sí mismo en su propio campo visual. El extraño
«doble» imita las expresiones faciales y movimientos corporales de
su original, que se encuentra totalmente confundido cuando ve una
imagen de sí mismo a distancia, generalmente enfrente de él.
Aunque la
experiencia es algo similar a las externas al cuerpo ya descritas,
las diferencias superan con mucho las similitudes. El fantasma
autoscópico siempre se percibe como vivo -a veces el sujeto piensa
que incluso está más vivo y consciente que él-, mientras que en las
experiencias externas al cuerpo éste es visto como si no tuviera
vida, como si fuera un cascarón. El sujeto autoscópico puede «oír» a
su doble hablándole, dándole instrucciones, burlándose de él, etc.,
mientras que en las experiencias externas el cuerpo todo él es visto
-a no ser que esté parcialmente cubierto u oculto de otra manera-;
frecuentemente, el doble autoscópico sólo es visto desde el pecho o
el cuello.
De hecho,
las copias autoscópicas tienen mucho más en común con lo que he
llamado cuerpo espiritual que con el cuerpo físico que es visto por
una persona moribunda. Los dobles autoscópicos, aunque a veces son
vistos en color, son descritos con más frecuencia como tenues,
transparentes y sin color. El sujeto puede ver cómo su imagen pasa a
través de puertas o de otros obstáculos físicos sin problema
aparente.
Presento
aquí un relato de una alucinación autoscópica que me fue descrita.
Es una experiencia única por cuanto implica simultáneamente a dos
personas.
A las
once de la noche de un verano, dos años antes de que mi esposa y yo
nos casáramos, la llevaba a su casa en un deportivo convertible.
Aparqué en la calle débilmente iluminada que había frente a su casa.
Ambos quedamos sorprendidos cuando miramos hacía arriba al mismo
tiempo y vimos unas imágenes de nosotros mismos, de la cintura para
arriba y sentadas una al lado de la otra, en los grandes árboles que
había en la calle a unos cien pies frente a nosotros. Las imágenes
eran oscuras, casi como siluetas, y no podíamos ver a través de
ellas, pero de todas formas eran réplicas exactas. Ninguno de los
dos tuvimos problema para reconocerlas enseguida. Se movían, pero no
imitando nuestros movimientos, pues estábamos sentados mirándolas.
Hacían cosas como ésta: mi imagen cogía un libro y enseñaba algo que
había en él a la imagen de mi esposa, y ella se inclinaba y miraba
atentamente el libro.
Mientras estábamos sentados allí contaba a mi esposa lo que veía que
estaban haciendo las imágenes, y cuanto decía era exactamente lo que
ella veía. Luego cambiamos. Ella me decía lo que estaba viendo y
coincidía exactamente con lo que veía yo.
Estuvimos mucho rato sentados, por lo menos treinta minutos, mirando
y hablando de lo que veíamos. Creo que hubiéramos podido pasar así
el resto de la noche. No obstante, mi esposa tenía que ir a su casa
y subimos juntos por las escaleras de la colina que conducían al
portal. Cuando bajé, volví a ver las imágenes, que siguieron allí
mientras me marchaba.
No hay
ninguna posibilidad de que fuera cualquier tipo de reflejo sobre el
parabrisas, pues había retirado la parte superior del coche y todo
el tiempo mirábamos por encima. Ninguno de los dos habíamos bebido,
y todo ocurrió tres años antes de que oyéramos hablar del LSD o
drogas parecidas. Tampoco nos encontrábamos cansados, aunque era
algo tarde, por lo que no estábamos dormidos y soñando. Nos
encontrábamos bien despiertos, alerta y sorprendidos cuando
estábamos viendo las imágenes y hablábamos de ellas entre nosotros.
Concedamos que las alucinaciones autoscópicas son en cierta manera
como los fenómenos externos al cuerpo asociados con una experiencia
cercana a la muerte. Sin embargo, aunque nos remitiéramos sólo a los
puntos de similitud y despreciáramos las diferencias, la existencia
de alucinaciones autoscópicas no nos daría una explicación de la
ocurrencia de experiencias externas al cuerpo, por la razón de que
tampoco hay una explicación para la existencia de las alucinaciones
autoscópicas. Varios neurólogos y psiquiatras han propuesto muchas
explicaciones contradictorias, pero el debate continúa y ninguna
teoría ha ganado la aceptación general. Por tanto, tratar de
explicar las experiencias externas al cuerpo como alucinaciones
autoscópicas seria sustituir una situación sorprendente por un
enigma.
Queda
finalmente otro punto relevante en relación con las explicaciones
neurológicas de las experiencias cercanas a la muerte. En un caso,
encontré un sujeto con un problema neurológico residual derivado de
un encuentro con la muerte. El problema era una parálisis parcial de
un pequeño grupo de músculos de un lado del cuerpo. Aunque a menudo
me pregunté si se trataba de un déficit residual, ha sido el único
caso que he encontrado de daño neurológico posterior a un encuentro
próximo con la muerte.
La
psicología no ha alcanzado todavía el grado de rigor y precisión que
tienen otras ciencias hoy en día. Los psicólogos siguen divididos en
escuelas de pensamiento con puntos de vista, aproximaciones a la
investigación y entendimientos fundamentales conflictivos sobre la
existencia y naturaleza de la muerte. Las explicaciones psicológicas
de estas experiencias variarán ampliamente de acuerdo con la escuela
de pensamiento a que pertenezca el psicólogo o psiquiatra. En lugar
de considerar cada uno de los tipos de explicación psicológica que
podrían proponerse, me ceñiré a las que he escuchado con más
frecuencia en las conferencias, y sobre todo a una que, en cierta
manera, me parece la más tentadora.
Ya me
referí antes a los dos tipos de explicaciones más comúnmente
propuestos: aquellos en los que se da la hipótesis de que o bien el
consciente miente o el inconsciente embellece. En este capítulo
quiero considerar otros dos.
En
ninguna de las conferencias públicas que he presentado sobre mis
estudios se ha adelantado una explicación de esas experiencias en
términos de resultados de experiencias de aislación. Sin embargo, es
precisamente en esta área de relativamente reciente y rápido
crecimiento de la ciencia del comportamiento en donde los fenómenos
más cercanos a los estadios de la experiencia de la muerte han sido
estudiados y producidos en condiciones de laboratorio.
La
investigación del aislamiento es el estudio de lo que le ocurre a la
mente y al cuerpo de una persona cuando es aislada en una u otra
forma; por ejemplo, separándola de todo contacto social con otros
seres humanos o siendo sometida a una tarea monótona y repetitiva
durante largos periodos.
Los datos
sobre experiencias de este tipo se han reunido de diversas maneras.
Los relatos escritos de las experiencias de los exploradores polares
o de supervivientes solitarios de naufragios contienen mucha
información. Durante las últimas décadas los científicos han tratado
de investigar fenómenos similares bajo condiciones de laboratorio.
Una técnica bien conocida consiste en suspender a un voluntario en
un tanque de agua que esté a la misma temperatura que el cuerpo. Así
se minimizan las sensaciones de peso y temperatura. Se le vendan los
ojos y taponan los oídos para intensificar el efecto del tanque a
prueba de oscuridad y sonidos. Le meten los brazos en tubos para que
no pueda moverlos y se sienta privado de muchas de las sensaciones
normales de movimiento y posición.
Bajo
estas y otras condiciones de soledad, algunos individuos han
experimentado inusuales fenómenos psicológicos que conservan
semejanzas con los subrayados en el capitulo 2. Una mujer que pasó
largos periodos de soledad en las condiciones desoladas del Polo
Norte cuenta que tuvo una visión panorámica de los acontecimientos
de su vida. Unos marineros náufragos que estuvieron encallados en
pequeños botes durante muchas semanas han descrito alucinaciones en
las que eran rescatados, a veces por seres paranormales semejantes a
fantasmas o espíritus.
Ello
guarda cierta analogía con el ser luminoso o los espíritus de amigos
que se encuentran en los informes de los sujetos que he
entrevistado. Otro fenómeno cercano a la muerte que se produce en
los relatos de experiencias de aislación incluye: distorsiones del
sentido del tiempo, sentimientos de estar parcialmente disociado del
cuerpo, resistencia a volver a la civilización o a abandonar la
aislación y sensación de estar «unidos» al universo. Además, muchos
de los que han estado aislados, a causa de un naufragio o por
cualquier otro motivo, dicen que a las varias semanas de verse en
esa condición regresaban a la civilización con un profundo cambio de
valores. Cuentan que después de la experiencia se sintieron
interiormente más seguros. Tal reintegración de la personalidad es
semejante a la reivindicada por muchos de los que han regresado de
la muerte.
De igual
modo, también hay algunos aspectos de las situaciones de muerte
semejantes a los rasgos encontrados en las experiencias y estudios
de aislación. Los pacientes que están cerca de la muerte
frecuentemente se encuentran aislados e inmóviles en las salas de
los hospitales, en unas condiciones disminuidas de luz y sonido, y
sin visitantes. Cabe preguntarse si los cambios fisiológicos
asociados con la muerte del cuerpo pueden producir un tipo radical
de aislación de la que resulte una ausencia total de entradas
sensoriales al cerebro.
Como ya
discutimos extensamente antes, algunos de los pacientes que han
tenido experiencias próximas a la muerte me contaron que cuando
estaban fuera de sus cuerpos tuvieron desagradables sensaciones de
aislamiento, de soledad o de verse separados del contacto humano.
Pueden
encontrarse casos fronterizos que no sean clasificables como
experiencias cercanas a la muerte ni como experiencias de aislación.
Por ejemplo, un hombre me contó la siguiente historia de su
permanencia en un hospital a causa de una grave enfermedad.
Me
encontraba gravemente enfermo en un hospital, y mientras estaba en
la cama me llegaban imágenes, como si estuviera frente a una
pantalla de televisión. Eran imágenes de personas y podía ver una, a
distancia en el espacio, que comenzaba a andar hacia mí, luego
desaparecía y en su lugar surgía otra. Era perfectamente consciente
de encontrarme en la sala del hospital y enfermo, pero empezaba a
preguntarme qué estaba ocurriéndome. Conocía personalmente a algunas
de aquellas personas –eran amigos o parientes-, pero a otras no las
había visto nunca. Súbitamente me di cuenta de que todas las que
conocía ya habían muerto.
No es tan
fácil clasificar esta experiencia, pues tiene puntos de contacto
tanto con las de aislación como con las de proximidad a la muerte.
Es análoga a las últimas en que se han producido encuentros con los
espíritus de gente que ha fallecido, pero ningún otro fenómeno tiene
en común con las experiencias de muerte. Es interesante el hecho de
que en un estudio de aislación un sujeto que se encontraba solo en
una cámara durante cierto tiempo tuvo alucinaciones en las que veía
imágenes de hombres famosos que flotaban hacia él.
¿Puede
clasificarse entonces la experiencia como de proximidad a la muerte
a causa de la extrema gravedad del enfermo o como experiencia de
aislación producida por las condiciones de confinamiento requeridas
por el estado de su salud? Es posible que no exista ningún criterio
absoluto que nos permita clasificarla en una de las dos categorías
separadas. Quizá será siempre un caso fronterizo.
A pesar
de las coincidencias, los resultados de la investigación de la
aislación no suministran una explicación satisfactoria de las
experiencias próximas a la muerte. En primer lugar, los diversos
fenómenos mentales producidos en las condiciones de aislación no
pueden, ellos mismos, ser explicados por alguna teoría. Invocar los
estudios de aislación para explicar las experiencias próximas a la
muerte sería, como en el caso de la «explicación» de las
experiencias externas al cuerpo por referencia a las alucinaciones
autoscópicas, sustituir un misterio por otro.
Hay dos
corrientes de pensamiento conflictivas por lo que se refiere a la
naturaleza de las visiones que tienen lugar en condiciones de
aislación. Algunos no dudan en tomarlas como «irreales» y
«alucinatorias», mientras que en toda la historia los místicos han
elegido la soledad con el fin de encontrar la iluminación y la
revelación. La noción de que el renacimiento espiritual puede
producirse mediante aislación forma parte integral de los sistemas
de creencias de muchas culturas y es reflejado en diversos grandes
textos religiosos, como en la Biblia.
Aunque
tal idea sea algo ajena a la estructura de creencias del Occidente
contemporáneo, todavía hay muchos que la proponen, incluso en
nuestra propia sociedad. Uno de los primeros y más influyentes
investigadores de la aislación, el doctor John Lilly, ha escrito
recientemente un libro, una autobiografía espiritual, llamado The
Center of the Ciclone. En él refiere que considera las experiencias
que ha tenido bajo condiciones de aislación como verdaderas
experiencias de iluminación e intuición, y no como «irreales» o
«engañosas». Es interesante observar que cuenta una experiencia
propia próxima a la muerte que es muy semejante a las que he
referido, y que coloca su experiencia en la misma categoría que las
de aislación. Ésta puede ser también, junto con las drogas
alucinatorias y la cercanía de la muerte, una de las diferentes
maneras de entrar en nuevas esferas de conciencia.
Quizá,
dirán algunos, las experiencias cercanas a la muerte son sólo sueños
de cumplimientos de deseos, fantasías o alucinaciones puestos en
juego por diversos factores: drogas en un caso, anoxia cerebral en
otro, aislación, etc. Así se explicarían como engaños.
Pienso
que varios factores se oponen a ello. En primer lugar, la
consideración de la gran similitud en contenido y progresión que
encontramos entre las descripciones, a pesar de que los elementos
más generalmente informados no coinciden con lo que cabría esperar
de las posibilidades imaginativas de nuestro medio cultural con
respecto a la muerte. Añadamos a ello que el cuadro de
acontecimientos que rodean a la muerte en estos relatos se
corresponde notablemente con el que es pintado en muy antiguos
escritos esotéricos totalmente ajenos a mis sujetos.
En
segundo lugar, las personas con quienes he hablado no son víctimas
de psicosis. Son gente normal y emocionalmente estable, con buena
adaptación social. Tienen trabajos y posiciones de importancia y los
desarrollan con responsabilidad. Sus matrimonios son estables y
están adaptados a sus familiares y amigos. Casi ninguno de ellos ha
tenido más de una experiencia extraordinaria en su vida y, lo que es
más importante, pueden distinguir entre los sueños y las
experiencias que tienen despiertos.
Lo que
les ocurrió cuando estuvieron cerca de la muerte no lo informan como
algo soñado, sino como acontecimientos que les han ocurrido. Casi
invariablemente, en el curso de las entrevistas me aseguraron que
sus experiencias no habían sido sueños, sino episodios definidos y
reales.
Finalmente, nos encontramos con el hecho de que existe una
corroboración independiente para alguno de los episodios externos al
cuerpo. Aunque los compromisos contraídos me impiden dar nombres y
detalles, he visto y oído lo suficiente para decir que continúo
sorprendiéndome. Opino que cualquiera que busque experiencias
cercanas a la muerte de una manera organizada descubrirá
probablemente tan extraña corroboración. Al menos descubrirá hechos
suficientes para preguntarse si esas experiencias, lejos de ser
sueños, no pertenecerán a una categoría diferente.
Como nota
final, permítaseme señalar que las «explicaciones» no son abstractos
sistemas intelectuales. En algunos aspectos son proyecciones de los
egos de las personas que las sostienen. Los individuos se mantienen
emocionalmente unidos a los cánones de las explicaciones científicas
que idean o adoptan.
En las
numerosas conferencias que he dado sobre el tema me han propuesto
muchos tipos de explicaciones. Las personas fisiológica,
farmacológica o neurológicamente mentalizadas adoptaban sus propias
orientaciones como fuentes obvias de explicación, incluso en los
casos que parecían estar en contra de ese tipo de explicación. Los
seguidores de las teorías de Freud se complacían en ver en el ser
luminoso una proyección del padre del sujeto, mientras que los
jungianos veían arquetipos del inconsciente colectivo, y así ad
infinitum.
Aunque
quiero poner de relieve de nuevo que no trato de proponer nuevas
explicaciones de mi propia cosecha, he tratado de dar algunas de las
razones por las que me parecen cuestionables las explicaciones que
con frecuencia me han propuesto.