La Vida te ha puesto en un callejón
sin salida alguna. No tienes adónde escapar. Sólo te queda
entonces sufrir. No pretendas rehuirlo. Al contrario. Busca tu dolor. Siéntelo. Masticalo, disuélvelo en tu saliva y trágalo, asimílalo,
hazlo parte de ti. Siente las paredes de tu corazón desprenderse.
Siente los músculos desgarrarse de tus huesos. Vive la desintegración
de tu ser por el dolor. Siéntete un desecho. Un par de sandalias
viejas arrojadas a la vera del camino por un caminante cansado. Una botella
de alcohol arrojada a la basura por un borracho sin destino. Algo insignificante,
como lo que realmente somos. Llora, blasfema a tu Dios y quema sus imágenes
si es necesario. Escucha el silencio de tu soledad. Estás sólo
en el mundo. Nadie podrá hacer nada por ti. Estás perdido
y desvalido. Deshecho. Una vez más, desintegrado en la adversidad.
Llega al fondo de tu tormento. Muere en cada célula de tu cuerpo.
Pero durante tu calvario, sólo
una cosa: una fina hebra roja que recorra tu columna de principio a fin.
Que algo, un mínimo de conciencia y dignidad quede encerrada en
ese espacio.
Y cuando hayas tocado fondo, tu
cuerpo liviano subirá a la superficie y podrás tomar aire
nuevamente. Verás que los engendros crispados que viste en el camino
al abismo ya no existen en tu regreso a la luz. No desesperes. Tardarás
algo de tiempo en volver. Lo importante es que llegarás. Pase lo
que pase, encierra en tu columna la fe en ello. Llegarás.
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