LA DESPEDIDA DE CONNY MENDEZ |
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Una
semana antes de que Conny se fuera para Miami y para el Cielo, la fui a
visitar a una casa al frente de su Quinta El Jabillo, porque ésta la tenía
alquilada.
Al
entrar, todavía parado en el umbral de la puerta, Conny me dijo
acariciándome la mejilla derecha: "Ya nadie me quiere, todas me odian". Y
yo le contesté: "Pero Conny, cómo vas a decir eso, si tú eres nuestra
Madre. Yo estoy llegando de unos cursos de Metafísica en New York, donde
todo lo que un alto Maestro enseñaba, ya tú me lo habías enseñado, y todo
el mundo se sorprendió cuando dije que Conny sabía lo mismo que el
Maestro".
Conny
me dijo: "Los Maestros te han mandado, porque yo sé que soy la Madre
Espiritual de todos ustedes. Mis hijos, Julieta y Donald, son los únicos
que se ocupan de mí. Julieta me manda su sirvienta todos los días para que
me atienda. Pero ya yo he perdonado a todo el mundo, y a las tres de la
mañana, todos los días, me levanto y les doy mi abrazo de amor a todos;
después de eso, llamo a Nenena Adrianza por teléfono y amanecemos
conversando".
Entonces comencé a realizar una invocación de la Llama Violeta y Conny me
dijo: "Ya no hace falta decir tanto, solo di: Yo Soy Antorcha de Llama
Violeta, y eso sólo basta".
Conny
me contó una serie de cosas tristes que le habían hecho algunas
discípulas. A Conny se le ocurrió llevar a un grupo de sus alumnos a Long
Island, al Puente a la Libertad, y cuando contactaron a Lucy, el
complemento de Serapis Bey, se entusiasmaron y dijeron: "Pero cómo vamos a
seguir con una mortal humana imperfecta, pudiendo estar con el complemento
de Serapis Bey", y abandonaron a Conny. Este tipo de traiciones suelen
suceder entre algunos discípulos.
Pero
resulta que los Maestros Ascendidos piensan distinto a aquellos que dicen
dejar a su instructor humano y con defectos, para seguir a un supuesto
maestro Ascendido.
Los
Maestros respetan demasiado la labor de enseñanza de un mortal, no importa
cuán imperfecto sea, y Ellos miden la fidelidad que el estudiante va a
tener con la Jerarquía Espiritual, observando la que tienen con su
facilitador. Así que si se traiciona al facilitador, también se lo hace a
Los Maestros. Por eso, a los que realizan este tipo de acciones, luego les
va muy mal, aunque a veces se ilusionen que están mejor.
Luego
de Conny contarme con nombres y apellidos todo lo que algunas personas le
habían hecho, de repente cambiamos el tono de la conversación y como
siempre nos volvimos a reír y nos contamos los últimos chistes que
habíamos aprendido.
Me
despedí de Conny esa noche, sin saber que era para siempre.
A la
siguiente semana en la tarde, mientras estaba dando clases en la Escuela
de Música Juan Manuel Olivares, Blanca Estrella me llamó y me dijo: "Conny
se murió esta mañana".
Estaba
dando clases en el mismo salón donde había conocido a la nieta de Conny.
Despedí a mis alumnos y me puse a llorar amargamente. Se había ido la
razón de mi vida, mi alegría, mi maestra, mi muñequita de porcelana que me
hacía soñar; todo se acabó ese día; sí, todo se acabó. No me importó la
teoría de la reencarnación, o pensar que Conny estaba viva en otra parte.
Estaba muerta, y yo estaba inconsolable.
Tomé
el auto, manejando y llorando, agarré la autopista de Prados del Este,
casi no podía ver por dónde iba, ya que las lágrimas me lo impedían, los
anteojos se me empañaban, y no sé cómo llegué a casa de Josefina, donde
estaban reunidas las personas a las que le daba clases de Metafísica. Lo
que hice fue llorar y llorar, no pude darles clases y ni siquiera
hablarles.
Lloré
hasta el día en que a su cuerpo incinerado lo trajeron de Miami. Me fui a
la funeraria en la madrugada y me tocó ver, a las 4:30 de la mañana,
cuando llegó una cajita de madera que tenía todo lo que más había querido
en mi vida; allí estaban las cenizas de Conny Méndez.
No me
separé del lado de Conny durante toda la mañana en que se le veló. Antes
del sepelio, hice un esfuerzo y con mi cuatro, delante de todos, le canté
sus canciones "Yo Soy Venezolana", "Venezuela habla cantando", y no
sé qué más, yo no podía más con mi alma; mi voz estaba cantando mientras
mi alma lloraba.
En el
cementerio General del Sur de Caracas, después de que la enterraron, me
agarré de las barandas de una tumba, a llorar inconsolablemente. Toda la
metafísica pasó delante de mí, diciéndome palabras consoladoras sobre la
muerte no existe y la reencarnación, pero yo escuchaba todo aquello como
estupideces sin sentido. Lo único que sabía era que Conny estaba muerta.
Lucrecia, la única alumna argentina de Conny, dijo: "Esto será un punto de
Luz y Bendición para todo el mundo". Luego yo tomé la palabra y le di a
los allí presentes, la primera clase de Metafísica que Conny me había
enseñado en la Quinta el Jabillo, aquella tarde luminosa en que la conocí.
Puse mis tres deditos como ella, y les dije a todos: "Dentro de sus
corazones tienen tres llamitas con los colores de la Bandera de Venezuela:
Amarillo, Azul y Colorao".
Conny se fue con su
guitarra y sus canciones para el cielo, junto a Saint Germain, a enseñarle
a los angelitos su Ley de Mentalismo y a encontrarse con María Eugenia
para que se le volviera a pegar de su falda. Conny fue a hacerles chistes
a los Maestros para que se divirtieran y para cambiarles un poco la
monotonía de la perfección de los planos celestes; fue a ver que canción
nueva componer, para entretenerlos como lo hacía con los humanos en la
tierra. Allá está ella con su Llamita Triple en el Corazón, de color
Amarillo, Azul y Colorao, como la Banderita de Venezuela. Katiuska,
Talita, las dos Blancas, Lucy Littlejohn y María Luisa, ya se fueron para
acompañarla y seguir el alboroto en el cielo con los Ángeles, los Maestros
y todos los Santos de todos los tiempos.
Sólo deseo, en mi próxima vida, volver a encarnar con Conny y con Katiuska, para seguir enseñándole
Metafísica a la gente, cantando, armando otro escándalo, pero ésta vez,
que sea tan grande, que del tiro ascienda toda la humanidad. Rubén
Cedeño |
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