¿Quién, una vez u otra, no
ha pensado en «qué sentido tiene esta vida terrenal»? ¿Es
indispensable el tener que afrontar tantos sinsabores y
trabajos? La verdad, sin duda, es que tienen que existir
los sufrimientos, las estrecheces y las guerras. Ponemos
demasiado interés en las cosas de este mundo; tendemos a
pensar que nada hay tan importante como la vida sobre la
Tierra. La verdad es que, sobre la Tierra, no somos nada más
que unos actores sobre la escena, cambiando el vestuario al
compás de nuestros papeles y, al final de cada acto,
retirándonos por un rato, para comparecer en el siguiente.
vestidos con otras trazas.
Las guerras son necesarias. Sin ellas, el mundo sería
rápidamente superpoblado. Son necesarias porque ofrecen
ocasiones para el sacrificio de sí mismo y para que el
hombre se eleve, por encima de los límites de la carne, al
servicio de los demás. Miramos la vida como es vivida en
este mundo, como si fuese la única cosa importante. En
realidad, es la cosa que importa menos.
Cuando existimos corno espíritus, somos indestructibles.
Somos inmunes a las penas y enfermedades. Por eso el
espíritu, que necesita ganar experiencia, ocasiona un cuerpo
de carne y hueso — un cuerpo que es una masa de protoplasma
animado — para que así pueda aprender las lecciones de la
experiencia. Sobre la Tierra, el cuerpo es como un títere,
saltando y danzando a las órdenes del Super-yo que, a
través de la Cuerda de Plata, ordena y recibe mensajes.
Por un momento, miremos las cosas de una manera más bien
diferente — ¿no es así? —. Una persona que llega a la Tierra
por vez primera, quizás es una criatura inerme, algo
parecido a un recién nacido, incapaz de hacer planes por sí
mismo. Por consiguiente, los planes se los deben hacer otras
personas. Por ahora no hay que preocuparse de los que aún se
encuentran por evolucionar; porque si el lector se
encuentra estudiando este curso, ello significa que se
halla en un estado de su evolución que le capacita para
planear más o menos las cosas que le faltan por aprender.
Examinemos cómo se encuentran las cosas antes de que un
individuo regrese sobre la Tierra.
Un individuo — un ser — ha regresado al Super-yo, en los
planos astrales, de vuelta de su vida terrenal. Este ser
habrá visto todos los errores y faltas de esta vida y habrá
decidido — solo o tal vez en compañía con otros — que
ciertas lecciones no han sido aprendidas y que hay que
volver de nuevo. De manera que se han hecho planes para que
este ser, esta entidad, pueda ingresar nuevamente en un
cuerpo físico. Se hace una investigación para hallar unos
padres que ofrezcan las necesarias facilidades en relación
al tipo de medio familiar que es requerido. Esto es: una
persona que está acostumbrada a manejar dinero, tiene que
nacer de padres ricos; en cambio, si una persona tiene que
subir «del arroyo», será hijo de padres pobres
indispensablemente. Podrá nacer estropeado o ciego; depende
de lo que tiene que aprender en la vida.
Un ser humano sobre la Tierra viene a
ser lo que un niño en la clase de un colegio. Pensemos en
términos colegiales. El niño está con una serie de
compañeros de clase. Supongamos que, por la razón que sea,
este chico determinado no hace lo que debería, y al final
del curso hace un triste papel en los exámenes. Los
profesores, ante esa conducta, deciden que no está preparado
para ascender al grado superior inmediato. Este chico,
cuando llegan las vacaciones, se encuentra con la amarga
verdad de que le será preciso, cuando terminen éstas,
repetir el curso.
Al reanudarse las actividades escolares, el chico que no
tiene aprobado el curso repite sus estudios, las mismas
lecciones, para tener nuevas oportunidades; mas, todos
aquellos que han estudiado con más asiduidad, adelantan y
son admitidos en un grado superior, y tal vez sean tratados
con más consideración por sus maestros, porque son muchachos
que se han esforzado, que han dominado las lecciones y han
realizado progresos. Aquel que se ha quedado atrás se siente
responsable ante los nuevos alumnos, x~ tiende a darse
importancia, con el fin de hacerles ver que si no pasó a un
grado superior fue porque no le importaba. Si al final de su
curso el chico no muestra ningún signo de haber hecho
progresos, puede ser muy bien que los profesores tengan una
reunión y pueden incluso decidir que el chico es de una
mentalidad inferior, en cuyo caso se le recomienda que vaya
a un tipo diferente de escuela.
Si los chicos del colegio cumplen con su deber y realizan
progresos satisfactorios en sus estudios, entonces llega el
momento en que tienen que decidir qué dirección quieren
emprender en su vida. ¿Quieren ser médicos, abogados,
carpinteros, chóferes de autobús? Sea como quiera, tienen
que realizar los estudios necesarios. Un futuro médico se ve
obligado a realizar estudios diferentes que un futuro
chófer de autobuses. Consultando con los profesores, dichos
estudios son efectuados por los discípulos.
Igual sucede con el mundo del espíritu;
antes de que un ser humano nazca, algunos meses antes de su
nacimiento, en algún sitio del mundo espiritual, se hace una
conferencia. El que tiene que entrar en un cuerpo humano
discute con sus consejeros el modo de aprender determinadas
materias, lo mismo que un estudiante de la Tierra discute
cómo debe realizar sus estudios para obtener las
calificaciones deseadas. Los consejeros espirituales tienen
facultad para decidir de qué forma el futuro estudiante de
la escuela de la vida será hijo de una determinada pareja
matrimonial, o ¡tal vez libre! Sigue una discusión sobre las
materias de las que tiene que ser instruido, y las pruebas
por las cuales tiene que pasar; porque es una triste
evidencia que las penas enseñan más que las dulzuras. Aquí
hay que hacer notar que el que una persona ocupe en esta
vida una situación servil no significa que ésta sea inferior
en el mundo del espíritu. A menudo se da el caso de que
personas que desempeñan funciones bajas, debido a las
enseñanzas que deben asimilar, en la vida futura serán
personas de la mayor categoría.
Es lástima que sobre la Tierra una persona es estimada por
la cantidad de dinero que posee o por lo que son sus padres;
esto, ciertamente, es trágicamente absurdo. Equivale a
juzgar un muchacho en la escuela por el dinero que tiene su
madre, en vez de juzgar al chico por sus propios progresos
escolares. Repetimos una vez más que nadie ha sido capaz de
llevarse ni un céntimo más allá de la barrera de la muerte;
pero todos los conocimientos adquiridos y todas las
experiencias se almacenan y nos acompañan en la vida del más
allá. Así, todos aquellos que creen que por tener millones
les va a ser guardado un asiento preferente en el cielo, van
por el camino de llevarse un triste y desagradable
desengaño. Dinero, posición, raza o color no importan en lo
más mínimo. Lo único importante es el grado de
espiritualidad que cada cual haya alcanzado.
Volveremos a nuestro espíritu, a punto de entrar en una
nueva encarnación; cuando se le han hallado unos padres
adecuados, entonces el espíritu entrará en el cuerpo en
formación del infante por nacer, y con la entrada en aquel
cuerpo sobrevendrá una instantánea cancelación de la
memoria consciente de toda la vida anterior. Sería, en
efecto, una cosa terrible que el niño tuviese un recuerdo
vivo de quién él había sido, tal vez muy próxima,
íntimamente vinculado con su madre o su padre. Sería trágico
y triste que e] niño pudiese acordarse de haber sido un gran
rey, mientras ahora es un pobre entre los más menesterosos.
Por esta razón -— entre varias otras —es un acto caritativo
que las personas corrientes no se puedan acordar de sus
vidas pasadas; pero una vez habrán pasado de su vida
presente y vuelto al mundo del espíritu, todo, absolutamente
todo, es recordado.
Muchas personas observan estrictamente el viejo
mandamiento: «Honrar padre y madre». Si bien éste es,
evidentemente. un sentimiento muy laudable, hay que poner
bien en claro que muchísimas personas, en la Tierra, no
volverán a ver nunca más a sus padres cuando entren en el
mundo espiritual En los viejos días del mundo, era necesario
que los sacerdotes hiciesen todo lo posible para ganar la
cooperación de los padres, a fin de que los jóvenes de ambos
sexos no dejasen la tribu, puesto que la prosperidad de ésta
dependía del número de jóvenes que la componían. Cuanto más
numerosa era, más fácilmente podía dominar a las pequeñas
tribus. Así es que los sacerdotes exhortaban a los hijos a
que obedeciesen a sus padres, mientras que éstos obedecían a
los sacerdotes.
Afirmemos de un modo rotundo que hemos de prestar nuestro
asentimiento al precepto de que los padres tienen que ser
«venerados», con tal de que lo merezcan. Es cierto que si un
padre o madre son explotadores malhumorados o tiranos, éstos
han perdido todo derecho a ser «venerados». De nsngún modo
es necesaria la obediencia de esclavo que muchos hijos
tienen a sus padres. Algunos hijos son ya adultos, y
casados, llevan ya vivida media centuria de su vida y
todavía tiemblan de miedo o aprensión ante el nombre de sus
padres. A menudo eso conduce a una neurosis, y, en vez de
provocar amor, se produce temor y mal disimulado
resentimiento. Así y todo, estos hijos — que pueden pasar de
los cincuenta o más años —, se sienten culpables porque han
sido criados bajo el precepto de «Honrar padre y madre».
Para estos tan afligidos nos gustaría decir de un modo
absolutamente definitivo, con toda firmeza, que si nos
sentimos desgraciados con nuestros padres, no los volveremos
a ver en el mundo del espíritu. En aquel mundo reina la ley
de la Armonía, y es absolutamente imposible para todas las
personas encontrarse con otra que les sea incompatible.
Igualmente, si estamos casados y unidos con nuestra pareja
sólo por un casamiento de conveniencia, que no nos atrevemos
a romper por el qué dirán los vecinos, jamás nos volveremos
a ver con nuestra pareja en el mundo espiritual, a menos que
uno de los dos cambie y se establezca de este modo una
compatibilidad.
Lo repetimos para que no se den malas inteligencias: Si
vosotros y vuestros padres sois incompatibles, si no existe
mutua comprensión, si no os sentís felices juntos, si no
existe afinidad, no os encontraréis en ningún otro plano de
la existencia. Lo mismo se puede decir de los parientes o de
los cónyuges. Tiene que haber compatibilidad y completa
armonía para encontrarse de nuevo. Ésta es una de las
razones que tiene el espíritu para deber encarnarse en un
cuerpo físico; porque sólo en el cuerpo físico pueden
ponerse en contacto dos seres antagónicos para que puedan
alisarse las aristas vivas entre sí, alcanzando un real y
mutuo entendimiento.
Más adelante, en otra lección, trataremos del problema de
Dios o de los dioses, y de las diferentes formas de las
creencias religiosas. Los seres humanos piensan,
erróneamente, ser la más importante de las formas de
existencia. Esto es equivocado del todo, y muchas veces se
trata de una idea alimentada por las religiones
organizadas. El pensamiento religioso enseña que el Hombre
es creado a imagen y semejanza de Dios; por lo tanto, si es
así, no cabe creer en nada más alto que el Hombre. Lo real
es que en otros mundos hay algunas altísimas formas de vida.
Dios no es un viejo señor benévolo, que nos observa
amablemente a través de las páginas de algún libro. Dios es
un ser muy real, un Espíritu viviente que nos gula a todos,
pero no indispensablemente en la forma que nos ha sido
enseñada.
Por último, al estudiar esta lección hemos de fijarnos en
nuestras relaciones con nuestros padres, nuestros
compañeros, nuestros deudos. ¿Nos sentimos felices a su
lado? ¿De veras? ¿O vivimos apartados de ellos? ¿Podemos
imaginarnos viviendo con alguna de esas personas
continuamente, por toda la vida? Recordemos que, cuando
íbamos a la escuela, había una serie de personas en la
clase, junto con nosotros, además de los profesores.
Teníamos que respetar a estos
últimos; pero no estaban continuamente asociados a nuestra
vida, su medida era temporal; se trataba de gente empleada
para vigilar nuestra formación. Nuestros padres igualmente
son individuos que hemos elegido — con su permiso en el
mundo espiritual —, para que compartan e inspeccionen
nuestro desarrollo. Si una persona ama sinceramente a sus
padres — y no porque ningún mandamiento religioso se lo
imponga — sentirá sin duda un gran placer sabiendo que los
hallará definitivamente en «el otro lado». Las condiciones
del más allá las hemos de crear durante nuestro paso por la
Tierra.
LOBSANG RAMPA |
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