El Archivo Akáshico es algo que nos
concierne a todos y a cada uno de los que han sido. Con el Archivo Akáshico
podemos viajar hacia atrás a lo largo del camino de la historia; ver todo cuanto
ha sucedido, no tan sólo en este mundo, sino también en otros mundos; porque hoy
los científicos han llegado a corroborar lo que los ocultistas han conocido
desde siempre; que existen otros mundos ocupados por otras personas, no
necesariamente humanas, pero que son, sin embargo, seres sensibles.
Antes de hablar extensamente sobre
los Archivos Akáshicos debemos conocer algunas cosas sobre la naturaleza de la
energía o materia. La materia, como ya hemos dicho, es indestructible, marcha
desde la eternidad. Las ondas eléctricas son indestructibles. Los científicos
han hallado recientemente que, si una corriente es inducida en un rollo de
alambre de cobre, la temperatura del cual se ha reducido previamente hasta lo
más cerca posible del cero absoluto, la corriente inducida sigue siempre
avanzando sin disminuir nunca. Todos sabemos que, a temperaturas normales, la
corriente no tarda en disminuir y en extinguirse, debido a las varias
resistencias. Así, la ciencia ha descubierto un nuevo recurso; ha encontrado que
si un hilo conductor de cobre puede experimentar una suficiente reducción de su
temperatura, una corriente eléctrica inducida continúa circulando por él y
permanece constante sin necesidad de que ninguna fuente exterior tenga que
alimentarla.
Con el tiempo, los hombres de ciencia
descubrirán que el hombre posee otros sentidos y otras capacidades. Pero esto,
por ahora, todavía no puede ser descubierto por los hombres de ciencia porque
los procedimientos científicos van lentamente y no siempre resultan sencillos.
Hemos dicho que las ondas son
indestructibles. Consideremos el proceso de las ondas de luz. La luz nos llega
de los más distantes cuerpos celestes más remotos de nosotros. Los más grandes
telescopios de la Tierra van escudriñando por el espacio, en otras palabras, van
captando luz de enormes distancias de la Tierra. Algunos de los cuerpos
celestes que nos mandan luz, la emiten desde mucho antes que nuestro mundo, o
que nuestro universo, gozasen de existencia. La luz es una cosa extremadamente
veloz; tanto, que apenas podemos imaginarlo, debido a que estamos dentro de
cuerpos humanos y extremadamente entorpecidos por toda suerte de limitaciones
físicas. Lo que consideramos «rápido» aquí en el suelo, tiene una diferente
significación en un plano diferente de existencia. A modo de ilustración,
diremos que un ciclo de existencia, para el ser humano, son setenta y dos mil
años. Durante este ciclo una persona existe, repetidamente en distintos mundos,
dentro de distintos cuerpos. Setenta y dos mil años, pues, es la duración de
nuestro «período escolar».
Cuando nos referimos a la «luz», en
vez de la radio o de ondas eléctricas u otras, es debido a que la luz puede ser
observada directamente, sin necesidad de equipos generalizados, y la radio, no.
Podemos ver la luz del Sol y de la Luna, y si disponemos de un buen telescopio o
de unos potentes gemelos, podemos percibir la luz de estrellas muy distantes,
que iniciaron su presencia mucho antes de que la Tierra fuese ni tan siquiera
una nube de hidrógeno flotando en el espacio.
La luz, también se emplea como medida
del tiempo o del espacio. Los astrónomos nos hablan de «años-luz», y hemos de
decir, llegados a este punto, que esta luz, venida de un mundo muy distante,
seguirá su viaje cuando éste en que vivimos haya cesado de existir; de manera
que estamos formando, en nuestra percepción, un cuadro de cosas que ya no son y
alguna de ellas hace largos años que ya no existen. Si alguien encuentra estas
cosas difíciles de entender, considere lo que sigue: tenemos una estrella
situada en las mayores distancias del espacio. Durante años, centurias, el astro
nos ha ido enviando ondas de luz a la Tierra. Estas ondas luminosas pueden
tardar mil, diez mil, cien mil, o un millón de años en llegar a la Tierra,
porque una determinada estrella, la fuente de esta luz, es extremadamente
lejana. Un día determinado la estrella entra en colisión con otra; puede
producirse un gran estallido de luz, o ésta puede ser extinguida. Para nuestro
propósito, supongamos que se ha producido una extinción total. Siendo así, la
luz dejará de llegar, en adelante, a nosotros. Pero durante un millar, o diez
millares o un millón, su luz nos va llegando, porque emplea todo ese tiempo para
cubrir la distancia que hay entre aquella fuente de luz y nuestro planeta. De
este modo, nosotros podemos ver la luz cuando su fuente ya ha cesado de existir.
Permítasenos opinar algo que es del
todo imposible mientras estamos en nuestro cuerpo físico, pero que es sencillo y
común cuando estamos fuera del cuerpo. Afirmemos, además, que nosotros podemos
viajar más rápidos que el pensamiento. Necesitamos que sea así, ya que nuestro
pensamiento posee una velocidad definida, como cualquier doctor puede
explicarnos. Conocemos hoy la velocidad con que una persona reacciona en una
situación determinada. La velocidad o la lentitud a que podrá poner los frenos,
a qué velocidad podrá mover el volante. Son conocidas las velocidades de todos
nuestros reflejos, de los pies a la cabeza. Nosotros, para el propósito de
nuestro análisis, necesitamos viajar instantáneamente. Imaginemos que podemos
llegarnos en un instante a un planeta que está recibiendo luz emitida por la
Tierra tres mil años atrás. Situados sobre este planeta nos llegará la luz de la
Tierra de tres mil años ha. Supongamos que disponemos de un telescopio de un
tipo jamás imaginado con el cual podemos contemplar perfectamente la superficie
de la Tierra — interpretando los rayos que nos llegan allí —; entonces podremos
ver la vida como era en el antiguo Egipto y los bárbaros del Oeste, cuyos
indígenas iban cubiertos de barro, o todavía menos, mientras en la China
descubriríamos una civilización perfectamente avanzada, tan distinta de la que
allí reina en nuestros días.
Si nos fuese posible, en aquel mismo
instante, desplazarnos a menor distancia, veríamos imágenes completamente
distintas. Supongamos un planeta cuya distancia de la Tierra nos permitiese ver
lo que ocurría mil años atrás con respecto de la Tierra. Veríamos un mundo del
año mil (de nuestra Era). Una alta civilización en la India, mientras el
Cristianismo iba extendiéndose por el mundo occidental; y tal vez algunas
invasiones en Sudamérica. El mundo también presentarla algunas diferencias,
comparado con el actual, porque la línea de la costa es continuamente variable;
la tierra surge de las aguas, las costas sufren erosión. En el plazo de una
existencia humana no se nota gran diferencia; pero, en un período de mil años,
las diferencias se nos harían visibles.
Ahora, en realidad, nos hallamos
sobre un mundo lleno de las más notables limitaciones; ello es causa de que nos
sea posible recibir impresiones únicamente dentro de una zona muy limitada de
frecuencias. Si podemos darnos cuenta de algunas de nuestras aptitudes «extracorporales»
por completo, como pueden ser dentro del mundo astral, nos será posible ver las
cosas bajo una luz diferente; podremos darnos cuenta de cómo toda materia es
indestructible; todo experimento que hemos realizado en el mundo, continúa
irradiando hacia el exterior, bajo la forma de unas ondas. Con habilidades
especializadas, podemos interceptar aquellas ondas; de una manera muy parecida a
la de cómo podemos interceptar las ondas de luz. Un ejemplo muy sencillo puede
proporcionárnoslo una lámpara proyectora de vistas; se introduce la placa por
un lado, actuando en una habitación a oscuras, y, habiendo puesto una pantalla,
preferentemente de color blanco, enfrente de la lente del proyector a la
distancia oportuna, y enfocamos la luz de dicha pantalla, con lo que veremos una
imagen. Pero si, en lugar de la pantalla, proyectamos esa imagen sobre la
ventana y las tinieblas exteriores, divisaremos sólo un rayo de luz, sin imagen
alguna. De ello se sigue que la luz tiene que ser interceptada, reflejada sobre
algo, para ser plenamente percibida y apreciada. Si tomamos un proyector, en una
noche clara y despejada, y lo enfocamos al espacio, veremos sólo un pálido
rastro luminoso; pero basta con que el proyector enfoque una nube o cualquier
avión de paso, para que nos demos cuenta de que existe la fuente luminosa.
Uno de los más viejos sueños de la
Humanidad ha sido el de poder disponer de «viajes a través del tiempo». Estos
sueños no pasan de ser meras concepciones fantásticas mientras existimos dentro
de nuestra carne y sobre la Tierra; ya que la envoltura carnal nos limita de una
manera triste; son nuestros cuerpos tan lamentablemente condicionados, y
nuestra necesidad de aprender sobre la Tierra, lo que nos ha implantado en
nuestros ánimos tantas dudas e indecisiones, que antes de sentirnos convencidos
necesitamos lo que llamamos «pruebas» el talento para descomponer una cosa en
una serie de piezas para ver como funcionan y asegurarse de que no pueden
funcionar de otro modo. Cuando llegaremos más allá de la Tierra y entraremos en
el astral, o todavía más allá, los viajes a través del tiempo nos parecerán tan
sencillos como el ir, en nuestro estado actual, al cinema o al teatro.
Los Archivos Akáshicos, siguiendo
adelante, son una forma de vibración, no necesariamente luminosa, porque
comprende igualmente que la luz, el sonido. Esta forma de vibración no tiene
sobre la Tierra término alguno que la describa. Lo más próximo a ella son los
ondas de la radio. Constantemente nos llegan de todas partes del mundo; cada
una nos trae diferentes programas, lenguas distintas, músicas diversas,
diferentes tiempos. Es posible que algunas ondas nos lleguen y nos traigan
programas que, para nosotros, pertenezcan al mañana de su punto de partida.
Todas estas ondas nos van llegando continuamente; pero no nos damos cuenta de
ellas hasta que disponemos de algún artificio mecánico, que llama. mos aparato
de radio, que pueda recibir las ondas y detenerlas para que sean audibles y
comprensibles por nosotros. Entonces, por medio de un aparato eléctrico o
mecánico, retardamos la frecuencia de las ondas de la radio y las convertimos
en ondas sonoras.
De una manera muy parecida si, sobre
la Tierra, conseguimos alguna vez moderar las ondas de los Archivos Akáshicos,
seremos. capaces de presentar auténticas escenas históricas en la pantalla de la
televisión. Y a los historiadores les va a dar un ataque cuando puedan ver que
la historia, tal como va impresa en los libros, es falsa de pies a cabeza.
Los Archivos Akáshicos se forman de
las vibraciones indestructibles que constituyen la suma total de los
conocimientos humanos, que emana del mundo en muy parecida forma de la que se
difunden los programas de la radio. Todo cuanto ha sucedido en este mundo,
todavía existe en forma de vibraciones. Cuando nosotros salimos de nuestro
cuerpo, no necesitamos ningún recurso especial para entender estas ondas; no
empleamos artificio alguno para hacerlas más lentas; en saliendo de nuestro
cuerpo, nuestro «receptor de ondas» se halla acelerado de una manera tal que,
con práctica y entrenamiento, podemos ser receptivos de lo que llamamos
Archivos Akáshicos.
Volvamos al problema de cómo superar
la velocidad de la luz. Será más fácil, si olvidamos la luz por un momento, y
tratamos, en su lugar, del sonido, porque éste es más lento y no nos precisan
distancias tan considerables para calcular los resultados. Supongamos que
estamos en un espacio abierto y de pronto escuchamos un avión a reacción a gran
velocidad. Escuchamos el sonido, pero es inútil mirar hacia el punto de donde
parece partir el sonido, ya que el reactor corre más que el sonido, y siendo
así, el avión adelanta mucho a su propio sonido. El primer aviso que durante la
segunda Guerra Mundial se tenía de la llegada de un proyectil-cohete, era el de
la explosión y de la caída de los bloques de piedra, con los chillidos de los
lesionados. Luego, cuando la polvareda empezaba a disiparse, llegaba el ruido
del cohete por el espacio, aproximándose. Esta alucinante experiencia se debía
al hecho de que el cohete llevaba una velocidad mucho mayor que la del sonido
que producía. Por eso, el cohete llevaba a cabo su trabajo destructor antes de
que le anunciase su propio ruido por el espacio.
Una persona puede hallarse 3ituada
sobre una colina, mirando un cañón que dispara, situado en la cumbre de otra
colina. Dicha persona no podrá jamás percibir el ruido del proyectil cuando pasa
exactamente por encima de su persona; el sonido le llegará poco después, cuando
el proyectil llega primero y el sonido después, cuando el proyectil se va
perdiendo en la distancia. Nadie ha muerto de ninguna bala que haya escuchado;
porque primero llega el proyectil que su sonido. Por esto es tan divertido, en
las guerras, contemplar a los hombres agachando la cabeza ante el sonido de una
granada «que ya ha pasado». En realidad, si han escuchado el ruido, quiere decir
que el proyectil ya ha pasado de largo. El sonido es lento, en comparación con
la luz o la mirada. Puestos de pie en la cumbre de esta colina podemos ver un
cañón cuando lo disparan; primero percibiremos una llamarada en su boca, y mucho
más tarde — depende de la distancia a la que estemos de la pieza de artillería
—, nos llega el ruido de la granada, pasando por encima de nuestra cabeza.
Podemos distinguir, a lo lejos, un hombre derribando un árbol; el hombre estará
a una cierta distancia de nosotros; veremos el hacha golpeando el tronco, y un
momento más tarde percibiremos el ruido de la herramienta. Es ésta una
experiencia que casi todos habremos tenido.
Los Archivos Akáshicos contienen el
testimonio de todo cuanto ha sucedido en el mundo. Los diversos mundos tienen,
cada cual, sus Archivos Akáshicos, del mismo modo que cada país posee sus
propios programas de radio. Todos aquellos que poseen conocimientos suficientes,
pueden sincronizar con el Archivo Akáshico de cada mundo; no tan sólo del suyo
propio, y se pueden enterar de los acontecimientos históricos y de las
falsificaciones contenidas en los libros de la historia. Pero, en los Archivos
Akáshicos, hay algo más que un recurso para satisfacer la propia y vana
curiosidad. Podemos consultarlos y ver cómo fracasaron nuestros planes
personales. Cuando morimos para este mundo, vamos a otro plano de existencia,
dentro de la cual todos tienen que verse cara a cara con las propias obras; lo
que hicimos y lo que dejamos de hacer, debiendo hacerlo. Veremos el conjunto de
nuestras vidas, con la velocidad del pensamiento. Lo veremos a través de los
Archivos Akáshicos, y no sólo desde el momento que lleváramos las cosas a la
práctica, sino desde aquellos momentos antes de nacer, en los cuales planeamos
cómo y dónde habríamos nacido. Entonces, con estos conocimientos y habiendo
visto nuestros errores, planearemos otra vez y volveremos a intentar otra
existencia, exactamente como un niño, en la escuela, viendo sus equivocaciones
en las respuestas escritas <le sus exámenes y queriendo enmendar sus
equivocaciones en unos nuevos ejercicios.
Naturalmente, se requiere un
prolongado ejercicio antes no se puede ver el Archivo Akáshico; pero mediante el
estudio, la práctica y la fe se puede llegar a él, y se llega constantemente.
Pienso que ha llegado el momento de
hacer aquí un momento de pausa en nuestro discurso y de discutir qué significa
lo que se llama «fe».
La fe es una cosa definida que se
puede y se debe cultivar, lo mismo que cultivamos una costumbre o una planta de
invernáculo. La fe no es una planta vivaz, como una caña; se parece más a una
planta de invernadero. Hay que mimarla, nutrirla, observarla. Para alcanzarla es
preciso repetir insistentemente nuestras afirmaciones de fe, hasta que su
conocimiento se escriba en el subconsciente. Este subconsciente representa
nueve décimas partes de nosotros mismos, esto es, la mayor parte de cada uno.
Muchas veces, nosotros podemos comparar el subconsciente a un hombre viejo y
cansado que lo que más necesita es que no le fatiguen. Aquel viejo está leyendo
sus periódicos, quizás está con la pipa en los labios y los pies metidos en
confortables zapatillas. Está ciertamente fatigado de todo el barullo y las
distracciones constantes que le rodean. A través de largos años de experiencia,
ha aprendido a guardarse de todo, menos de las más continuas interrupciones y
ruidos. Igual que un anciano parcialmente sordo. no oye al que le llama por
primera vez. La segunda vez no oye porque no necesita oír, y tiene que decidir
si vale la pena lo que le dicen. En cuanto a la tercera, le irrita, ya que cl
inoportuno le estorba el curso de sus pensamientos, mientras ¿1 está más
interesado en leer los resultados de las carreras de caballos, antes que otra
cosa que exija esfuerzo por su parte. Insistid e insistid continuamente,
repitiendo vuestra profesión de fe y entonces «el viejo» volverá a la vida con
un sobresalto, y cuando el conocimiento esté implantado en vuestro
subconsciente, entonces la fe se instalará en vosotros de un modo automático.
Tenemos que aclarar que la fe
significa opinión; decimos «creo que mañana es lunes», y esto quiere decir
alguna cosa. Pero no diremos, por cierto, «tengo fe en que mañana es lunes»,
porque significaría una cosa muy distinta que la anterior. La fe es algo que ha
crecido al propio tiempo que nosotros. Somos cristianos, budistas o judíos
porque nuestros padres lo fueron, hasta es una regla casi general. Tenemos la fe
de nuestros padres — creemos que lo que creyeron nuestros padres era exacto —y
así, nuestra fe siguió siendo la de nuestros antepasados. Ciertas cosas, que no
podemos probar de un modo definitivo mientras permanecemos en este mundo,
requieren fe. Otras cosas que pueden probarse, las creemos o no creemos en
ellas. Esto es una distinción, y es preciso que nos demos cuenta de ella.
Pero, ante todo, ¿qué es lo que
necesitamos creer, lo que requiere nuestra fe? Decidamos que es aquello que
requiere fe; pensémoslo desde todos los puntos de vista. ¿Se trata de fe en una
religión, en una capacidad? Mirémoslo desde tantos lados como nos sea posible y
entonces, en la suposición de que pensamos de una forma positiva,
establezcamos ante nosotros mismos lo que podemos hacer — esto o aquello —, o
que queremos hacer — esto o aquello — o lo que creemos firmemente — en
esto o en aquello —- Y debemos avanzar en estas afirmaciones. A menos que
afirmemos que no queremos tener fe «nunca». Las grandes religiones tienen sus
seguidores llenos de fe, éstos son aquellos que han estado en la iglesia, o
capilla, o sinagoga, o templo y allí han recitado sus plegarias no sólo en
interés propio, sino en el de sus prójimos, y se han dado cuenta que en el seno
de sus confesiones había algunas cosas que constituían «una fe». En el Lejano
Oriente existen unas cosas que se llaman «mantras», y repitiéndolas
incesantemente, la persona — que muy probablemente no sabe lo que significa el «mantra»
—, alcanzará determinados bienes para el espíritu. El que ignore lo que pueda
ser un mantra no tiene importancia alguna, ya que los fundadores de la religión
que compusieron el mantra arreglaron las cosas para que las vibraciones
engendradas por la repetición del mismo implantasen en el subconsciente la
finalidad deseada. Muy pronto, incluso a través de personas que no entienden
completamente la invocación, ésta pasa a formar parte del subconsciente y la fe
entonces se convierte en puramente automática. De la misma forma, si repetimos
oraciones y rezos de tiempo en tiempo, empezamos a creer en ellos. Todo se
reduce a mover nuestro subconsciente para que quiera entender y cooperar y, una
vez se ha llegado a la fe, no es preciso luchar más, porque nuestro
subconsciente nunca cesará de recordarnos que poseemos esta fe, y que hemos de
hacer determinadas cosas.
Repitámonos a nosotros mismos de
tiempo en tiempo que vamos a ver un aura, que vamos a sentir los fenómenos
telepáticos, que estamos a punto de lograr esto y aquello — lo que debemos
particularmente alcanzar en lo espiritual —. Todas las personas que tienen
éxitos en la vida; que están en el camino de ser millonarios o inventores, son
personas que tienen fe en sí mismas, que poseen fe en alcanzar aquello por lo
cual luchan. Esto es debido a que, teniendo ante todo fe en sí mismos, creyendo
en sus propios talentos y energías, llegan a engendrar aquella fe que hace que
lo que se cree se convierta en una verdad. Si avanzamos diciéndonos a nosotros
mismos que nos aguarda el éxito, triunfaremos; pero sólo si en nuestras
afirmaciones de éxito no se introducen dudas (las negaciones de la fe). Probemos
esta afirmación de éxito y los resultados seguramente nos asombrarán a nosotros
mismos.
Habréis oído hablar de personas que
pueden explicar a otros lo que eran en una vida anterior y todo lo que hacían.
Todos estos conocimientos provienen de los Archivos Akáshicos, ya que son
varias las personas que «durante el sueño» viajan por el astral y ven aquellos
archivos. A su regreso, por la mañana, como ya hemos analizado, traen con sigo
unos recuerdos deformados, de forma que, entre las cosas que dicen, unas son
ciertas y las otras inexactas. El lector puede notar que dejas cosas que ellos
cuentan, la mayor parte relatan grandes sufrimientos. Todos parecen haber sido
esbirros y toda suerte de gente malvada. Esto sucede porque nosotros venimos a
la Tierra como si ésta se tratase de una escuela. Debemos acordarnos siempre de
que las personas deben ser duras en la expiación de sus propios pecados, de la
misma forma que el mineral en bruto es colocado dentro del horno y sometido a
intenso calor para que las impurezas suban a la superficie para ser purgadas.
Los seres humanos, igualmente, deben soportar tensiones que les lleven casi al
punto de ruptura para que su espiritualidad quede patente y sus pecados
arrancados de raíz. Las personas vienen a este mundo para aprender; y se aprende
más por el rigor que por las dulzuras. este es un mundo de penas; una escuela de
formación que es casi un reformatorio, y, aunque haya de vez en cuando raros
momentos de dulzura, que brillan como el rayo de un faro luminoso en las
tinieblas de la noche, la mayor parte del vivir en este mundo es lucha.
Miremos la historia de las naciones;
si queremos poner en duda lo que estamos afirmando, mírense las guerras
incipientes. Es éste verdaderamente un mundo de impurezas, y resulta difícil a
los altos seres el venir a la Tierra como deben, para inspeccionar hacia adónde
vamos. Es un hecho comprobado que una Alta Entidad, llegando a la Tierra, puede
levantar alguna impureza que actuará como si fuese un anda, y lo atará a
nuestro suelo. Las altas entidades que llegan hasta nosotros no pueden llegar
aquí puras e incontaminadas, porque no podrían soportar las tristezas y las
pruebas de este mundo. Así es que debemos andar con mucho cuidado cuando
pensemos que Tal o Cual no puede estar tan alto como algunas personas aseguran
oír que es excesivamente goloso de tales o cuales cosas. Con tal de que no se dé
a la bebida, ya puede estar a suficiente altura. La bebida, en cambio, cancela
en un ser todas las altas potencias.
Algunos de los más grandes
clarividentes y telepatistas sufren de alguna dolencia física, ya que ésta, muy
a menudo, les aumenta la frecuencia de sus vibraciones y les confiere mayores
dotes de telepatía o de clarividencia por sus sufrimientos. No podemos conocer
la espiritualidad de una persona con sólo mirarla. Ni juzgar que es mala, porque
se halla enferma; la enfermedad puede obedecer a la necesidad de tener que
aumentar la velocidad de sus vibraciones con vistas a un determinado trabajo.
No juzguemos a una persona severamente porque acostumbre a soltar algún taco o
no se presente como creemos que debe presentarse un gran personaje. Puede
tratarse de una gran personalidad que suelte alguna palabrota, o tenga algún
vicio que le tenga amarrado a la Tierra. Pero, lo repetimos; mientras esta
persona no esté dominada por la bebida, puede tratarse de la gran entidad que
originariamente hemos creído que él era. Hay muchas impurezas que reinan sobre
la Tierra; lo que es impuro sucumbe; sólo aquello que es puro e incorruptible
sobrevive. Ésta es una de las razones en virtud de las cuales venimos los
mortales a este mundo; en el mundo espiritual, más allá del astral no puede
haber corrupción alguna. El mal no puede existir en los planos superiores; por
esto los humanos vienen a la Tierra para conocer el camino áspero. Y,
repitámoslo, un Gran Ser, llegado a nuestro suelo, contraerá algún vicio o
aflicción, sabiendo, sin embargo, que él (o ella) han venido a la Tierra con una
misión especial, y que las aflicciones o los vicios que les afecten luego no
tienen que ser considerados en ningún caso como un «karma» (trataremos de éste
más adelante), sino que debemos tenerlos como unos instrumentos, unas anclas,
que dejan de existir como desaparece la corrupción, con el cuerpo físico.
Hay un punto que hemos de señalar, y
es éste: los grandes reformadores en esta vida, muchas veces son los que en
vidas anteriores fueron grandes culpables de aquellos pecados que ahora, en la
vida presente, ellos (o ellas) combaten. Hitler, por ejemplo, volverá como un
gran reformador. Asimismo, muchos de los inquisidores. Es éste un pensamiento
que merece ser meditado. Recordémoslo: el camino de en medio es aquel donde
actualmente vivimos. No seamos tan malos que nos sea preciso sufrir nuevamente
en una nueva existencia. Y si fuéramos tan puros y santos que todo el mundo
estuviera por debajo de nosotros, entonces no podríamos subsistir en este
mundo. Afortunadamente, de todos modos, nadie alcanza tanta pureza!
LOBSANG RAMPA
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