Al hablar con los ángeles o los
espíritus, con nuestras propias almas o las de otros, encarnados o
no, expandimos nuestra capacidad de crecimiento y transformación...
y nos acercamos más aún a nuestro destino.
Vincularse con ellos, a través de la
propia mediumnidad o de la de otros, es el paso siguiente en
nuestra evolución como especie de seres conscientes.
La mediumnidad es la
manifestación característica del espíritu inmortal y no el fruto de
sensibilidades o anomalías del sistema nervioso. Es una facultad que
en su percepción psíquica se engrandece en la misma medida en que
evoluciona y se moraliza el espíritu del hombre.
Su expresión más elevada fue cuando el
Maestro Jesús cedió su cuerpo para dar cabida a la Energía Crística.
La mediumnidad es un recurso que
faculta el intercambio entre los “vivos” de la tierra y los
“muertos” del otro lado, y sirve como puente o ligazón para que
Altas Entidades Espirituales, como Cristo (actual Logos
Dimensional), Jesús (actual Logos Solar), Johnakan-Ur-el (Juan
Zebedeo, el discípulo amado y alma gemela de Jesús), Buddha,
Saint Germain, Kahlil Gibrán, Confucio, Sócrates, Allan
Kardec, etc., presten con sus oportunos mensajes un valioso
servicio a la humanidad.
Esta aseveración pretende disipar el
error muy común de creer que los líderes espirituales, después de
abandonar el cuerpo físico, se desentienden totalmente de la suerte
de aquellos discípulos o seguidores que guiaron en la tierra.
La mediumnidad es un fenómeno
resultante de la hipersensibilidad psíquica que en el presente surge
entre los hombres, en concomitancia con el fin de la Era de la
Materia y el umbral de la Era del Espíritu, etapa en
la que los seres humanos se verán impulsados, como un imperativo
determinado por la evolución del planeta, hacia el estudio y cultivo
de los bienes de la Vida Eterna.
Debe tenerse en cuenta que aunque
muchos movimientos filosóficos o espiritualistas no utilicen la
palabra “médium” (para distinguirlos, quizás, del tan cuestionado
espiritismo), sus mediadores no dejan de encuadrarse en la técnica
sideral de la manifestación mediúmnica cuando captan los mensajes
directamente de sus maestros o por vía de la intuición, como lo
hacía hace dos mil años Jesús, por ejemplo, o más recientemente Ron
Hubbard, fundador de Dianética y Cienciología.
En estas circunstancias se encontraban
también como médium el reverendo G. Vale Owen, protestante, cuando
recibía los mensajes mediúmnicos de su progenitora en la sacristía
de su Iglesia, y Alice A. Bailey, que psicografiaba en el ambiente
iniciático las orientaciones del Maestro Tibetano.
Eran médium, asimismo, la fundadora de
la Sociedad Teosófica Helena P. Blavatsky y también muchos de sus
afiliados, como el obispo anglicano Leadbeater y Geoffrey Hodson.
Los profetas eran médium poderosos (Jonás, Isaías, Jeremías,
Ezequiel y muchos otros). En la esfera católica eran también
efectivos médium Santa Teresita, Antonio de Padua, Don Bosco y
Vicente de Paúl, por citar solamente a algunos.
Más allá, entonces, de cualquier
denominación o interpretación dada a este tipo de manifestaciones
por las instituciones filosóficas o espiritualistas (“gracia”,
“milagro”, “don profético”, etc.), todas son, en esencia, fenómenos
mediúmnicos.
En el libro de Alice A. Bailey Tratado
de los Siete Rayos, editado en 1936, en la pág. 154 se lee: “Con el
tiempo se establecerá comunicación, por medio de la radio, con
aquellos que han pasado al más allá, y esto se convertirá en una
verdadera ciencia”.