Al comienzo era la Singularidad, era la
Nada y era el Todo. Había terminado un Ciclo y el Absoluto no se encontraba
manifestado. Luego, en un nanosegundo, se manifestó a través de diversas
creaciones. Hubo un Big Bang donde comenzó nuevamente el espacio-tiempo para
dar cabida al universo físico y a los supra universos espirituales.
La Esencia Cósmica crea entonces a los
elohim o dioses menores, que son los que continúan la tarea creadora en
los distintos universos. Deriva la tarea principal a 72 elohim.
Los elohim crean entonces a los distintos seres angélicos
(serafines, querubines, tronos, dominaciones, potestades, virtudes,
principados, arcángeles y ángeles), a los elementales de la naturaleza
(gnomos, sílfides, salamandras, ondinas, hadas, ninfas, trasgos, sátiros,
faunos, peris, vestiglos, sirenas, etc.) y a los espíritus, que
encarnan en el plano físico para comenzar su evolución.
De todas las creaciones del Absoluto, este mundo físico es la
vibración no 3.
Como hay distintos niveles de vibración, el ser
humano no puede ver, normalmente, a los seres espirituales ni a los
elementales de la naturaleza.
Esta creación tiene 9 grados o ciclos internos: del 9 al 6 hay
oscuridad. Son los grados primarios, donde el espíritu comienza su evolución.
Del 5 al 3 hay Luz, pues la sabiduría interior predomina sobre las
tinieblas de la ignorancia. Los grados 2 y 1 son de Maestría. Actualmente,
parte de la humanidad se encuentra en los umbrales del grado 2
[1].
Obviamente, cuanto mayor es la categoría espiritual, mayores son las
pruebas a superar.
En los comienzos de esta creación, Dios se
ocupó de enviar al principal protagonista de esta escuela de superación
interior. Su nombre era Luzbel, un ángel que irradiaba tanta bondad
que la Luz de su amor llenaba de éxtasis a sus hermanos.
Dios lo envió a
tentar a los hombres y él no pudo negarse al mandato divino. Trajo a
una legión de 72 ángeles, a los cuales se les borró la memoria
para que pudieran llevar a cabo su misión sin titubeos. Así fue
como se transformaron en Demonios, habitando los ciclos de la
Oscuridad (son ciclos que interfieren en todos los planos de vibración).
Estos demonios, en forma
de tentaciones, dominan el cuerpo de deseos del ser humano y también actúan
acrecentando el ego
[2]
en los espíritus del error.
Se dice que
vinieron grandes Maestros de un planeta del sistema de Orión hasta
las tierras de Egipto, dejaron sus enseñanzas y la humanidad comenzó
a evolucionar.
También se
dice que alguno de los faraones eran seres de aquella civilización
extraterrestre y por eso fueron considerados dioses por los hombres
de aquella época.
Desgraciadamente,
muchas de esas enseñanzas cayeron en manos de algunos sacerdotes con
ansias de poder, que usaron ese conocimiento para someter a sus semejantes.
Otros sacerdotes
de espíritu más elevado sirvieron a la Luz y guardaron esa sabiduría bajo
escritura jeroglífica, para que no sea fácil de descifrar por las personas que
sirviesen al Mal.
Uno de esos
grandes Maestros venidos de Orión era Thot,[3]
que fue considerado el dios tutelar de la ciudad de Hermópolis, dios lunar,
señor de la sabiduría, inventor de las ciencias, de las artes y de la ya
nombrada escritura jeroglífica. El pueblo griego lo conocía como Hermes
Trimegisto.
De esta forma
griega de denominar a Thot proviene el título de los Libros
herméticos, aplicado a 42 tomos sagrados de sabiduría egipcia.
Una de
las sociedades que estudian esas ciencias ocultas es la Orden
Hermética del Alba de Oro (Hermetic Order of The Golden Dawn),
fraternidad inglesa fundada en 1887, por miembros de una Orden de
carácter Rosacruz.
La creación
siguió su curso y, para seguir apuntalando espiritualmente al ser
humano, llegaron a encarnar grandes Maestros de la Luz: Moisés,
profeta hebreo, cuyo verdadero nombre se dice que era Osarsiph y
habría sido iniciado en los Misterios de Heliópolis.
El patriarca
Enoch, a quien se le atribuye el llamado Libro de Enoch, en donde
éste cuenta sus místicas y simbólicas visiones.
El profeta
Elías, que fue enviado por Jehová, uno de los elohim, para
unir a las familias y sembrar el amor en todas las comunidades de
aquella época tan oscura.
Y al final vino el
Maestro Jesús, que enseñó la religión sin religión, que predicó el Amor con
mayúsculas, que clamó tantas veces que al Padre se lo encuentra en
el interior del hombre, no en la cima del monte ni en la sinagoga.
Eran palabras
muy avanzadas para aquella época, incluso para este tiempo.
Muchas personas
todavía viven en una búsqueda infructuosa, ávidas de diálogo personal
con el amante Dios y tratan de buscarlo en una imagen, en un
santuario, mientras siguen con su egoísmo cotidiano, sin ver más allá
de sus narices. Preocupándose poco y nada por su prójimo, y pensando
que más tarde, con un poco de arrepentimiento, la tarea ya estaría
hecha
[4].
No se dan
cuenta que así lo toman a Dios por un tonto, queriendo engañarlo,
como si Él no estuviera dentro de cada uno de nosotros.
El Maestro Jesús
nos dejó una provechosa enseñanza, dio conceptos para los seres de oscuridad y
también para los que empiezan a asomar a la Luz. Ya hay seres encarnados que
están en el grado 2 de evolución, el grado donde comienza la maestría.
Actualmente hay 7 elohim trabajando.
Estas jerarquías
son las únicas que quedan de las originales 72, y siguen creando espíritus que
comienzan el camino evolutivo por el grado 9.
Jesús, el Gran
Maestro de la Luz, movilizó la conciencia espiritual y consiguió que muchos
espíritus del grado 6 pasaran al grado 5, o sea, de la Oscuridad a la Luz.
Hay Maestros de
Luz que trabajan en este plano material, así como hay Espíritus de
Luz que operan en los planos espirituales.
Hay seres humanos
que ya están en los grados 2 y 3 de maestrías y reconocen que cada día es más
difícil evolucionar estando encarnados. En los planos espirituales de Luz
también se sigue evolucionando, pero al no existir el ego es mucho más
fácil dicha evolución.
De todas maneras,
los espíritus encarnados no estamos tan desamparados como pensamos, pues los
ángeles vienen a proteger y orientar al ser humano. Aparte, los Maestros de
Luz tienen la misión de apuntalar al hombre para que no retroceda en su
evolución.
El ego es
un tremendo lastre para que el ser humano se eleve espiritualmente. Algunos se
dicen “Maestros”, sin saber que en muchos casos ni 50 años de “maestría
terrenal” alcanzan para llegar a los grados 2 y 3.
Los que no están
en los dos primeros ciclos son aprendices, pero no todos son buenos
discípulos. La base para comenzar a ser un destacado discípulo es el Amor, con
el respaldo del Conocimiento, el Respeto y la Humildad... sin dejar de lado el
Servicio. Por eso no hay que ser reticentes en dar Conocimiento.
Los exámenes
en estas categorías espirituales se pagan con lágrimas.
Según antiguos conocimientos se
decía que la materia estaba conformada por vórtices de energía. Lord Kelvin,
el físico que definió el cero absoluto y elaboró una escala de grados de
temperatura, opinaba que no había nada sólido en lo material, que todo era una
gran ilusión alimentada por una falsa realidad.
Dio el ejemplo de un anillo de
humo que, al girar, guardaba su consistencia sin desarmarse. Así como ese
anillo en vórtice daba una apariencia de solidez, gracias a la ilusión dada
por el movimiento giratorio del mismo, Lord Kelvin utilizaba esa figura
simbólica para poder explicar que los átomos también eran anillos en vórtice,
pues se comportaban de la misma manera.
Más aún, proclamó que todas las
propiedades de esas pequeñas partículas derivaban de ese movimiento giratorio
en forma de vórtice, en medio del éter.
Pero como había una convicción
generalizada de que la materia se componía de partículas tangibles (comparaban
la forma del átomo con la de una bola de billar), la teoría de Lord Kelvin
quedaba totalmente relegada al olvido.
La ciencia siguió avanzando. El
átomo fue dividido y se llegó a visualizar como un sistema planetario en
miniatura, donde el núcleo estaba formado por protones (carga positiva)
y neutrones (sin carga aparente), y alrededor de ese núcleo giraban los
electrones (de carga negativa).
Se demostró que el éter no existía
como tal y que lo que imperaba era un vacío casi absoluto. Albert Einstein
había escrito una fórmula: E = M x C2, donde E es la energía, M es
la materia y C2 es el cuadrado de la velocidad de la luz.
Esa fórmula se llegó a demostrar
algunos años después con el estallido de la bomba atómica, donde una fracción
de materia se transformó en una inmensa cantidad de energía, llegando a
arrasar una ciudad entera.
Si Kelvin
viviera hoy no hablaría de átomos en forma de vórtice girando en medio del
éter, sino que sería más sutil. Se preguntaría: si puede existir una onda de
energía... ¿por qué no un vórtice de energía? ¿Y cómo estaría conformado un
vórtice de energía? ¡Por una partícula elemental!
O sea: Una partícula elemental
es un vórtice de energía.
El propio Einstein una vez definió
la materia como una energía congelada. El vórtice nos da un panorama mucho más
claro: demuestra que la partícula elemental se mueve en espiral y el
movimiento es el fundamento mismo de la materia.
El gran logro de esta teoría es el
poder demostrar que la materia es una forma de energía.
¿Cómo puede ser —dirán algunos— si
la energía es inmaterial?
La
respuesta es simple. De la misma forma que el movimiento no puede existir si
no se avanza en una dirección determinada,
la energía no existe si no
es con una forma definida.
No es que dicha energía forme un
vórtice o una onda:el vórtice es la energía en sí.
En el mundo que conocemos a simple
vista, el universo material que todos podemos observar, hay dos formas básicas
de energía: la electricidad y la luz visible.
La materia es el tercer
tipo de energía.
La mayoría de los vórtices tienen
forma de cono, por ejemplo, los remolinos y los tornados, que giran como si
fueran un gigantesco trompo.
Pero en el mundo de las partículas
subatómicas, el vórtice forma una figura geométrica distinta: ni como “anillos
de humo” ni como trompos. En este caso, la partícula elemental tiene la forma
de un vórtice esférico. O sea: el vórtice es un movimiento en
espiral de tres dimensiones y así llega a formar una bola giratoria de energía.
Para configurar ese vórtice en
nuestra imaginación, podemos representarlo mentalmente como un pequeñísimo
ovillo de lana, con una rotación continua.
El movimiento giratorio es lo que
crea la estabilidad de la partícula, al igual que el anillo de humo (que no se
desarma) y el trompo (que no se cae mientras gira).
No son ejemplos exactos, pero
sirven para dar una idea aproximada de lo que estamos hablando.
Ahora volvamos a lo que se dijo
precedentemente, donde se demostró que mediante una fisión nuclear podía
liberarse una gran cantidad de energía.
¿Cómo ilustramos el tema con el
ejemplo del ovillo de lana?
Es fácil. Si desenrollamos dicho
ovillo en una habitación cualquiera, tendría una longitud tal que no cabría en
ella, mientras que enrollado lo contendríamos dentro de una mano.
Si pudiéramos desenrollar así
un vórtice de energía, la cantidad liberada sería impresionantemente grande.
Así como el ovillo de lana es una
figura muy compactada de ese material, una partícula elemental en vórtice es
una forma muy concentrada de energía.
Esta teoría también puede explicar
la carga eléctrica de la materia.
Por ejemplo, dijimos que el
vórtice es un movimiento en espiral de tres dimensiones, pero ese movimiento
giratorio tiene dos sentidos posibles: desde el centro de la espiral hacia
fuera o desde el borde hacia el punto central.
El vórtice centrípeto corresponde
a una carga positiva y el vórtice centrífugo a una carga negativa.
La teoría también aclara el
concepto de la masa: La masa es una medida de la cantidad de energía que
contiene una espiral.
La materia se ve así como una
ilusión de lo real.
Siempre acostumbramos a decir:
“Tan sólido como una montaña”, pero... ¿hasta qué punto la montaña es una
entidad sólida?
Si la materia es un conjunto de
partículas elementales y éstas, a su vez, son vórtices de energía, nada de lo
aprendido hasta el presente tiene vigencia. Una partícula elemental de
materia es una bola giratoria de energía, un vórtice esférico en movimiento.
Pero hay distintas vibraciones en ese vórtice y cada vibración representa una
partícula distinta (un quark, un leptón, etc.)
[5]
Si el movimiento ocurre a la velocidad de la luz, el vórtice deja de ser una
partícula elemental para transformarse en un fotón.
Según Einstein, ningún cuerpo
puede moverse a mayor velocidad que la de la luz. Pero... ¿esa regla es
también aplicable a la energía en sí?
Si el movimiento del vórtice
llegara a vencer esa barrera y superara la velocidad de la luz, daría origen a
un tipo de energía por completo distinto, a la que llamaríamos la superenergía
o supraenergía.
Obviamente, la energía y la
supraenergía serían distintas. La materia que formaría la energía se
diferenciaría en sustancia de la que formaría el vórtice supraenergético.
La materia conocida se detecta en
el universo físico. La materia formada por la supraenergía estaría contenida
en un universo suprafísico. Habría suprapartículas y suprafotones, y
juntos darían cabida a una realidad suprafísica.
Nuestra materia no podría afectar
a ningún elemento de ese mundo, pues su sustancia sería completamente
distinta. Su vibración sería tan alta que ese suprauniverso no podría
captarse por nuestra realidad. Los elementos de ese mundo serían
absolutamente invisibles e intangibles para nosotros.
¿Cómo comprobar la existencia de
tales formas suprafísicas, si nuestros sentidos no las pueden captar?
Si la supraenergía no se encuentra
en nuestro espacio-tiempo, las formas suprafísicas están en un nivel superior
de vibración.
Así se explicarían muchos de los
fenómenos paranormales que tanto nos intrigan. Por ejemplo, la
transustanciación.
Todos hemos escuchado historias
donde había objetos que desaparecían y aparecían en forma misteriosa. La
ciencia tradicional nunca tuvo explicación para tales hechos.
Antes habíamos dicho que cada
partícula elemental era un vórtice de energía donde el movimiento en espiral
es inferior a la velocidad de la luz. Imaginemos que ese movimiento en vórtice
se acelera más y más.
Al sobrepasar el límite de la
velocidad de la luz, la energía se transformaría en forma instantánea en
supraenergía. La partícula elemental dejaría de interactuar con la luz
visible y la materia, y no se podría detectar por medios normales. No se
movería a ningún otro sitio, pero dejaría de ser perceptible para nosotros.
Si en forma hipotética se pudiera
revertir el proceso, el vórtice deceleraría y la supraenergía se revertiría a
energía y podríamos detectar la partícula, que reaparecería de inmediato.
Dicho proceso de ida y vuelta se
denomina transustanciación. Es el puente entre lo normal y lo
paranormal.
Si tuviéramos el poder para cruzar
ese puente podríamos desmaterializar o materializar todo objeto
que quisiéramos estudiar.
Según la religión judeocristiana,
los cielos podrían ser la denominación bíblica para los planos de supraenergía,
existentes más allá de la velocidad de la luz.
Falta aclarar qué papel tiene el
espacio casi vacío de materia en esta teoría.
El centro del vórtice energético
sería la materia y la energía de los bordes del vórtice, que no logramos
percibir en forma directa, sería el espacio.
El espacio
se origina en las regiones más tenues del vórtice y la materia está compuesta
por las partes más densas del mismo.