Tuve, pues,
que elegir otro oficio y aprendía pilotear aviones. He volado un
poco por todo el mundo y la geografía, en efecto, me ha servido de
mucho; al primer vistazo podía distinguir perfectamente la China de
Arizona. Esto es muy útil, sobre todo si se pierde uno durante la
noche.
A lo largo de mi vida he tenido multitud de contactos con multitud
de gente seria. Viví mucho con personas mayores y las he conocido
muy de cerca; pero esto no ha mejorado demasiado mi opinión sobre
ellas.
Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido,
lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he
conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser
comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: "Es un
sombrero". Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva
virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del
bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se
quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.
II
Viví así, solo, nadie con quien poder hablar verdaderamente, hasta
cuando hace seis años tuve una avería en el desierto de Sahara. Algo
se había estropeado en el motor. Como no llevaba conmigo ni mecánico
ni pasajero alguno, me dispuse a realizar, yo solo, una reparación
difícil. Era para mí una cuestión de vida o muerte, pues apenas
tenía agua de beber para ocho días.
La primera noche me dormí sobre la arena, a unas mil millas de
distancia del lugar habitado más próximo. Estaba más aislado que un
náufrago en una balsa en medio del océano. Imagínense, pues, mi
sorpresa cuando al amanecer me despertó una extraña vocecita que
decía:
- ¡Por favor... píntame un cordero!
-¿Eh?
-¡Píntame un cordero!
Me puse en pie de un salto como herido por el rayo. Me froté los
ojos. Miré a mi alrededor. Vi a un extraordinario muchachito que me
miraba gravemente. Ahí tienen el mejor retrato que más tarde logré
hacer de él, aunque mi dibujo, ciertamente es menos encantador que
el modelo. Pero no es mía la culpa. Las personas mayores me
desanimaron de mi carrera de pintor a la edad de seis años y no
había aprendido a dibujar otra cosa que boas cerradas y boas
abiertas.
Miré, pues, aquella aparición con los ojos redondos de admiración.
No hay que olvidar que me encontraba a unas mil millas de distancia
del lugar habitado más próximo. Y ahora bien, el muchachito no me
parecía ni perdido, ni muerto de cansancio, de hambre, de sed o de
miedo. No tenía en absoluto la apariencia de un niño perdido en el
desierto, a mil millas de distancia del lugar habitado más próximo.
Cuando logré, por fin, articular palabra, le dije:
- Pero… ¿qué haces tú por aquí?
Y él respondió entonces, suavemente, como algo muy importante:
-¡Por favor… píntame un cordero!
Cuando el misterio es demasiado impresionante, es imposible
desobedecer. Por absurdo que aquello me pareciera, a mil millas de
distancia de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saqué de mi
bolsillo una hoja de papel y una pluma fuente. Recordé que yo había
estudiado especialmente geografía, historia, cálculo y gramática y
le dije al muchachito (ya un poco malhumorado), que no sabía
dibujar.
- No importa - me respondió-, píntame un cordero!
Como nunca había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los dos
únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa
cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
- ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La serpiente
es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi tierra es
todo muy pequeño. Necesito un cordero. Píntame un cordero.
Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:
-¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
-¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos…
Rehice nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los anteriores.
-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.
Falto ya de paciencia y deseoso de comenzar a desmontar el motor,
garrapateé rápidamente este dibujo, se lo enseñé, y le agregué:
-Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. Con gran
sorpresa mía el rostro de mi joven juez se iluminó:
-¡Así es como yo lo quería! ¿Crees que sea necesario mucha hierba
para este cordero?
-¿Por qué?
-Porque en mi tierra es todo tan pequeño…
Se inclinó hacia el dibujo y exclamó:
-¡Bueno, no tan pequeño…! Está dormido…
Y así fue como conocí al principito.
III
Me costó mucho tiempo comprender de dónde venía. El principito, que
me hacía muchas preguntas, jamás parecía oír las mías. Fueron
palabras pronunciadas al azar, las que poco a poco me revelaron
todo. Así, cuando distinguió por vez primera mi avión (no dibujaré
mi avión, por tratarse de un dibujo demasiado complicado para mí me
preguntó:
-¿Qué cosa es esa? -Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi
avión.
Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó:
-¡Cómo! ¿Has caído del cielo? -Sí -le dije modestamente. -¡Ah, que
curioso!
Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me
gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió:
-Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú?
Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté
bruscamente:
-¿Tu vienes, pues, de otro planeta?
Pero no me respondió; movía lentamente la cabeza mirando
detenidamente mi avión.
-Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos…
Y se hundió en un ensueño durante largo tiempo. Luego sacando de su
bolsillo mi cordero se abismó en la contemplación de su tesoro.
Imagínense cómo me intrigó esta semiconfidencia sobre los otros
planetas. Me esforcé, pues, en saber algo más:
-¿De dónde vienes, muchachito? ¿Dónde está "tu casa"? ¿Dónde quieres
llevarte mi cordero?
Después de meditar silenciosamente me respondió:
-Lo bueno de la caja que me has dado es que por la noche le servirá
de casa. -Sin duda. Y si eres bueno te daré también una cuerda y una
estaca para atarlo durante el día.
Esta proposición pareció chocar al principito.
-¿Atarlo? ¡Qué idea más rara! -Si no lo atas, se irá quién sabe
dónde y se perderá…
Mi amigo soltó una nueva carcajada.
-¿Y dónde quieres que vaya? -No sé, a cualquier parte. Derecho
camino adelante…