Un guerrero
es simple como las palomas y prudente como las serpientes
Cuando se reúne
para conversar, no juzga el comportamiento de los otros; él sabe que
las tinieblas utilizan una red invisible para propagar su mal. Esta
red captura cualquier información suelta en el aire y la transforma
en la intriga y la envidia que parasitan el alma humana.
Así, todo lo que se
dice respecto de alguien siempre termina llegando a los oídos de los
enemigos de esa persona, aumentado por la carga tenebrosa de veneno
y maldad.
Por eso, cuando el guerrero habla de las actitudes de su hermano,
imagina que él está presente, escuchando
lo que dice.
Entonces lo
repito:Los guerreros de la luz se reconocen por la mirada.
Están en el mundo, forman parte del mundo, y al mundo fueron
enviados sin alforja ni sandalias. Muchas veces son
cobardes. No siempre actúan acertadamente.
Los guerreros de la luz sufren por tonterías, sepreocupan
por cosas mezquinas, se juzgan incapaces de crecer. Los
guerreros de la luz de ven en cuando se consideran indignos
de cualquier bendición o milagro.
Los guerreros de la luz con frecuencia se preguntan qué
están haciendo aquí. Muchas veces piensan que su vida no
tiene sentido.Por eso son guerreros de la luz. Porque se
equivocan. Porque preguntan. Porque continúan buscando un
sentido. Y terminan encontrándolo.
El guerrero de la luz está ahora despertando de su sueño.
Piensa: “No sé luchar con esta luz, que me hace crecer”. La luz, sin
embargo, no desaparece.
El guerrero piensa: “Necesitaré hacer cambios, peor me falta
voluntad para ello”. La luz continúa, porque la voluntad es una
palabra llena de trucos.
Entonces los ojos y el corazón del guerrero empiezan a acostumbrarse
a la luz. Ya no lo asusta, y él pasa a aceptar su Leyenda, aun
cuando eso signifique correr riesgos.
El guerrero estuvo dormido mucho tiempo. Es natural que se vaya
despertando poco a poco.
El luchador experto aguanta insultos, conoce la fuerza de su puño,
la habilidad de sus golpes. Ante un ponente desprevenido, le basta
mirar al fondo de los ojos para vencerlo sin necesidad de llevar la
lucha a un plano físico.
A medida que el guerrero aprende con su maestro espiritual, la luz
de la fe también brilla en sus ojos, y él no precisa probar nada a
nadie. No importan los argumentos agresivos del adversario, diciendo
que Dios es una superstición, que los milagros son trucos, que creer
en ángeles es huir de la realidad.
Como buen luchador, el guerrero de la luz conoce su inmensa fuerza,
pero jamás lucha con quien no merece
el honor del combate.
El guerrero de la luz debe recordar siempre las cinco reglas del
combate, escritas por Chuan Tzu hace tres mil años.
La fe: antes de entrar en una batalla, hay que creer en el motivo de
la lucha.
El compañero: escoge a tus aliados y aprende a luchar acompañado,
porque nadie vence una guerra solo.
El tiempo: una lucha en el invierno es diferente a una lucha en el
verano; un buen guerrero presta atención al momento adecuado de
entrar en combate.
El espacio: no se lucha en un desfiladero de la misma manera que un
una llanura. Considera lo que existe a
tu alrededor, y la mejor manera de moverte.
La estrategia: el mejor guerrero es aquel que planifica su combate.
El guerrero pocas veces sabe el resultado de una batalla cuando ésta
termina.
El movimiento de la lucha generó mucha energía a su alrededor, y
existe un momento en el que tanto la victoria como la derrota son
posibles. El tiempo dirá quién venció o perdió; pero él sabe que, a
partir de ese instante, ya no puede hacer nada más: el destino de
aquella lucha está en las manos de Dios.
En esos momentos, el guerrero de la luz no se queda preocupado por
los resultados. Examina su corazón y
se pregunta: “¿Combatí el Buen Combate?” Si la respuesta es
positiva, él descansa. Si la respuesta es negativa, toma su espada y
empieza a entrenarse de nuevo.
El guerrero de la luz lleva en sí la centella de Dios.
Su destino es estar junto con otros guerreros, pero a veces
necesitará practicar solo el arte de la espada; por eso, cuando está
separado de sus compañeros, se comporta como una estrella.
Ilumina la parte del Universo que le fue destinada, e intenta
mostrar galaxias y mundos a todos los que miran
al cielo.
La persistencia del guerrero será en breve recompensada. Poco a
poco, otros guerreros se aproximan y los compañeros se reúnen en
constelaciones, con sus símbolos y sus misterios.
Dice así el Breviario de la Caballería Medieval:
“La energía espiritual del Camino utiliza la justicia y la paciencia
para preparar tu espíritu.
“Éste es el camino del Caballero: un camino fácil y al mismo tiempo
difícil, porque obliga a dejar de lado las cosas inútiles y las
amistades relativas. Por eso, al comienzo se vacila tanto antes de
seguirlo.
“He aquí la primera enseñanza de la Caballería: tú borrarás lo que
hasta ahora habías escrito en el cuaderno
de tu vida: inquietud, inseguridad, mentira. Y escribirás, en lugar
de todo esto, la palabra coraje. Comenzando
la jornada con esta palabra, y siguiendo con la fe en Dios, llegarás
hasta donde necesitas”.
Cuando el momento del combate se aproxima, el guerrero de la luz
está preparado para todas las eventualidades.
Analiza cada estrategia, y pregunta: “¿Qué haría yo si tuviera que
luchar conmigo mismo?” Así, descubre sus puntos flacos.
En este momento, el adversario se aproxima; trae la bolsa llena de
promesas, tratados, negociaciones. Tiene propuestas tentadoras y
alternativas fáciles.
El guerrero analiza cada una de las propuestas; también busca un
acuerdo, pero sin perder la dignidad. Si evita el combate, no lo
hará por haber sido seducido, sino por considerar que es la mejor
estrategia.
Un guerrero de la luz no acepta regalos de su enemigo.
A veces el guerrero de la luz tiene la impresión de vivir dos vidas
al mismo tiempo.
En una de ellas, es obligado a hacer todo lo que no quiere, luchar
por ideas en las que no cree. Pero existe otra vida, y él la
descubre en sus sueños, lecturas, gente que piensa como él.
El guerrero va permitiendo que sus dos vidas se aproximen. “Hay un
puente que uno lo que hago con lo que me gustaría hacer”, piensa.
Poco a poco, sus sueños van apoderándose de su rutina, hasta que él
percibe que
está listo para lo que siempre deseó.
Entonces basta un poco de osadía para que ambas vidas se transformen
en una sola.
Escribe otra vez lo que ya te dije.
El guerrero de la luz necesita dedicar tiempo para sí mismo. Y usa
ese tiempo para el descanso, la contemplación, el contacto con el
Alma del Mundo. Aun en medio de un combate, él consigue meditar.
En algunas ocasiones, el guerrero se sienta, se relaja, y deja que
todo lo que sucede a su alrededor siga sucediendo. Mira al mundo
como si fuera un espectador, no intenta crecer ni disminuir, sólo
entregarse sin resistencia al movimiento de la vida.
Lentamente, todo lo que parecía complicado empieza a volverse
sencillo. Y el guerrero se alegra.
El guerrero de la luz se cuida de las personas que piensan conocer
el camino.
Están siempre tan confiados en su capacidad de decisión que no
perciben la ironía con que el destino escribe
la vida de cada uno; y siempre se quejan cuando lo inevitable golpea
en su puerta.
El guerrero de la luz
tiene sueños. Sus sueños lo llevan hacia adelante. Pero él jamás
comete el error de pensar que el Universo funciona como funciona la
alquimia: solve et coagula, decían los maestros. “Concentra
y dispersa tus energías de acuerdo con la situación”. Existen
momentos para actuar y momentos para aceptar. El guerrero sabe hacer
la distinción.
El guerrero de la luz, cuando aprende a manejar su espada, descubre
que su equipo necesita completarse, y esto incluye una armadura.
Él sale en busca de su armadura y escucha las propuestas de varios
vendedores.
“Usa la coraza de la soledad”, dice uno.
“Usa el escudo del cinismo”, responde otro.
“La mejor armadura es no enredarse en nada”, afirma un tercero.
El guerrero, sin embargo, no les hace caso. Con serenidad, va hasta
su lugar sagrado y viste el manto indestructible de la fe.
La fe detiene todos los golpes. La fe transforma el veneno en agua
cristalina.
“Vivo creyendo en todo lo que los demás me dicen y siempre me
decepciono”, acostumbran a decir los compañeros.
Es importante confiar en las personas, un guerrero de la luz no teme
a las decepciones porque conoce el poder de su espada y la fuerza de
su amor.
No obstante, él consigue imponer sus límites: una cosa es aceptar
las señales de Dios, y entender que los ángeles usan la boca de
nuestro prójimo para aconsejarnos. Otra cosa es ser incapaz de tomar
decisiones y estar siempre buscando la manera de dejar que los otros
nos digan lo que debemos hacer.
Un guerrero confía en los otros porque, en primer lugar, confía en
sí mismo.
El guerrero de la luz contempla la vida con dulzura y firmeza.
Está ante un misterio, cuya respuesta encontrará un día. De vez en
cuando se dice a sí mismo: “Pero esta vida parece una locura”.
Tiene razón. Entregado al milagro de lo cotidiano, nota que no
siempre es capaz de prever las consecuencias
de sus actos. A veces actúa sin saber que está actuando, salva sin
saber que está salvando, sufre sin saber por qué está triste.
Sí, esta vida es una locura. Pero la gran sabiduría del guerrero de
la luz consiste en elegir bien su locura.
El guerrero de la luz contempla las dos columnas que están al lado
de la puerta que quiere abrir.
Una se llama Miedo, la otra se llama Deseo. El guerrero contempla la
columna del Miedo y allí está escrito:
“Vas a entrar en un mundo desconocido y peligroso, donde todo lo que
aprendiste hasta ahora no servirá para nada”.
El guerrero mira la columna del Deseo, y allí está escrito: “Vas a
salir de un mundo conocido, donde están guardadas las cosas que
siempre quisiste, y por las cuales luchaste tanto”.
El guerrero sonríe, porque no existe nada que lo asuste ni nada que
lo retenga. Con la seguridad de quien sabe lo que quiere, él abre la
puerta.
Un guerrero de la luz practica un penoso ejercicio de crecimiento
interior: concede atención a cosas que se realizan automáticamente,
como respirar, guiñar los ojos o reparar en los objetos que lo
rodean.
Hace esto cuando se siente confuso. Así se libera de sus tensiones y
deja a su intuición trabajar con más libertad, sin interferencia de
sus miedos o deseos. Ciertos problemas que parecían insolubles
terminan siendo resueltos, ciertos dolores que juzgaba insuperables
se disipan sin esfuerzo.
Cuando tiene que afrontar una situación difícil, usa esa técnica.
El guerrero de la luz escucha comentarios tales como “yo no quiero
contar ciertas cosas porque la gente es envidiosa”.
Al oír esto, el guerrero ríe. “La envidia no puede causar ningún
daño, si no es aceptada. La envidia forma parte de la vida, y todos
necesitan aprender a tratar con ella”.
Sin embargo, él rara vez comenta sus planes, por lo que a veces los
demás piensan que tiene miedo de la envidia. Pero él sabe que cada
vez que habla de un sueño, usa un poco de la energía de ese sueño
para expresarse.
Y de tanto hablar, corre el riesgo de gastar toda la energía
necesaria para actuar. Un guerrero de la luz conoce el poder de las
palabras.
El guerrero de la luz conoce el valor de la persistencia y del
coraje.
Muchas veces, durante el combate, él recibe golpes que no esperaba.
Y comprende que, durante la guerra,
el enemigo vencerá algunas batallas. Cuando esto sucede, él llora
sus penas y descansa para recuperar un poco las energías. Pero
inmediatamente después vuelve a luchar por sus sueños.
Porque cuanto más tiempo permanezca alejado, mayores son las
posibilidades de sentirse débil, miedoso, intimidado. Cuando un
jinete cae del caballo y no vuelve a montarlo al minuto siguiente,
jamás tendrá el valor
de hacerlo nuevamente.
El guerrero de la luz sabe lo que merece la pena.
Él decide sus acciones usando la inspiración y la fe. No obstante, a
veces encuentra personas que lo llaman para actuar en luchas que no
son suyas, en campos de batalla que él no conoce – o que no le
interesan -. Esas personas quieren implicar al guerrero de la luz en
desafíos que son importantes para ellas, pero no para él. Muchas
veces son personas próximas, que aprecian al guerrero, confían en su
fuerza y, como están ansiosas, quieren su ayuda de cualquier manera.
En estos momentos, él sonríe y demuestra su amor, pero no acepta la
provocación. Un verdadero guerrero de la luz siempre elige su campo
de batalla.
El guerrero de la luz sabe perder.
Él no trata a la derrota como algo indiferente, usando frases tales
como “Bien, esto no era tan importante” o
“A decir verdad, yo no quería realmente esto”. Acepta la derrota
como una derrota, sin intentar transformarla en victoria.
Amarga el dolor de las heridas, la indiferencia de los amigos, la
soledad de la pérdida. En estos momentos se dice a sí mismo: “Luché
por algo y no lo conseguí. Perdí mi primera batalla”.
Esta frase le da nuevas fuerzas. Él sabe que nadie gana siempre, y
sabe distinguir sus aciertos de sus errores.
Cuando se quiere algo, el Universo entero conspira en su favor. El
guerrero de la luz lo sabe.
Por esta razón cuida mucho sus pensamientos. Escondidos bajo una
serie de buenas intenciones existen sentimientos que nadie osa
confesarse a sí mismo: venganza, autodestrucción, culpa o miedo de
la victoria, la alegría macabra ante la tragedia de otros.
El Universo no juzga: conspira a favor de lo que deseamos. Por eso,
el guerrero tiene el valor de mirar hasta las sombras de su alma y
ver si no está pidiendo nada nocivo para sí mismo.
Y tiene siempre mucho cuidado de lo que piensa.
Jesús decía: “Que tu sí sea un sí y que tu no sea un no”. Cuando el
guerrero asume una responsabilidad, mantiene su palabra.
Los que prometen y no cumplen, pierden el respeto hacia sí mismos,
se avergüenzan de sus actos. La vida
de estas personas consiste en huir; ellas gastan mucha más energía
dando una serie de disculpas para deshonrar lo que dijeron, que la
que usa el guerrero de la luz para mantener sus compromisos.
A veces él también asume una responsabilidad tonta, que derivará en
su perjuicio. No volverá a repetir esa actitud, pero, aun así,
cumple con honor lo que dijo y paga el precio de su impulsividad.
Cuando gana una
batalla, el guerrero la conmemora.
Esta victoria costó momentos difíciles, noches de dudas,
interminables días de espera. Desde los tiempos antiguos, celebrar
un triunfo forma parte del propio ritual de la vida: la
conmemoración es un rito del pasaje.
m Los compañeros ven la alegría del guerrero de la luz y piensan:
“¿Por qué hace esto? Puede llevarse una decepción en su próximo
combate. Puede atraer la furia del enemigo”. Pero el guerrero sabe
el motivo de su gesto. Él se beneficia del mejor regalo que la
victoria puede aportarle:
la confianza. Celebra hoy su victoria de ayer para tener más fuerzas
en la batalla de mañana.
Un día, sin ningún aviso previo, el guerrero descubre que lucha sin
el mismo entusiasmo que antes.
Continúa haciendo todo lo que hacía, pero cada gesto parece haber
perdido su sentido. En este momento, él sólo tiene una elección:
continuar practicando el Buen Combate. Hace sus oraciones por
obligación, o por miedo, o por cualquier otro motivo, pero no
interrumpe su camino.
Sabe que el ángel de Aquel que lo inspira está dando un paseo. El
guerrero mantiene la atención concentrada en su lucha e insiste, aun
cuando todo parece inútil. Al poco tiempo el ángel regresa, y el
simple rumor de sus alas le devolverá la alegría.
Un guerrero de la luz comparte con los otros lo que sabe del camino.
Quien ayuda, siempre es ayudado, y tiene que enseñar lo que
aprendió. Por eso, él se sienta alrededor de la hoguera y cuenta
cómo fue su día de lucha.
Un amigo le susurra: “¿Por qué revelas tan abiertamente tu
estrategia? ¿No ves que actuando así corres el riesgo de tener que
compartir tus conquistas con otros?”
El guerrero se limita a sonreír, sin responder. Sabe que si llegara
al final de la jornada a un paraíso vacío, su lucha no habría valido
la pena.
El guerrero de la luz aprendió que Dios usa la soledad para enseñar
la convivencia.
Usa la rabia para mostrar el infinito valor de la paz. Usa el tedio
para resaltar la importancia de la aventura y del abandono.
Dios usa el silencio para enseñar sobre la responsabilidad de las
palabras. Usa el cansancio para que se pueda comprender el valor del
despertar. Usa la enfermedad para resaltar la bendición de la salud.
Dios usa el fuego para enseñar sobre el agua. Usa la tierra para que
se comprenda el valor del aire. Usa la muerte para mostrar la
importancia de la vida.
El guerrero da luz antes de que se la pidan.
Cuando ven esto, algunos compañeros comentan: “Quien necesita algo
lo pide”.
Pero el guerrero sabe que existe mucha gente que no consigue –
simplemente no consigue – pedir ayuda. A
su lado existen personas cuyo corazón está tan frágil que comienzan
a vivir amores enfermizos; tienen hambre
de afecto, y vergüenza de demostrarlo.
El guerrero las reúne alrededor de la hoguera, cuenta historias,
reparte su alimento, se embriaga junto con ellas. Al día siguiente,
todos se sienten mejor.
Aquellos que miran la miseria con indiferencia son los más
miserables.
Las cuerdas que están siempre tensas terminan desafinando.
Los guerreros que están en continuo entrenamiento pierden
espontaneidad en la lucha. Los caballos que siempre saltan
obstáculos terminan rompiéndose una pata. Los arcos que son curvados
todos los días ya no tiran sus flechas con la misma fuerza.
Por eso, aunque no esté con ganas, el guerrero de la luz procura
divertirse con las pequeñas cosas cotidianas.
El guerrero de la luz escucha a Lao Tzu cuando dice que debemos
olvidar la idea de días y horas para prestar cada vez más atención
al minuto.
Sólo así él consigue resolver ciertos problemas antes de que
aparezcan; prestando atención a las pequeñas cosas, consigue evitar
grandes calamidades.
Pero pensar en
las pequeñas cosas no significa pensar en pequeño. Una
preocupación exagerada termina eliminando cualquier rastro
de alegría de la vida.
El guerrero sabe que un gran sueño está compuesto por muchas
cosas diferentes, así como la luz del sol es la suma de sus
millones de rayos.