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“Lo
esencial de un hombre como yo está precisamente en lo que piensa y en cómo
piensa, no en lo que hace o padece”. De este modo Einstein justificaba al
lector de Notas autobiográficas –de las que, con humor negro, decía
que eran su nota necrológica– que se enfrentaba a un libro poco biográfico y
repleto de fórmulas matemáticas y complicados conceptos. Aquí, como en
muchas otras cosas, Albert Einstein fue un hombre peculiar: “Pero yo soy
así, y no puedo ser de otra manera”.
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Por ello, en sus Notas
contaba la fascinación que sintió el día en que su padre le enseñó una
brújula, pero no decía que se llamaba Hermann.
Una soleada mañana de viernes, el 14 de marzo de 1879, vio la luz un bebé de
cabeza deforme y gordo. Tanto que su abuela se lamentó: “¡Demasiado gordo!”.
Al día siguiente, su padre, un comerciante de colchones, acudía al registro.
“N.º 224. Hoy, el comerciante Hermann Einstein, residente en Ulm, calle
Bahnhofstrasse B n.º 135, de fe israelita, conocido personalmente, se
presentó ante el funcionario del registro abajo firmante y declaró que de su
esposa Pauline Einstein, nacida Koch, de fe israelita, nació [...] a las
11:30 de la mañana, un niño del sexo masculino que recibió el nombre de
Albert.
De familia emprendedora
Poco vivió Einstein en Ulm. Al año siguiente su padre, aconsejado por su
hermano Jakob, decidió mudarse a Múnich para emprender juntos un negocio de
instalaciones de gas y agua. Pero ése no era el verdadero objetivo. Jakob,
ingeniero de formación, quería formar parte del novedoso mundo de la
electrotecnia (la primera calle iluminada con electricidad fue Main Street
de la californiana Menlo Park en la nochevieja de 1879). Jakob había
inventado una dinamo que quería comercializar. Einstein vivió parte de su
niñez en una hermosa casa a las afueras de Múnich, donde nacería su hermana
Marie –o Maja como la llamaría Einstein toda su vida–, a la que siempre
estuvo muy unido.
Aunque el mismo Einstein dijo que empezó a hablar tarde, cuando tenía más de
tres años, esto no es del todo cierto; su abuela recuerda en una carta “sus
divertidas ideas” cuando tenía dos años. Otro de los mitos más extendidos
del niño Albert es que no se le dio bien el colegio. Todo lo contrario, fue
un alumno aplicado: “sigue siendo el primero de su clase y las notas son
excelentes”, escribió su madre. El ambiente familiar propició que el joven
Albert se acercara a la ciencia y las matemáticas: su padre tenía un talento
natural para ellas que no pudo desarrollar, pues su familia no pudo
permitírselo, y su tío era un apasionado de la ciencia y la técnica; él le
enseñó el teorema de Pitágoras.
Cuando tenía cinco años, sus padres contrataron a una institutriz para que
adquiriera cierta educación formal, pero terminó bruscamente cuando Albert
le arrojó una silla a la cabeza. Su madre Pauline, una mujer de fuerte
carácter –todo lo contrario que su marido, un hombre tranquilo y más bien
pasivo–, era una pianista de talento y transmitió su pasión por la música a
sus hijos: a Albert el violín y a Maja el piano.
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Las
dos mujeres del sabio
La primera mujer de Einstein fue Mileva. En la foto de la izquierda,
tomada en 1914 en Zúrich, aparece con sus dos hijos: Eduard y Hans
Albert (10 años). Se divorciaron en 1919, el año en que se hizo famoso.
Cuatro meses después se casó con su prima Elsa. |
Un niño rebelde y retraído
El pequeño Albert tenía cierta inclinación a la soledad y le encantaban los
juegos que exigían paciencia, como construir castillos de naipes de hasta 14
pisos. Resulta llamativo que ya de muy niño le horrorizaba lo militar hasta
el punto de tener verdadero pavor a los desfiles. Esta aversión a la
autoridad impuesta la padeció en el instituto, el Luitpold Gymnasium. Allí
un profesor le dijo una vez que estaría mucho más contento de no tenerlo
como alumno en su clase. “¡Pero si no he hecho nada malo!”, contestó
Einstein. “Sí, es verdad –replicó el profesor–. Pero te sientas en la última
fila y sonríes, y eso viola el sentimiento de respeto que un maestro
necesita en su clase.” Ese muchacho que se sonreía en la escuela fue después
el viejo que cuando le dijeron que el padre de la bomba atómica, Robert
Oppenheimer, iba a ser acusado de espía soviético, se rió y dijo: “Lo que
tiene que hacer es ir a Washington, decir a los funcionarios que están locos
y volverse a casa”.
Los negocios no marcharon bien y en 1894 la familia Einstein se hizo cargo
de una fábrica en Pavía, cerca de Milán, dejando a Einstein interno en el
instituto. Desesperadamente solo y odiando profundamente la mentalidad
germánica del militar “paso de la oca”, se marchó a Italia sin acabar el
curso y con la decidida intención de renunciar a su nacionalidad alemana. En
Italia pasó los momentos más felices de su vida, viviendo a su aire,
viajando, escuchando música, leyendo... Pero los negocios volvieron a
marchar mal y su padre le incitó para asegurarse un porvenir. Einstein
decidió prepararse por libre al examen de ingreso del Politécnico de Zúrich.
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