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La libertad interior – Krishnamurti

La libertad interior – Krishnamurti

CAPÍTULO 1

La seriedad. Las ideologías. La cooperación Las divisiones ideológicas y religiosas. Los peligros de la autoridad.
Las guerras. El problema total y esencial del ser humano. La naturaleza del pensamiento.

Espero que desde el primer día y durante estas reuniones seamos muy serios. Temo que la mayoría de nosotros hayamos venido con un espíritu de vacaciones a contemplar las colinas y las montañas, los verdes valles y los
arroyos que fluyen; a estar tranquilos, a encontrarnos con los amigos y a divertirnos un poco, todo lo cual está bien; pero si hemos de sacar algo que valga la pena de estas reuniones, tenemos que ser muy serios desde el principio.
Hay enormes problemas a los cuales hemos de enfrentarnos como seres humanos. Como vivimos en un mundo insensato y estúpido tenemos que ser serios. Y me parece que las personas que son realmente serias, en su
corazón, en su intimo ser -no de un modo neurótico, ni con arreglo a ningún principio o compromiso determinado-, tienen ese carácter, esa condición de seriedad que es necesaria.
Cuando uno observa lo que está pasando en este mundo: la situación de la juventud, la ansiedad por la guerra, la pobreza extrema, los odios y motines raciales, la forma lamentable en que los pequeños países soportan su
situación monetaria, etc., uno siente que no sabe lo que está sucediendo. Hemos oído muchísimas explicaciones de los filósofos, los intelectuales, los teólogos, los sacerdotes, los psicólogos, de todas las burocracias organizadas, y así
sucesivamente. Pero las explicaciones no son bastante buenas, y aún conociendo la causa de estas perturbaciones, no se resuelve la cuestión. Aquí, durante estas reuniones, vamos a ser responsables como individuos y como seres
humanos: vamos a ver si podemos entender el problema de nuestra existencia con su desorden, su caos, la desdicha y el enorme dolor, que es a la vez interno y externo. Evidentemente, estamos obligados a disipar las tinieblas que
como individuos hemos creado en nosotros y en los demás. Por eso, tenemos que ser muy serios.
Como ustedes saben existen personas que son serias de un modo neurótico; creen que son serias si siguen cierto principio, creencia, dogma o ideología, y si continúan practicándolo. Tales personas no son serias. Tienen una
creencia, y esa creencia engendra un extraordinario estado de desequilibrio. De modo que uno tiene que estar sumamente alerta para descubrir qué es lo que significa ser serios.
Podemos ver que las ideologías desempeñan un enorme papel en la vida del hombre en todas las partes del mundo, y que, en efecto, dividen al hombre en grupos: el republicano y el demócrata, la izquierda y la derecha, etc.
Separan a las personas y por su misma naturaleza, estas ideologías llegan a convertirse en “autoridad”. Y entonces los que asumen el poder tiranizan de manera democrática o despiadada. Esto se puede observar en todo el mundo.
Las ideologías, los principios y las creencias, no solo separan a los hombres en grupos, sino que en realidad impiden la cooperación; sin embargo, lo que necesitamos en este mundo es cooperar, colaborar, actuar juntos, sin que usted
lo haga de una manera por pertenecer a un grupo, y yo de otra. La división surge inevitablemente si usted cree en determinada ideología, sea la comunista, la socialista, la capitalista, etc.; sea cual fuere esa ideología, tiene que
dividir y crear conflicto.
El ideólogo no es serio, no ve las consecuencias de su ideología. Por lo tanto, para ser en realidad serio, uno tiene que desechar completamente, totalmente, estas divisiones nacionalistas y religiosas, negar lo que es
absolutamente falso: y entonces, como resultado, quizás habría una posibilidad de ser real y verdaderamente serios.
Tenemos que construir un mundo enteramente distinto, que nada tenga que ver con el mundo de hoy, lleno de manías, conflictos y competencias, un mundo cruel, brutal y violento.
Sólo la mente religiosa es verdaderamente revolucionaria. No existe otra mente revolucionaria; aunque se llame de extrema izquierda o de centro, no será revolucionaria. La mente que a sí misma se llama de izquierda o de centro
está tratando con un fragmento de la totalidad y divide incluso este fragmento en otras partes diversas. Esto no es, en absoluto, una mente verdaderamente revolucionaria. La mente realmente religiosa en el sentido profundo de esta
palabra es revolucionaria, porque esta más allá de la izquierda, de la derecha y del centro. Comprender esto y cooperar unos con otros es producir un orden social diferente. Y esa es nuestra responsabilidad. Si pudiéramos
desechar todas estas cosas pueriles, toda esta inmadurez, creo que podríamos ser la sal de la tierra; y este es el único motivo de habernos reunido. Ustedes no van a sacar nada de mí, ni yo de ustedes. Lo que es absolutamente
esencial no es posible lograrlo por medio de una ideología. Creo que esto, desde el punto de vista histórico y de los hechos, es muy obvio. Lo que está pasando en el mundo muestra la división y el conflicto que crean las ideologías.
Si usted conoce y se adhiere a una ideología por superior, grande y noble que sea, se incapacita para la cooperación.
Quizás esa ideología pueda dar lugar a una destructiva tiranía de la derecha o de la izquierda, más no es posible que pueda traer la cooperación de la comprensión y el amor.
La solidaridad sólo es posible cuando no hay «autoridad» alguna. Como ustedes saben, una de las cosas más peligrosas del mundo es la «autoridad». Uno asume «autoridad» en nombre de una ideología o en nombre de Dios o
de la Verdad. Y es imposible que produzcan un orden mundial el individuo o el grupo de personas que han asumido esa «autoridad».
Espero que ustedes estén escuchando todo esto y que no se hallen hipnotizados por las palabras, ni siquiera por la intensidad del que habla; espero que estén compartiendo estas cosas con él.
La autoridad le da mucha satisfacción al hombre que la ejerce -no importa el nombre en que lo haga-; deriva inmenso placer de ello y por lo tanto él es el más... Uno tiene que poner una atención intensa en semejante persona.
Desde el principio de estas charlas, debemos tener bien claro por lo menos este punto: la seriedad implica no aceptar ninguna autoridad, ni siquiera la del que está hablando. Algunos vienen del Oriente y afirman,
desafortunadamente, que tienen las experiencias más extraordinarias: que pueden mostrar a otro el pasado, que conocen alguna palabra que les ayudará a meditar con máxima excelencia, etc. No sé si ustedes han caído en esta
clase de trampa; a muchas personas les ha pasado, a millares, a millones. Tal autoridad le impide al ser humano ser una luz para sí mismo. Cuando cada uno es luz para sí mismo, sólo entonces puede cooperar, amar; sólo entonces
hay un sentido de comunión de unos con otros. Pero si usted tiene su particular autoridad, tanto si esa autoridad es un individuo como si es una experiencia que usted mismo ha tenido o conocido, entonces esa experiencia, esa
autoridad, esa conclusión, esa postura definida, impide una comunicación mutua. Sólo una mente realmente libre es la que puede estar en comunión, la que puede cooperar.
Durante estos días les ruego que sean muy sensatos y no acepten la autoridad de nadie, ni la propia -cultivada mediante la experiencia, el conocimiento u otras varias conclusiones a las que ustedes hayan llegado- ni la autoridad
del que habla, ni la de ningún otro. Sólo entonces, cuando la mente es libre, libre de verdad, es cuando puede aprender; una mente así es a la vez el maestro y el discípulo. Es vital que comprendamos esto, porque es lo que
vamos a investigar en todas estas charlas y discusiones.
Uno tiene que ser al mismo tiempo, para sí mismo, tanto el maestro como aquello que es enseñado. Y esto únicamente es posible cuando hay un sentido de observación, de ver las cosas en uno mismo tal como son. Como
ustedes saben, la mayoría de nosotros somos inconscientes de nosotros mismos. No sé si habrán observado a las personas que continuamente están hablando de sí mismas, haciendo la propia valoración de su posición en la vida.
«Primero yo, y en segundo lugar todo lo demás».
Si ha de haber solidaridad entre nosotros, comunicación y comunión entre uno y otro, es evidente que tiene que desaparecer esta barrera de «primero yo, y todo lo demás en segundo lugar». El «yo» asume una importancia
enorme. ¡Se expresa de tantas maneras! Por eso llegan a ser un peligro las organizaciones. Y, sin embargo, es necesaria la organización. Los que están a la cabeza de una organización o que asumen el poder de ella, se
convierten poco a poco en la fuente de la «autoridad». Y con esas personas uno no puede cooperar, no puede estar en comunión.
Tenemos que crear un mundo nuevo. Estas no son meras palabras, una simple idea. Tenemos que crear, efectivamente, un mundo por completo diferente, en el que, como seres humanos, no estemos combatiendo unos con
otros, destruyéndonos mutuamente; en que uno no domine al otro con sus ideas ni con sus conocimientos; en que cada ser humano sea libre en realidad, no en teoría. Y sólo en esta libertad es posible aportar orden al mundo.
Vamos, pues, a desenredar si es que podemos, la red que hemos tejido en torno a nosotros mismos, la cual impide la cooperación y nos divide; y produce tan intensa ansiedad, dolor y aislamiento.
Sería maravilloso que, al terminar estas reuniones, pudiéramos salir y decir. «Miren, lo he conseguido». No es que usted «posea» algo, sino que usted mismo vea que está libre por completo, que se ha convertido en un ser
humano con vitalidad, energía, claridad e intensidad. Así, pues, esa es la cuestión. Tal vez sea esto demasiado, pero a menos que lo logremos, traeremos al mundo mucha desdicha, y las guerras continuarán; de las cuales somos
responsables -no los norteamericanos o los norvietnamitas-; todo ser humano es responsable. Y los que viven en este país, exento de peligros; son también responsables. Asimismo, todos lo somos por la división que continúa en el
mundo, no sólo en lo ideológico, sino también en lo religioso. De modo que, por favor, si es posible, vamos a poner en esto nuestra mente y nuestro corazón. Hacerlo no requiere mucho esfuerzo intelectual. El intelecto nada ha
resuelto. Puede inventar teorías, puede dar explicaciones, puede ver la fragmentación y crear más fragmentos. Pero siendo el intelecto un fragmento, no puede resolver todo el problema de la existencia humana. Tampoco pueden
hacer nada el emocionalismo y el sentimentalismo: ambos son también la reacción de un fragmento.
Unicamente es posible actuar de manera completa, y no en fragmentos, cuando vemos todo el problema humano en su totalidad, no sólo los fragmentos. ¿Cuál es, pues, el problema? ¿En qué consiste el problema total,
esencial del ser humano, que una vez comprendido, una vez visto (como vemos un árbol, una bella nube), nos permite resolver todos los demás fragmentos? Partiendo de ahí usted puede actuar. ¿Qué es, pues, esta percepción
total, esta visión total? Yo pregunto y ustedes tienen que hallar la respuesta. Si aguardan a que yo dé la respuesta y la aceptan, entonces no será de ustedes; entonces yo me convierto en «autoridad», cosa que aborrezco. ¿Cuál es,
pues, la respuesta de usted como ser humano que vive en este mundo, con toda la confusión, los disturbios, las revoluciones; con esta terrible división entre hombre y hombre; con una sociedad inmoral, con la inmoralidad
religiosa de los sacerdotes? Cuando usted ve todo esto desplegado ante sus ojos, y ve la agonía del hombre, ¿cuál es su respuesta? ¿Cómo actúa según cada caso? O pertenece usted a una parte, a un fragmento y trata de reducir
todos los fragmentos al suyo particular -cosa que evidentemente muestra mucha falta de madurez, de sentido-, o ve toda esta fragmentación y este mismo hecho de ver le da una percepción total. ¿Cuál es, pues, para usted el
problema, la cuestión esencial, el reto único que, habiéndolo comprendido totalmente, disuelve todos los demás problemas, o le hace a usted capaz de comprenderlos o acometerlos?
Es muy interesante -¿no es así?-, que descubra usted mismo cuál es la cuestión esencial en la vida, no según la opinión del psicólogo, del filósofo, del teólogo, o de Krishnamurti, no de acuerdo con nadie, sino descubrirla usted
mismo. ¿Cómo va usted a descubrirla? Puede ser que no haya pensado sobre ello. O si lo ha pensado, ¿cómo va a encontrar esa respuesta o cuestión esencial? ¿Va usted a preguntarle a otro? Claro que no, porque cuando usted
mira en cualquier dirección, está mirando hacia la «autoridad». Lo que dice la «autoridad» no es real, a usted le interesa la más importante cuestión, y ésta tiene que descubrirla usted mismo. Si no busca a otro para que le ayude
a descubrir cuál es la cuestión fundamental, verdadera, entonces, ¿qué hará usted? ¿Cómo la descubrirá? Por favor, este es un asunto muy serio.
Primeramente, ante todo, ¿se ha formulado alguna vez semejante pregunta? ¿Se ha preguntado uno a sí mismo si hay una cuestión esencial, en cuya comprensión está la respuesta de todas las demás cuestiones menores? Si
usted no se la ha formulado, yo se la planteo. Si la escucha como espero que la esté escuchando, entonces ¿cómo va a descubrirla?
¿Cómo va a investigar? ¿Lo hará por medio del pensamiento, pensando mucho sobre ello, sobre cada problema, cada cuestión, cada fragmento; complicándose cada vez más, y luego llegando a una conclusión y diciendo: «Esta es
la cuestión esencial»? ¿Le ayudará el pensamiento? ¿Le ayudará una indicación, por sutil que sea? Porque si se fía de ella, usted está perdido otra vez. De modo que el pensar sobre ello no da la respuesta, ¿verdad?
¿Cuál es la naturaleza del pensamiento? El pensamiento, como uno puede observar, surge de la memoria acumulada. Obsérvelo por usted mismo, por favor. El reto para usted es éste: ¿cuál es la cuestión esencial en la
vida? El reto es nuevo, y si usted se enfrenta a él en términos del pensamiento, lo hace partiendo de los recuerdos acumulados y su respuesta vendrá de lo viejo. Esto está bastante claro, ¿no es así?
Si me aferro a mi hinduismo con todas sus supersticiones, creencias, dogmas, tradiciones y toda esa tontería y aparece ante mí algo nuevo, o surge un nuevo reto, sólo puedo responder partiendo de lo viejo. Por eso veo que la
respuesta de lo viejo no es el camino hacia el descubrimiento. ¿Cierto? Por lo tanto, no dependeré del pensamiento, aunque sea el de la persona más erudita, ni del mío propio. De modo que desecho completamente (por favor,
háganlo mientras hablamos) el uso del pensamiento para investigar. ¿Puede uno hacerlo? Parece fácil, pero, en realidad, ¿podemos hacerlo? Lo cual significa que aquí tenemos un reto totalmente nuevo. Lo miro con ojos nuevos,
con claridad. El pensamiento, sin embargo, por muy maduro, astuto y libre que sea, no trae claridad. Veo así que el pensamiento no es el camino para descubrir lo esencial, de modo que no desempeña papel alguno en esta búsqueda,
en esta investigación. ¿Puede usted experimentarlo? Significa que el pensamiento, que es viejo, que está interfiriendo de modo constante, ya no se impone ni domina. ¿Qué ocurre entonces? Por favor, observe esto usted
mismo. Cuando usted ya no busca algo en términos de su condicionamiento, entonces ha negado -¿no lo ha hecho usted?- toda la carga del ayer.
Lo que trato de decir es en realidad muy sencillo, usted tiene que hallar una nueva manera de vivir, de actuar, para poder descubrir lo que significa el amor. Y para descubrir eso, no puede usar los viejos instrumentos que
tenemos. El intelecto, las emociones, la tradición, el conocimiento acumulado: esos son los viejos instrumentos. Los hemos utilizado de manera interminable, sin que hayan producido un mundo diferente, un estado mental distinto; son
completamente inútiles. Tienen su valor en ciertos niveles de la existencia, pero carecen de valor cuando estamos preguntando, cuando tratamos de descubrir una manera de vivir que sea del todo nueva. Para decirlo de otro modo:
nuestra crisis no está en el mundo, sino en nuestra conciencia. No se trata de poner fin a una guerra o de reformar universidades o de dar más o menos trabajos, o más salario, etc.; a ese nivel no hay respuesta. Cualquier reforma
trae más complicación. La crisis está en la mente misma, en la de usted en su conciencia, y a menos que usted responda a esa crisis, a ese reto, usted aumentará, de modo consciente o inconsciente, la confusión, la desdicha y la
inmensidad del dolor.
Nuestra crisis está en la mente, en nuestra conciencia, y tenemos que responder a ella de manera total. ¿Cuál es la verdadera respuesta, la cuestión esencial? Es obvio, como hemos visto, que el pensamiento no puede
ayudarnos en este caso; lo cual no quiere decir que lleguemos a ser personas irresolutas, que nos volvamos inconsistentes, soñolientos, embotados. Cuando usted ya no usa el pensamiento para descubrir por sí mismo cuál es
la cuestión esencial en la vida, ¿qué ha ocurrido entonces en la mente? ¿Comprende mi pregunta? ¿Nos estamos comunicando uno con otro? Por favor, diga que sí o qué no. Para comunicarnos, para estar en comunión uno con
otro, tenemos que hacerlo al mismo nivel, al mismo tiempo, y con la misma intensidad. Es como el amor, y si usted dice que sí, ello significa que ha desechado por ahora el pensamiento como instrumento para investigar. Entonces
usted y el que habla están al mismo nivel; ambos investigamos intensamente, y usted no está esperando que sea yo quien se lo diga.
Cuando le dice a alguien «te amo», puede ser que lo diga de un modo casual y sin sentirlo realmente, o puede ser que usted lo diga con gran intensidad y con un sentimiento profundo y urgente, mientras que la otra persona se
queda indiferente o se pone a mirar en otra dirección; en ambos casos la comunión entre ambos deja de existir. La comunión solamente es posible cuando ambos ponen toda su intensidad, no de un modo casual o con reservas.
Como usted sabe, cuando usted y el otro son generosos -¿comprende?- se produce en efecto una intensidad extraordinaria; dador y receptor dejan de existir.
Así, pues, ¿qué creen ustedes? ¿qué sienten? ¿cómo perciben lo que es la cuestión esencial en la vida? ¿Vamos a dejar esta cuestión hasta el martes por la mañana? ¿Quieren algún tiempo para pensar sobre el
asunto, para discutirlo con otras personas, para sentarse bajo un árbol o en su habitación, y dejar que venga a ustedes la respuesta? Si esperan a que el tiempo les ayude, el tiempo no va a ayudarles. El tiempo es la cosa mas
destructiva.

Interlocutor. Usted dijo que el pensamiento es producto de la memoria. Ahora me doy cuenta de que la
mayoría de mis pensamientos están muy condicionados, pero no estoy muy seguro de que no sea posible que
otro pensamiento no esté condicionado por la memoria.









K.: ¿Hay algún pensamiento que no esté condicionado? ¿Lo hay? O es que todo pensamiento lo está?
Evidentemente, todo pensamiento es la respuesta de la memoria, la respuesta de la experiencia, la tradición y el
conocimiento acumulados.
¿Cuál cree usted que es la cuestión esencial en la vida? Vamos a hablar de ello unos minutos.

Interlocutor: Crear armonía.

K.: ¿Dónde? ¿Internamente, externamente o en ambos niveles? ¿Cómo se puede crear armonía fuera de uno
mismo si no se es armónico internamente? La armonía interior es lo primero, no la exterior. ¿Es esa la cuestión
esencial? ¿O podría ser que la armonía fuera un resultado y no un fin en sí mismo? Existe, sobreviene. Es como
estar muy saludable y salir a dar un paseo. Pero el buscar la armonía como un fin en ella misma... ¿es eso posible?
Tiene uno que hallarla internamente. Para lograrlo tiene que haber una investigación tremenda dentro de sí: ver las
contradicciones, los esfuerzos, la disciplina, todo lo que entraña el problema. ¿Es esa la cuestión esencial? Dice
usted que la cuestión esencial puede ser la armonía, pero puede ser el placer. Por favor, escuche lo que acabamos
de decir. Hemos dicho que la cuestión esencial, para la mayoría de las personas, puede ser la urgencia de placer, su
continuidad y reforzamiento. El placer que se deriva de la seguridad, de la experiencia sexual, es deliberado, no una
cosa en sí misma. No sé si está siguiendo la discusión. Saco placer de algo: el hacerlo me da placer. Por eso es
importante el acto del cual derivo placer: este no es un fin en sí mismo, sino que resulta de algún acto. De modo que
¿es ese el reto? ¿es esa la cuestión esencial?
Por favor, mire el mundo, mire todas las cosas que están sucediendo: el extraordinario progreso técnico, las
guerras, la sociedad opulenta y la pobreza, una nación luchando contra otra por su seguridad, por su gloria, etc. Todo
eso es lo que esta pasando, está ahí, ante usted. Si lo mira de modo objetivo, como miraría un mapa, tendría la
respuesta, que es: mirar.

Interlocutor: El reto o la cuestión esencial es la responsabilidad de la relación.

K.: La responsabilidad de la relación. ¿Es eso?

Interlocutor: Sólo es parte de ello.

K.: Sí, también es un fragmento. La relación: ¿Qué significa estar relacionado con personas, con individuos; estar
relacionado con el mundo, con la naturaleza, con todo lo que está ocurriendo? ¿Cómo puede uno estar relacionado,
no simplemente con su esposa o marido, sino con todo lo que acontece en el mundo? ¿Cómo es eso posible si usted
está aislado, si todo su pensamiento, su actividad, su ocupación, sus palabras, le están aislando, que es como decir
«Yo primero, y al diablo con todos los demás»?
Tenemos que detenernos por hoy, pero les ruego que no olviden esta cuestión. Pongan su mente y corazón en
ver el mundo como es, no como creen que debería ser, sino como es en realidad. Cuando ustedes lo vean
claramente, el mismo acto de ver puede darles la respuesta.

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