Hace unos años, en una Feria del libro de Buenos
Aires, una editorial argentina presentó un libro con extractos de
distintos libros de Richard Bach y tuvo la idea de invitar al autor a
venir para tener un encuentro con sus lectores argentinos. Estuvieron un
año para convencerlo de dejar el lugar donde se dedica a pilotear aviones
por placer y vive desde hace tiempo, y subirse a un avión (pero como
pasajero) hasta este confín del mundo desconocido para él.
El encuentro se llevó a cabo en un salón enorme,
donde esperaban, con horas de anticipación, más de mil personas de todas
las edades.
¿Cómo explicar el sentimiento que flotaba en el
aire? Muchos de los que ahí estabamos fuimos inspirados por la enorme
belleza y poesía que derraman sus libros, salpicando nuestras propias
historias personales.
De pronto llegó un hombre de cincuenta y largos
años, muy alto, rubio canoso, con barba, medio pelado y con una sonrisa de
oreja a oreja. Era él. Ese amigo extraño.
El aplauso que lo recibió lo decía todo y él
parecía entenderlo por completo. Ahí parado, mirándonos, sonriéndonos,
aceptaba la avalancha de afecto y gratitud de esa multitud respetuosa.
Para quien conoce su historia personal era
sorprendente ver su aplomo ante tanta gente. De joven huía de las
multitudes y prefería escaparse a volar (su inagotable pasión), un
ultraliviano de tela o un jet supersónico, como cuando estuvo en la fuerza
aérea.
Comenzó a hablar y dijo algo así: "Cuando
vinieron a verme para venir aquí, no tenía idea como era este lugar del
otro lado del mundo, ahora después de muchísimas horas de viaje, descubro
que llegué a mi casa".
Comentó que en el aeropuerto internacional de
Ezeiza, apenas llegado, lo llevaron a un salón donde (para su total
sorpresa) lo esperaban comandantes de varios aviones (y lectores suyos)
que enterados de su presencia, quisieron brindar con él. Emocionado contó
que eso no le había ocurrido en ninguna otra parte del mundo y que lo
apreciaba especialmente porque esos experimentados pilotos, son sus
colegas del aire.
Luego dijo algo que nos conmovió aún más a todos:
"Hoy es uno de los días más importantes de mi vida". Nos relató que en su
infancia leyó "El Principito" de Saint-Exupéry y que esa lectura lo había
marcado de por vida. Esa mañana le habían prestado un avión para volar por
los mismos cielos que ese escritor francés solía sobrevolar en la
provincia de Buenos Aires, cuando trabajaba como correo aéreo en la
Argentina y aterrizó donde él solía aterrizar y donde la leyenda dice que
se inspiró para "El Principito".
Era verdad. Todos los ahí presentes estabamos
compartiendo uno de los días más importantes en la vida de un hombre que
nos importaba tanto a nosotros.
Comenzaron las preguntas ¿preguntas? En realidad
la gente que tomaba el micrófono solo quería tener la oportunidad de
agradecerle tanta magia, tanta belleza. Una joven en pleno llanto relató
como sus libros la habían acompañado en los buenos y en los malos momentos
de su vida. El solo respondió: los escribí para vos.
Fue un momento perfecto, muy difícil de
describir.
Se lo veía feliz, maduro, con ganas de
encontrarse con la gente a la que había estado esquivando. Con muchas
"horas de vuelo" en su haber.
Cuando terminó la charla (había que entregar la
sala) el responsable de la editorial informó que Richard firmaría libros
en el stand. Ante la inquietud general por lograr esa firma, la misma
persona aclaró que Richard esta interesado en firmarles a toooodos los que
quieran. Era difícil de creer.
Me quedé conversando con un amigo con el que nos
conocemos hace veinte años (sí, 20 años) y con el que compartimos charlas
sobre los libros de Richard Bach desde hace... ¡veinte años!
Nos preguntamos ¿dónde estaría el famoso stand?
Era fácil encontrarlo, solo había que seguir una gruesa fila de personas
de cientos de metros que recorría muchos de los pasillos de la Feria.
En lugar de hacer la fila (no me interesaba la
firma) preferí acercarme a verlo firmar a los demás. La sonrisa no se le
borraba, ni su generosa amabilidad para con cada uno de la infinita fila,
la gente le agradecía honestamente y algunos le acercaban obsequios.
Después de posar cientos de veces para fotos y firmar cientos de libros,
seguía con la misma energía, con la misma generosa sonrisa con todos y
cada uno.
Cuando firmó el último libro, la Feria ya había
cerrado y solo quedaban empleados de stands y de limpieza que nos miraban
(a los que ahí todavía estabamos) con curiosidad.
Salí con el último grupo que quedó a acompañarlo
hasta el auto que lo llevaría a su hotel. Mientras caminábamos hacia la
puerta, los empleados de un stand y una promotoras hicieron comentarios
burlones sobre Richard y quienes lo acompañábamos ¿porqué? ¿Acaso no
entendían que burlarse de alguien es muy fácil, pero regalarle belleza a
millones es dificilísimo?
Al día siguiente Richard volvería a la Feria y no
pude evitar querer verlo por última vez (probablemente en mi vida).
Cuando esperábamos que llegara, una voz anunciaba
por los parlantes que Richard Bach no concurriría por haber tenido un
accidente. Me asusté. Yo había visto la satisfacción que había tenido de
firmar sus libros y atender a la gente. Algo grave había ocurrido para que
faltara a la cita. Fui a averiguar. En la sala de prensa de la Feria una
periodista me contó lo que pasó.
Esa tarde en un aeródromo le hicieron un asado
homenaje y cuando intentó hacer funcionar una hélice de un viejo avión,
esta le golpeó la mano y lo hirió. Perdió mucha sangre y como a las horas
se había desvanecido, el médico le prohibió ir a la Feria y le exigió
reposo absoluto.
Por suerte el accidente no fue grave.
Una pregunta que me hacía mientras lo esperaba
era ¿cómo devolverle algo a alguien que me dio tanta inspiración y
belleza? La respuesta salió dentro mío y fue automáticamente convincente:
Él solo quiere vivir su vida y seguir con lo suyo, la mejor forma es crear
belleza, e intentar inspirar a otros.
Sé que hay mucho prejuicio hacia este autor y
solo espero que aquellos que no les interese su obra, puedan encontrar, en
otro lado, tanta belleza como yo encontré en sus libros.