El estudiante de la filosofía hermética se siente
tentado por la sonrisa cuando lee y oye hablar de esas numerosas
teorías nuevas, respecto a la dualidad de la mente, adhiriéndose
cada escuela tenazmente a su propia doctrina, proclamando cada una
con empeño que ha sido ella la que ha descubierto la verdad. El
estudiante que hojee el libro de la historia oculta encontrará en su
mismo principio referencias a las antiguas enseñanzas herméticas
sobre el principio del género. Y si prosigue su examen, encontrará
que esa antigua filosofía conoció el fenómeno de la dualidad mental
y la explicó mediante la teoría del género en la mente. Este
concepto del género mental puede ser explicado en pocas palabras a
los estudiantes que ya se han familiarizado con las teorías modernas
que aluden al mismo. El principio masculino de la mente corresponde
a la llamada mente objetiva, mente consciente, mente voluntaria o
activa, etc., en tanto que el principio femenino corresponde a la
llamada mente subjetiva, subconsciente, involuntaria, pasiva, etc.
Por supuesto, la enseñanza hermética no concuerda
con las muchas teorías modernas concernientes a las dos fases de la
mente, ni admite muchos de los hechos proclamados por esas escuelas
en apoyo de ese doble aspecto. Si indicamos la base de la
concordancia es para facilitar al estudiante la asimilación de los
conocimientos adquiridos con anterioridad sobre la filosofía
hermética. Los estudiantes de Hudson conocerán la proposición que se
hace en el principio del segundo capítulo de su obra The Law of
Psychic Phenomena (la Ley de los Fenómenos Psíquicos), que dice:
«la jerigonza mística de los filósofos herméticos expresa la misma
idea general»… o sea la dualidad de la mente. Si el doctor Hudson se
hubiera tomado el trabajo de descifrar algo más «la jerigonza
mística de la Filosofía Hermética» hubiera recibido mucha luz sobre
el punto de la dualidad de la mente; pero entonces, quizás, su obra
más interesante no hubiera sido escrita. Consideremos ahora las
enseñanzas herméticas concernientes al género mental.
Los instructores herméticos imparten enseñanzas
concernientes a este punto, pidiendo a sus discípulos que se atengan
al proceso de su propia conciencia, a su propio yo. El discípulo
fija entonces su atención internamente sobre el ego que está en cada
uno de nosotros. Cada estudiante ve que su propia conciencia le da
como primer resultante de la existencia de su yo: «Yo Soy». Esto, al
principio, parece ser la palabra final de la conciencia, pero un
examen ulterior desprende el hecho de que esto «yo soy» puede
separarse en dos partes distintas o aspectos que, si bien trabajan
al unísono y en conjunción, sin embargo puede ser separadas en la
conciencia.
Si bien al principio parece que sólo existe un único
Yo, un examen más cuidadoso revela que existe un «yo» y un «mí».
Este par mental difiere en características y naturaleza, y el examen
de esta, así como de los fenómenos que surgen de la misma, arrojan
gran luz sobre muchos de los problemas de la influencia mental.
Comencemos considerando el «mí», que generalmente se
confunde con el «yo», si no se profundiza mucho en los recesos de la
conciencia. El hombre piensa de sí mismo (en su aspecto de «mí» o
«me») como si estuvieran compuesto por ciertos sentimientos,
agrados, gustos, y disgustos, hábitos, lazos especiales,
características, etc., todo lo cual forma su personalidad, o el ser
que conoce él mismo y los demás. El hombre sabe que estas emociones
y sentimientos cambian, que nacen y mueren, que están sujetos al
principio del Ritmo y al de la Polaridad, cuyos principios lo llevan
de un extremo a otro. También piensa de sí mismo como cierta suma de
conocimientos agrupados en su mente, que forman así una parte de él.
Éste es el «mí» o «me» del hombre.
Pero quizás hemos precedido demasiado aprisa. El
«mí» de muchos hombres está compuesto en gran parte de la conciencia
que tiene de su propio cuerpo y de sus apetitos físicos, etc. Y,
estando su conciencia limitadas en alto grado a su naturaleza
corporal, prácticamente «viven allí». Algunos hombres van tan allá
en esto que consideran su apariencia personal como parte de su «mí»,
y realmente la consideran parte de sí mismo. Un escritor dijo con
mucho humorismo en una oportunidad que el hombre se compone de tres
partes: «Alma, cuerpo y vestidos». Y esto haría que muchos perdieran
su personalidad si se les despojara de sus vestidos. Pero, aun
aquellos que no están tan estrechamente esclavizados con la idea de
su apariencia personal, lo están por la conciencia de sus cuerpos.
No pueden concebirse sin él. Su mente les parece que es algo «que
pertenece» a su cuerpo, lo que, en muchos casos, es realmente
cierto.
Pero conforme el hombre adelanta en la escala de la
conciencia, va adquiriendo el poder de desprender a su «mí» de esa
idea corporal, y puede pensar de su cuerpo que es algo «que
pertenece» a su propia parte mental. Pero aun entonces es muy capaz
de identificar el «mí» completamente con sus estados mentales,
sensaciones, etc., que siente existen dentro de él. E identificará
esos estados consigo mismo, en vez de estimarlos como simples
«cosas» producidas por su mentalidad, existentes en él, dentro de él
y proviniendo de él, pero que, sin embargo, no son él mismo. Puede
comprobar también que esos estados cambian mediante un esfuerzo
volitivo, y que es capaz de producir una sensación o estado de
naturaleza completamente opuesta de la misma manera, y, sin embargo,
sigue existiendo siempre el mismo «mí». Después de un tiempo, podrá
así dejar a un lado esos diversos estados mentales, emociones,
sentimientos, hábitos, cualidades, características y otras
posesiones personales, considerándolas como una colección de
cualidades, curiosidades o valiosas posesiones del «no mí». Esto
exige mucha concentración mental y poder de análisis de parte del
estudiante. Pero ese trabajo es posible, y hasta los que no están
muy adelantados pueden ver, en su imaginación, como se realiza el
proceso descrito.
Después de realizado ese ejercicio el discípulo se
encontrará en posesión consciente de un «Ser» que puede ser
considerado bajo su doble aspecto del «yo» y de «mí». El «mí» se
sentirá como algo mental en lo que pueden producirse los
pensamientos, ideas, emociones, sentimientos y otros estados
mentales. Puede ser considerado como si fuera la «matriz mental»,
según decían los antiguos, capaz de generar mentalmente. Este «mí»
se denuncia a la conciencia poseyendo poderes de creación y
generación latentes, de todas clases. Su poder de energía creadora
es enorme, según puede sentirlo uno mismo. Pero, a pesar de todo, se
tiene la conciencia de que debe recibir alguna forma de energía,
bien del mismo «yo», inseparable compañero, o bien de algún otro
«yo», a fin de que así pueda producir sus creaciones mentales. Esta
conciencia aporta consigo una realización de la enorme capacidad de
trabajo mental y de poder creador que encierra.
El estudiante encuentra pronto que no es todo lo que
hay en conciencia íntima, pues ve que existe un algo mental que
puede «querer» que el «mí» obre de acuerdo con cierta línea creadora
y que, sin embargo, permanece aparte, como testigo de esa creación
mental. A esta parte de sí mismo se le da el nombre del «yo». Y
puede reposar en su conciencia a voluntad. Allí se encuentra, no una
conciencia de una capacidad de generar y crear activamente en el
sentido del proceso gradual común a las operaciones mentales, sino
más bien de la conciencia de una capacidad de proyectar una energía
del «yo» al «mí»: «Querer» que la creación mental comience y
proceda.
También se experimenta que el «yo» puede permanecer
aparte, testigo de las operaciones o creaciones mentales del «mí».
Este doble aspecto existe en la mente de toda persona, el «yo»
representa al Principio Masculino del género mental, y el «mí» al
Principio Femenino. El «yo» representa el aspecto de Ser; el «mí» el
aspecto de «devenir». Se notará que el principio de correspondencia
opera en este plano lo mismo que en el que se realiza la creación
del Universo. Los dos son parecidos, si bien difieren enormemente de
grado. «Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba».
Estos aspectos de la mente —los principios
masculinos y femeninos— el «yo» y el «mí» —considerados en relación
con los fenómenos psíquicos y mentales ya conocidos—, dan la clave
maestra para dilucidar la operación y manifestación de esas
nebulosas regiones de la mente. El principio del género mental
aporta la verdad que se encierra en todo el campo de los fenómenos
de influencia mental.
La tendencia del principio femenino es siempre la de
recibir impresiones, mientras que la tendencia del masculino es a
darlas o a expresarlas. El principio femenino tiene un campo de
acción mucho más variado que el masculino. El principio femenino
conduce el trabajo de generar nuevos pensamientos, conceptos, ideas,
incluso la obra de la imaginación. El masculino se contenta con el
acto de «querer» en sus varias fases. Sin embargo, sin la ayuda
activa de la voluntad del principio masculino, el femenino puede
contentarse con generar imágenes mentales que son el resultado de
impresiones recibidas del exterior, en vez de producir creaciones
mentales originales.
Las personas que pueden prestar continuada atención
a un sujeto emplean activamente ambos principios mentales: el
femenino, en el trabajo activo de la generación mental, y el
masculino en estimular y dar energía a la porción creadora de la
mente. La mayoría apenas hace uso del principio masculino, y se
contenta con vivir de acuerdo con los pensamientos e ideas que se
filtran en su «mí» y provienen del «yo» de otras mentalidades. Pero
no es nuestro propósito detenernos en esta faz del asunto, cosa que
puede estudiarse en cualquier tratado bueno de sicología, con la
clave ya indicada sobre el género mental.
El estudiante de los fenómenos psíquicos conoce la
realidad de los maravillosos fenómenos clasificados como telepatía,
influencia mental, sugestión, hipnotismo, etc. Muchos han buscado
explicación a estas diversas fases de los fenómenos, siguiendo las
teorías de dualidad mental promulgadas por los diferentes
instructores. Y, hasta cierto punto, están en lo cierto, porque,
realmente existe una manifestación clara y definida de dos fases
distintas de actividad mental. Pero si esos estudiantes consideran
esa dualidad a la luz de las enseñanzas herméticas concernientes a
la vibración y al género mental, verían que la clave tan buscada la
tienen al alcance de la mano.
En los fenómenos telepáticos se ve que la energía
vibratoria del principio masculino se proyecta hacia el principio
femenino de otra persona, y que esta última absorbe ese pensamiento
y le permite desarrollarlo y madurarlo. En la misma forma obra la
sugestión y el hipnotismo. El principio masculino de una persona da
la sugestión dirigiendo una corriente de energía o poder vibratorio
hacia el principio femenino de otra, y ésta, al aceptarla, la hace
suya y piensa en consecuencia. Una idea así alojada en la mente de
otra persona crece y se desenvuelve, y a su tiempo es considerada
como una verdadera creación mental del individuo, mientras que en
realidad no es más que el huevo de un cuco puesto en el nido del
gorrión, pues aquel pájaro pone sus huevos en un nido ajeno. El
proceso normal es que el principio masculino y el femenino de una
persona obren coordinada y armoniosamente conjuntamente. Pero,
desgraciadamente, el principio masculino del hombre corriente es
demasiado inerte y perezoso para obrar y el y el despliegue de poder
volitivo es muy ligero, y, en consecuencia, la mayoría está dirigida
por las mentes y voluntades de los demás a quienes se permite querer
y pensar por uno mismo. ¿Cuántos pensamientos u obras originales
hace el hombre corriente? ¿No es la mayoría de los hombres simple
sombra o eco de los que tienen una mente o voluntad más fuerte que
la suya? La perturbación proviene de que el hombre corriente
descansa casi completamente en su conciencia del «mí» y no comprende
que, realmente tiene un «yo». Está polarizado en su principio
femenino mental, y su principio masculino, en el que reside la
voluntad, está inactivo e inerte.
El hombre fuerte del mundo manifiesta
invariablemente el principio masculino de voluntad, y su fuerza
depende materialmente de este hecho. Y en vez de vivir en las
impresiones que le producen otras mentalidades, domina su propia
mente, mediante su voluntad, obteniendo así la clase de imágenes
mentales que quiere y domina y dominando así también las mentes
ajenas de la misma manera.
Contémplese un hombre fuerte y véase como se las
arregla para implantar sus gérmenes mentales en la mente de las
masas, obligándolas así a pensar de acuerdo con sus deseos. Este es
el porqué las masas son como rebaños de carneros, que nunca originan
una idea propia ni emplean sus propios poderes y actividades
mentales.
La manifestación del género mental puede notarse en
todas partes diariamente. Las personas magnéticas son las que pueden
emplear su principio masculino para imprimir sus ideas sobre los
demás. El actor que hace reír o llorar a la concurrencia está
haciendo uso de este principio. Igualmente sucede con el orador,
político, predicador o cualquier o cualquier otro que atraiga la
atención pública. La influencia peculiar que ejerce un hombre sobre
otro es debido a la manifestación del género mental según las líneas
vibratorias ya indicadas. En este principio está el secreto del
magnetismo personal, de la fascinación, etc., así como también de
los fenómenos agrupados bajo el nombre de hipnotismo.
El estudiante que se ha familiarizado con los
fenómenos generalmente denominados psíquicos habrá descubierto la
importante parte que desempeña en los citados fenómenos esa fuerza
que la ciencia llama «sugestión», por cuyo término se indica el
proceso o método por el cual se transfiere una idea o se imprime
sobre la mente de otro, obligando así a la segunda mentalidad a
obrar concordantemente. Una verdadera comprensión de la sugestión es
necesaria para comprender inteligentemente los varios fenómenos
psíquicos a que la sugestión da origen. Pero aún es más necesario el
conocimiento de la vibración y del género mental, porque todo el
principio sugestivo depende de estos.
Los escritores sobre la materia de sugestión dicen
que la mente objetiva o voluntaria es la que hace la impresión
mental, o sugestión, sobre la mente subjetiva o involuntaria. Pero
no describen el proceso ni indican alguna analogía mediante la cual
sea más fácil comprender la idea. Si se contempla el asunto a la luz
de las enseñanzas herméticas, se verá que la energetización del
principio femenino por la energía vibratoria del masculino está de
acuerdo con las leyes universales de la naturaleza, y el mundo
natural ofrece innumerables analogías que facilitan la comprensión
del principio. En realidad, la doctrina hermética afirma que la
misma creación del universo obedece a dicha ley y que en todas las
manifestaciones creadoras sobre los planos espiritual, mental, y
físico, siempre está en operación el principio de género: la
expresión de los principios masculino y femenino. «Como es arriba,
es abajo; como es abajo, es arriba». Y aun más que esto: cuando se
comprende este principio se es capaz de clasificar inteligentemente
de inmediato los variados fenómenos psicológicos, en vez de quedarse
confuso ante ellos. El principio realmente trabaja en la práctica,
porque está basado sobre las leyes universales e inmutables de la
vida.
No entraremos ahora en una dilucidación detallada de
los diversos fenómenos concernientes a la influencia mental o a la
actividad psíquica. Hay muchos libros, en su mayor parte muy buenos,
que se han escrito últimamente sobre el asunto. Los hechos
principales señalados en esas obras son exactos, aunque los diversos
autores tratan de explicarlos por las diferentes teorías de su
propia cosecha. El estudiante puede familiarizarse con estas
materias, y utilizando la doctrina del género mental podrá coordinar
convenientemente la masa caótica de teorías y enseñanzas en
conflicto, y podrá, además, adueñarse completamente del asunto si a
ello se sintiera inclinado. El objeto de esta obra no es el de dar
una explicación extensa de los fenómenos psíquicos, sino más bien el
de indicar sencillamente la clave maestra que abre las muchas
puertas que conducen al Templo del Saber, si se desea explorar su
interior. Creemos que al examinar las enseñanzas encerradas en El
Kybalion es fácil encontrar la explicación de muchas
dificultades que confunden. De nada sirve entrar en detalles
referentes a las muchas características de los fenómenos psíquicos y
mentales si al estudiante le son dados los medios para comprender el
asunto que atrae su atención. Con la ayuda de El Kybalion se
puede entrar en cualquier biblioteca, pues la antigua luz de Egipto
iluminará las páginas confusas y los problemas obscuros.